El oro, desde tiempos inmemoriales, ha representado un símbolo de riqueza, estabilidad y poder económico. A lo largo de los siglos, su rol en las finanzas internacionales ha evolucionado, adaptándose a las dinámicas cambiantes del comercio global, las crisis económicas y las transformaciones políticas. Aunque su uso como base del sistema monetario internacional se interrumpió oficialmente en el siglo XX, el oro ha resurgido en el siglo XXI como un activo de refugio cada vez más relevante frente a la incertidumbre macroeconómica, la volatilidad geopolítica y los desafíos del sistema financiero actual.
El oro: activo de refugio y seguridad ante la incertidumbre geopolítica
Aunque su uso como base del sistema monetario internacional se interrumpió oficialmente en el siglo XX, el oro ha resurgido en el siglo XXI como un activo de refugio cada vez más relevante frente a la incertidumbre macroeconómica, la volatilidad geopolítica y los desafíos del sistema financiero actual.
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El mes pasado de abril, la onza tocó máximos históricos alcanzando los u$s3.509, superando el crecimiento interanual en más del 40%.
El patrón oro, como sistema monetario formalizado, tuvo su punto de partida en el Reino Unido en el siglo XIX con la “Ley Bancaria de Peel” en 1844. Si bien el oro había sido utilizado como medio de intercambio y reserva de valor desde civilizaciones antiguas como Egipto y Roma, fue en dicha fecha cuando Inglaterra se convirtió en la primera nación en adoptar oficialmente el patrón oro. Bajo este sistema, la libra esterlina estaba respaldada por una cantidad fija de oro, lo que significaba que el Banco de Inglaterra se comprometía a convertir billetes de banco en oro a una tasa fija. Esta convertibilidad absoluta promovió estabilidad monetaria y confianza en la moneda británica, facilitando el comercio internacional y posicionando a Londres como el centro financiero global.
Entre las principales ventajas del patrón oro en ese periodo se encontraba la estabilidad de precios, ya que la cantidad limitada de oro restringía la emisión de dinero, manteniendo la inflación bajo control. Además, el sistema fomentaba el comercio internacional, dado que las monedas respaldadas por el mismo metal reducían la incertidumbre cambiaria entre países. También imponía disciplina fiscal y monetaria a los gobiernos, quienes estaban limitados en su capacidad de expandir el gasto o financiar déficits mediante la emisión monetaria. Durante la segunda mitad del siglo XIX, otras potencias —como Alemania, Francia, Estados Unidos y Japón— adoptaron sistemas similares, consolidando un sistema financiero internacional relativamente estable hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914.
El sistema clásico del patrón oro sufrió una ruptura significativa durante la Primera Guerra Mundial, cuando las naciones suspendieron la convertibilidad para financiar los gastos bélicos. Aunque se intentó restaurarlo en el período de entreguerras, la Gran Depresión y las políticas proteccionistas fragmentaron el sistema. Tras la Segunda Guerra Mundial, en la Conferencia de Bretton Woods de 1944, se estableció un nuevo régimen monetario internacional. Se abandonó el patrón oro clásico para pasar a un sistema híbrido conocido como patrón dólar-oro. En este marco, el dólar estadounidense se convertía en la moneda de referencia internacional, respaldado por oro a razón de 35 dólares por onza troy. Las demás monedas mantenían tipos de cambio fijos respecto al dólar, y solo los bancos centrales extranjeros podían convertir dólares en oro, no los ciudadanos.
Este sistema otorgó a Estados Unidos una posición privilegiada en la economía global, pero también generó tensiones crecientes. Durante las décadas de 1950 y 1960, el gasto militar y los programas sociales estadounidenses aumentaron los déficits fiscal y comercial del país. Simultáneamente, Europa y Japón acumularon grandes cantidades de dólares y comenzaron a exigir su conversión en oro. El desequilibrio se volvió insostenible, y el 15 de agosto de 1971, el presidente Richard Nixon anunció la suspensión temporal (que luego se tornaría definitiva) de la convertibilidad del dólar en oro. Este evento, conocido como el Nixon Shock, marcó el fin formal del sistema de Bretton Woods y el inicio del régimen de tipos de cambio flotantes que persiste hasta hoy.
