4 de octubre 2018 - 00:11

Constitución: secretos y joyas que renacen con la restauración

EN PRIMERA PERSONA - Nacida en 1865, la humilde estación de trenes de un piso creció al ritmo de la Argentina hasta volverse imponente. En su época de esplendor se llenó de un lujo que hoy resurge de entre los escombros.

EL PATIO DE LOS LEONES. Uno de los secretos mejor guardados en el corazón de Constitución.
EL PATIO DE LOS LEONES. Uno de los secretos mejor guardados en el corazón de Constitución.
"¿Me das un pancho?", pide un hombre a una chica que atiende un negocio de comida rápida entre los andenes 3 y 4. Alrededor pasan cientos de pasajeros: unos acaban de llegar en un tren viejo que vino de Glew y otros van a abordar el que está a punto de salir hacia Ezeiza, nuevo y con el aire acondicionado funcionando. Una vendedora ambulante ofrece chipa y desde el techo mitad añoso y mitad flamante suena el chillido de una herramienta eléctrica.

Es la Estación Constitución, una de las que más pasajeros mueve en el mundo. Por día pasan por allí más de medio millón de personas y en agosto pasado alcanzó el récord histórico de 15.870.000 pasajeros. Tal vez pocos sepan que la historia de este lugar se remonta 153 años atrás cuando el primer tren a vapor tocó el silbato y partió quemando carbón. Las recientes obras en la estación dan indicios de un pasado monumental y próspero que dejó algunos secretos ocultos para admirar a diario aún hoy.

HUELLAS DE UN PASADO IMPONENTE

Uno de los tesoros mejor conservados estuvo abierto al público hasta hace unos años, ya que allí funcionaban las boleterías del tren de larga distancia que va a Mar del Plata y Bahía Blanca, entre otros destinos. Está justo en la esquina de Av. Brasil y Hornos. El salón comedor conserva el revestimiento original de madera en sus paredes, las molduras de yeso en los cielo rasos y ahora está en proceso de restauración. En su esplendor se iluminaba desde las arañas que aún sobreviven en el techo y los encuentros se amenizaban con músicos en un pequeño palco que quedó huérfano de canciones. Este espacio amplio pronto alojará locales comerciales.

A través de una puerta giratoria se cruza a un acceso interno con una discreta puerta a la calle y un pequeño hall cubierto de mármol del piso al techo. Era el acceso para los principales directivos de la antigua compañía británica que construyó toda la estación: Ferrocarril del Sud. El hall comunica con una escalera y con un ascensor que solo viajaba un piso. Desde las ventanas de ornamentadas rejas se habrá visto llegar a los sucesivos presidentes británicos de la empresa, de traje y galera, descendiendo de lujosas carretas primero y luego de los novedosos automóviles.



Hacia arriba está ese sector exclusivo de oficinas, cubierto de mármol y coronado con un vitral que milagrosamente sobrevivió al desastre, aunque estiman que fue repintado sobre los colores originales. La luz natural penetra por claraboyas y espía desde los postigos de persianas clausuradas por décadas. Es una postal del abandono al estilo de las fotos de Chernobil o Fukushima, pero de principios de siglo 20 y de una suntuosidad que se adivina en la estructura pero de la que ya no quedan objetos.

Si se afina el oído tal vez se crea escuchar una conversación en inglés o un taconeo de zapatos. ¿Cómo no ver como un monumento, un santuario, a aquel lugar que permanece tan similar a cuando esas personas hace 100 años lo usaban a diario? El tiempo es una ilusión, pero igual transcurre.

Los pisos superiores del edificio rosado finalizado en 1907 estuvieron sin uso, más allá de los intrusos, durante décadas. "Los subsuelos estaban colmados de basura, había filtraciones, baños usurpados en los que había que pagar a terceros para poder usarlos, puestos de venta ambulante dentro de la estación y sin control, instalaciones vetustas e inseguras, espacios abandonados", contó Alejandro Florio, arquitecto a cargo de la obra de puesta en valor de la estación, sobre la situación de precariedad en la que estaba el edificio antes de comenzar las tareas en 2016. En la recorrida muestra con orgullo cada espacio recuperado.

A través de pasillos en obra, escombros, paredes perforadas y expuestas, y pisos abiertos como dentaduras astilladas se cuenta una historia que desde afuera el pasajero ni siquiera intuye. La más fastuosa de todas las maravillas que esconde en sus entrañas Constitución es el Patio de los Leones. Es la antigua entrada del personal administrativo por la cual accedían desde el nivel de la calle por Brasil hasta el primer piso. Este sector, construido a fines de la década de 1880, tiene una palaciega escalera de mármol flanqueada por dos leones del mismo material. El recibimiento se completa con tres columnas de mármol rosado de una sola pieza, que pesarán arriba de la decena de toneladas, seguramente llegadas en barco desde la cantera de algún país exótico.

La fascinante entrada es otra superviviente de la debacle del tiempo y la desidia local: en ese lugar funcionaron una fiambrería y carnicería que usaron la escalera de depósito. Un alma misericordiosa protegió las esculturas entre mamparas y ahora están siendo restauradas. En este sector está en marcha la restauración de los techos, que reconstruye las molduras dañadas usando el diseño original.

