3 de agosto 2019 - 00:01

Semana de la lactancia: el hombre y la teta

Como padre y madre son parte del embarazo, el acto sublime de dar la teta, trasciende a la mujer y al hijo y envuelve a la familia.

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Pixabay

Viajando por la historia, mirando a otras especies animales mamíferos y volviendo de pronto a posar la atención sobre nosotros, me cuesta entender lo retorcido de nuestro pensamiento puritano con respecto a nuestro cuerpo, especialmente las tetas. En la búsqueda de supuestos adelantos y crecimientos, a veces nos pasamos creyendo que una formula puede suplantar todo lo que envuelve el acto de dar de mamar.

¿Cuál es el problema de pensar la teta desde un lugar sexual y al mismo tiempo como acto nutritivo? ¿Acaso la sensación del bebé que toma el pecho no es parecida a un orgasmo? ¿Es necesario como adultos disociar el pecho materno de la teta sexualizada recortando a la mujer para un encuentro más pleno? ¿Qué raye importante tenemos como sociedad que por un lado buscamos por todos lados integración y por el otro lado nos empecinamos en disociar, compartimentar aunque luego eso nos genere sufrimiento.

¿Qué tiene que hacer un hombre escribiendo sobre la Teta si es un tema de las mujeres? Preguntas como estas son un ejemplo de cómo disociamos y seguimos en una pelea eterna por el poder y la pertenencia, situaciones como esta ocurren todo el tiempo desde que estamos gestando un hijo y luego en la crianza y la distribución de roles y tareas.

Históricamente la madre fue más la encargada y responsable desde el minuto cero de los hijos y el padre de proveer lo necesario para sustentarse; por suerte en los últimos años hay algunos hombres que junto a sus mujeres se han animado a replantear lo establecido, a costa de parecer locos, como por otro lado siempre ocurrió con aquellos que quisieron salir de la rigidez de lo conocido; estas parejas desde sus cimientos suelen hablar de que la crianza respetuosa empieza antes de la concepción, hablando de acuerdos, de los cimientos que permitirán sostener lo que ellos y nadie más que ellos como padres crean que sea lo mejor para sus hijos, en tándem.

Desde esta mirada de equipo, de funcionar en tándem escribo este artículo sobre la teta y el hombre, dejando de lado el puritanismo y empezando a pensar, aunque por momentos a todos nos haga un poco de ruido por pertenecer a esta sociedad, que así como ambos somos parte del embarazo, el acto sublime de dar la teta, trasciende a la mujer y al hijo y envuelve a la familia.

La lactancia, ya sabemos, no es solo alimento; lo nutritivo sobrepasa el valor calórico de la leche, se relaciona con ese encuentro, ese momento mágico donde la oxitocina está de fiesta para la madre, para el niño y hasta para el padre si puede trascender su macho alfa y conectarse con lo que siente para interconectarse, formando una tríada tan poderosa que suele ser difícil poner palabras para explicar esas sensaciones.

Freud acuñó el término “envidia de pene”, utilizándolo por primera vez en 1908 en un artículo sobre las teorías sexuales infantiles: “elemento fundamental de la sexualidad femenina y móvil de su dialéctica. La envidia de pene surge del descubrimiento de la diferencia anatómica de los sexos: la niña se siente lesionada en comparación con el niño y desea poseer, como éste, un pene (complejo de castración)...”.

En aquellas épocas en que la sexualidad era vivida como un tabú y las sociedades eran claramente machistas, teniendo en cuenta el contexto situacional cómo por ejemplo las guerras y todas sus consecuencias, estos términos pueden entenderse; pero hoy, en un momento evolutivo en la que la sexualidad ya no se vive con tanta culpa, quizás tengamos que pensar en términos de “ganas de” y no de “envidia” y a lo mejor descubriríamos que hay muchas cosas por ejemplo que los hombres tendríamos ganas de que nos sucedan, de pasar por la experiencia por ejemplo de dar el pecho o de gestar y sentir a nuestros hijos como lo hacen las mujeres.

Hablar de ganas de, nos acerca, nos convoca y se puede entender mejor, en cambio sentir envidia se relaciona más con el desencuentro y el enojo por ser distintos, cuando justamente la idea no es ser iguales sino enriquecernos con la experiencia del otro.

Aunque no podamos sentir exactamente lo que sienten nuestras compañeras al dar de mamar, acompañando y generando esa tríada poderosa podemos recibir algo de esa energía poderosa del encuentro.

La función del hombre en esos momentos en que su mujer está nutriendo a su cría es bien instintiva y animal: cuidar, proteger, circundar para que nada del exterior interrumpa el milagro de ese encuentro orgásmico.

Garantizar que todo va a estar bien para que la madre y su hijo por un ratito sean uno; convencidos ambos (madre y padre), que esos encuentros, que trascienden la leche, serán inyectores de autoestima y seguridad para salir al mundo sin apuro ni hostilidad.

Recuerdo claramente una situación estrenando como padre, al salir de la clínica y volver a nuestra casa, en la que nuestro hijo no paraba de llorar y nosotros no sabíamos que hacer y encontrarnos de pronto con nuestro hijo en la teta de mi compañera calmándose de a poco, mientras yo le daba de comer en la boca a mi esposa porque sus manos, su mente y su atención estaban puestas allí donde marca el instinto, que tanta sabiduría tiene para trasmitirnos, aunque a veces hagamos demasiado bullicio para no escuchar.

La teta y el hombre, la teta y la mujer, la teta que nos alimenta y también da placer, sin perder lo propio y aceptando las diferencias y los roles podemos acompañarnos y pujar solo cuando hay que hacerlo.

(*) Lic en Psicología, Sexólogo, especialista en Vínculos

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