Durante las décadas posteriores al fin del patrón oro, el metal precioso fue percibido principalmente como una reserva de valor en contextos de alta inflación o crisis. En los años 70, la onza de oro se disparó de 35 USD a más de 800 USD en 1980, impulsada por la estanflación, las crisis petroleras y la desconfianza en el dólar. Sin embargo, con la llegada de la estabilidad monetaria en los 80 y 90, gracias a las políticas monetarias restrictivas de la Reserva Federal (liderada por Paul Volcker), el oro perdió relevancia como activo estratégico. Los mercados financieros globales crecieron, las tasas de interés reales fueron positivas y la confianza en el dólar se restauró.
No obstante, la crisis financiera de 2008 marcó un punto de inflexión. Los paquetes de estímulo, las políticas de tasas cercanas a cero y las compras de activos por parte de bancos centrales reactivaron el interés por el oro como cobertura frente a la depreciación de las monedas fiat. El período que comienza en 2020 marca una nueva era para el oro como activo de refugio. Tres fenómenos clave impulsaron su revalorización. En primer lugar, la pandemia de COVID-19. Los confinamientos y la disrupción de las cadenas de suministro generaron un shock económico global sin precedentes. Los bancos centrales aplicaron estímulos monetarios masivos, aumentando los balances de la Reserva Federal, el Banco Central Europeo y otros emisores.
En segundo lugar, a partir de 2021, los estímulos monetarios y fiscales, combinados con la recuperación de la demanda post-pandemia y las tensiones en los mercados energéticos (acentuadas por la invasión rusa a Ucrania en 2022), desencadenaron una aceleración inflacionaria. El oro, tradicional cobertura contra la pérdida de poder adquisitivo, se posicionó nuevamente como refugio ante la erosión del valor del dinero fiat. Finalmente, el creciente desacople entre Occidente y las potencias emergentes reavivó el interés por las reservas en oro. Diversos países comenzaron a reducir su dependencia del dólar en comercio bilateral y a acumular oro como respaldo estratégico. Según datos del World Gold Council, en 2022 y 2023 se registraron compras récord de oro por parte de bancos centrales —liderados por China, Turquía, India y Rusia— que superaron las 1.000 toneladas anuales.
El mes pasado de abril, la onza tocó máximos históricos alcanzando los u$s3.509, superando el crecimiento interanual en más del 40%. Uno de los hechos que ha provocado la tendencia alcista en estos últimos meses, es la guerra comercial arancelaria desatada por Donald Trump, desde su asunción como jefe de estado el 20 de Enero.
Hoy en día, el oro cumple un rol multifacético. Actúa como cobertura frente a inflación y devaluación, ya que aunque la correlación no es perfecta, tiende a preservar su valor en contextos de pérdida de poder adquisitivo. Es también un refugio ante la incertidumbre geopolítica. Asimismo, se utiliza como herramienta de diversificación de reservas, ya que los bancos centrales emergentes lo emplean para reducir la exposición al dólar. Finalmente, es una protección contra riesgos sistémicos. En un escenario de elevada deuda global, superior a los u$s100 billones según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico- OCDE-, el oro se percibe como cobertura ante una eventual crisis financiera.
La trayectoria del patrón oro y su evolución hacia activo de refugio moderno refleja la búsqueda constante de estabilidad en un mundo económico en permanente cambio. Desde su adopción por Inglaterra en el siglo XIX, su rol en Bretton Woods, su abandono en los años 70 y su renovado protagonismo en la actualidad, el oro sigue ocupando un lugar central en la arquitectura financiera global. A medida que el sistema monetario internacional enfrenta desafíos como la inflación persistente, la fragmentación geopolítica y el cuestionamiento del liderazgo del dólar, es probable que la demanda de oro continúe creciendo, tanto entre inversores como entre bancos centrales. Sin constituir un retorno al patrón oro clásico, su función como activo estratégico y reserva de valor parece más vigente que nunca.
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