En el primer piso estaban la mayoría de las oficinas. Techos de 5 metros de altura, chimeneas a leña e inmensos ventanales hacia el hall central y hacia la Avenida Brasil. Tanta gente habrá trabajado entre esas paredes, en un ambiente lleno de los sonidos del tecleo de las máquinas de escribir, del telégrafo, del teléfono. Mujeres con faldas largas y tacos, hombres con bastones, ambos con sombreros; a través de las ventanas caballos, automóviles, el tranvía, el horizonte de baja altura. La vida corría a otra velocidad, un siglo empezaba y las tragedias aún permanecían del otro lado del océano.

Salones y vistas. El salón comedor con sus revestimientos en madera y una vista desde la azotea de la estación.

En el sector central del primer piso se realizaron en 2004 obras que tiraron abajo paredes con la intención de alojar un centro comercial y que no respetaron la apariencia y estructura del edificio. La iniciativa se frustró y quedan como recordatorio unas escaleras mecánicas y ascensores que nunca se usaron, mampostería amputada y espacios vacíos.

En el segundo piso se pueden ver más habitaciones que esperan la segunda etapa de restauración. La idea es que todo el espacio disponible se pueda concesionar, darle uso. Hay escaleras que conservan los diseños originales en hierro forjado de sus barandas. Más habitaciones, espacio vacío lleno del polvo del olvido. Muchas ventanas y muchas chimeneas y sus tirajes; una escalera hacia un altillo en una habitación de piso de pinotea centenaria; otra escalera con escalones de vidrio para distribuir luz hacia los pisos inferiores. La luz natural desborda en los ambientes sin persianas. En todo el edificio solo destaca un mueble, tal vez una especie de fichero u organizador. No hay más elementos, ni lámparas ni muebles en esta zona saqueada. La imaginación se pierde tratando de descubrir los usos de esos lugares y la gente que los utilizó. Es un pasado que se construye en capas superpuestas como fantasmas que se atraviesan.

En la azotea los techos están a nuevo. En un cuarto descansa como un fósil el mecanismo oxidado del viejo ascensor. Dentro de la cúpula funciona el reloj restaurado con una nueva prótesis electrónica; abajo, el viejo mecanismo a engranajes del reloj que por el robo de las piezas de bronce ya no pudo repararse. En lo alto de la cúpula, un campanario marca las horas con exactitud digital.

En ese esqueleto descarnado de exquisita presencia, entre sus gruesas paredes, se esconden las columnas de hierro remachado que dan soporte a la estructura del hall central. Hay vida entre los muros con el sonido de los obreros trabajando y hay vida bajo de la superficie. En paralelo al andén 14 y debajo de él corre un túnel por el que antes se acarreaban las encomiendas hasta el edificio dedicado a ese fin. Perpendicular al inicio de ese túnel hay otro, que pasa por debajo de los demás andenes, a centímetros de los pies de los pasajeros.

MEMORIAS DEL PROGRESO

La Estación Constitución inicia sus operaciones en 1865 con un primer edificio, de un piso, sobre la calle Brasil. La construcción de la estación cabecera de la compañía británica Ferrocarril del Sud había comenzado el 7 de marzo de 1864, frente al Mercado de Constitución, un cruce clave del comercio por tierra que hasta ese entonces era exclusivamente por carretas.



El viejo edificio funcionó hasta 1885. En la segunda evolución, la estructura del techo de los andenes (sólo eran dos al inicio del siglo 20) se veía similar a la de la estación de La Plata. Constitución creció a la par de los mayores requerimientos de pasajeros y carga. El nuevo estilo se inspiró en el del castillo francés de Maisons-Laffitte, entre neorrenacentista y victoriano. Así ganó sus distintivas mansardas (ventanas en el tejado), el reloj del centro y el conjunto de esculturas.

Los trenes que llegaban a Constitución eran de grandísimo lujo y delicados interiores de madera que hacían servicios de corta, media y larga distancia. La élite de Buenos Aires viajaba en ellos para ir a vacacionar a Mar del Plata -acompañados por la servidumbre, claro- y resguardarse del agobiante calor porteño en sus palacios frente a la playa. En 1925 el Príncipe de Gales, futuro rey Eduardo VIII de Reino Unido, hizo ese mismo viaje en un vagón especial.

Eran tiempos de "Argentina granero del mundo" y de las locomotoras a vapor. Estas locomotoras estuvieron en servicio más de un siglo, hasta la década de 1970. Las máquinas diésel comenzaron a reemplazarlas a partir de la década de 1950.

El imponente edificio actual de la calle Brasil quedó terminado en 1907. Amplió al anterior y adquirió un nuevo piso, la cúpula, el sector de oficinas sobre el Patio de los Leones. Todo con un estilo ligado al Beaux Arts francés. Por ese entonces pasaban por la estación casi 10 millones de personas por año.

Ya en la década de 1920 se proyecta una nueva estación y se construye la entrada de Hornos y el hall central. Alcanza los 14 andenes y una apariencia muy similar a la de hoy en día. El edificio con estilo renacentista y toques modernos iba a reemplazar toda la estructura y tirar abajo el actual edificio de Avenida Brasil. Pero la idea se canceló con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, el declive del transporte ferroviario ante el auge automotriz y la nacionalización de los trenes en 1948. Muere el Ferrocarril del Sud y nace la línea General Roca. El tren acompañó a la nueva clase trabajadora que vivía en los suburbios y trabajaba en Capital y que pasaba sus veranos en las playas populares de Mar del Plata.

Restauración. Las obras destinaron $ 500 millones para devolver a toda la estación su belleza centenaria.

EL PROYECTO DE RESTAURACIÓN

Trenes Argentinos invirtió unos $ 500 millones en la obra de 15 meses que está previsto finalice en noviembre. Del plan de restauración también participó la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos y se nota en los detalles ya que antes de intervenir una superficie se investiga hasta el color original para poder reproducirlo al pintar.

Las obras implicaron la remodelación completa del hall y el subsuelo que conecta con la línea C del Subte, como ya vieron las cabeceras de Retiro y Once. Se renovó la iluminación, los baños y las pantallas con información al pasajero en línea con lo que se hizo en los últimos años en otras estaciones del Roca donde también se hubo refacciones y se pusieron cámaras y seguridad, entre otras medidas.

La restauración completa de las tres fachadas recuperó ventanales, techos, persianas, balcones, ornamentación y dio color a sus paredes. Se pusieron en valor las esculturas y la rueda alada, ese emblema de progreso que hace un siglo estaba representado por la tecnología ferroviaria que unía los rincones de la extensa Argentina.

Entre lo más visible para el pasajero están los cambios en el hall central. El imponente espacio de 123 metros de largo, 26 de ancho y 25 de alto recuperó su luz natural al reemplazarse ventanales y añadió artificial. En 2016 se instalaron los molinetes que funcionan con la SUBE y de despejó de comercios el espacio central de circulación. En los últimos años se reabrieron accesos y volvieron a funcionar las antiguas boleterías en los dos extremos del hall.

El montacargas del sector de encomiendas fue reciclado como café en la zona de preembarque de los trenes de larga distancia. En los baños de ese sector se puede ver el contrapeso del montacargas con las siglas del "Ferro Carril del Sud", una firma presente en cada objeto hecho específicamente para la estación.



Los trabajos sobre los techos fueron prioridad para evitar las filtraciones. La deteriorada pizarra original debió ser cambiada y al hacerlo se mantuvo el diseño de las piezas que se ubican en la cúpula. Partes perdidas o en malas condiciones fueron reconstruidas a semejanza de sus originales.

La estructura de metal sobre los andenes está hace años en un lento proceso de reacondicionamiento como parte de otro proyecto. Algunos sectores ya fueron repintados y sus vidrios cambiados mientras otros aún esperan. De a poco entra la luz y deja de llover en el interior.

Recientemente terminaron las obras de restauración sobre la fachada de la calle Hornos, el más "nuevo" de todo el conjunto (data de 1930). Tras las obras, la estación deslumbra de noche como un faro en el sur de la ciudad. Hace más de 150 años fue clave para el país y aún hoy es vital para comunicar a cientos de miles de personas a diario remarcando la importancia estratégica del transporte público y de la red ferroviaria.

EL FUTURO DE LA ESTACIÓN

Marcelo Orfila, presidente de Trenes Argentinos, adelantó sobre las licitaciones para las concesiones comerciales que "están peleando por tener un local" en la estación marcas como Kentucky, McDonald's, Burguer King, Alma, Mostaza, Wendy, Café Martínez, varias cadenas de gimnasios y hasta hubo propuestas de un apart hotel. También remarcó que esos negocios serán en función de lo que sea más conveniente para Constitución mientras que los locales en andenes que obstruyen el paso van a desaparecer cuando se terminen sus concesiones.

"Las grandes obras que yo tengo previstas están en marcha y la mayoría tiene financiamiento", explicó al ser consultado por el recorte presupuestario que se está dando en varios sectores del Gobierno. "Hemos ajustado obras que empezábamos el año que viene que se van a hacer un poquito más lentas", admitió aunque enumeró las obras que continúan en tres viaductos, la electrificación la línea San Martín y la incorporación para fines de 2019 de 200 nuevos coches para la línea Roca que terminarán de reemplazar los viejos trenes Toshiba de 1983, entre muchos trabajos más.

Ahora los trenes traen aire acondicionado y calefacción, hace unos años eso era un sueño. Una estación diseñada hace más de un siglo todavía está a la altura de la desproporcionada cabeza de Goliat que es la Ciudad de Buenos Aires. Dos empleados caminan por la restaurada entrada de Hornos y salen a la calle. "Al fin sacaron los andamios", dice uno y el otro responde: "Era hora". Ninguno mira hacia atrás.

El faro del sur. La Estación Constitución es vital para la vida de cientos de miles de pasajeros, tan importante como cuando nació frente a un mercado de suelo de tierra transitado por carretas.

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