La necesidad de un diagnóstico eficiente del presente para poder proyectar un futuro sostenible: esa parece ser la premisa de último libro de Matías Kulfas, exministro de Producción, que incorpora el factor de la inteligencia artificial a la ecuación industrial y lo analiza en clave geopolítica. “Producir en la nueva globalización” ensaya un análisis histórico y propone los puntos de equilibrio a adoptar para un desarrollo con distribución.
Matías Kulfas presentó su nuevo libro: "La Argentina viene muy rezagada en discutir cuál es el proyecto nacional"
En “Producir en la nueva globalización”, el exministro aborda los desafíos argentinos en esta fase de geopolítica tecnológica.
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Matías Kulfas, exministro de Producción de la Nación.
La fórmula que reitera -y argumenta- Kulfas es diversificar: sectores productivos, aliados internacionales y perspectivas para abordar problemáticas. Así abre el camino a entender el nuevo escenario mundial, en el que el emergente asiático atrincheró a Estados Unidos y la Unión Europea, que hace un lustro eran embanderados del dogma del libre comercio y hoy encabezan un avance arancelario. “La Argentina podría ser una economía complementaria y utilizar a su favor la disponibilidad de recursos naturales, alimentos, energía y minerales para negociar la radicación de proyectos industriales y obras de infraestructura”, ensaya el exministro.
El libro, publicado en la editorial Siglo XXI, incorpora más interrogantes al actual momento de incertezas, pero con el valor de hacerle las preguntas adecuadas al momento histórico. El presupuesto es la necesidad de quebrar dogmas, dado que todos expresaron su fragilidad, incluso la última gestión presidencial que integró. Con un reconocimiento de las falencias del período 2019-2023 y el énfasis en las tensiones que el Estado no supo afrontar para sostener un modelo productivo nacional, se aproximan las respuestas sobre la industrialización argentina y el motivo por el que desde los ‘60 no atraviesa un ciclo sostenido de expansión.
“Las tecnologías de producción y comunicación avanzan más rápido que las tecnologías sociales”, plantea Kulfas, que -lejos del tecnooptimismo fundamentalista- enfatiza la pregunta por la creación de empleos de la inteligencia artificial (IA) antes que los trabajos que caerán en desuso, en simultáneo al fundamento de la necesidad de que la Argentina vuelva a constituirse como un centro regional ineludible para las cadenas globales de valor. Con la urgencia por una política de Estado productiva como trasfondo, dialogó con Ámbito sobre las ideas que componen el libro.
Periodista: ¿Por qué este contexto para sacar un libro de este tipo?
Matías Kulfas: Primero porque hay un cambio a nivel mundial muy profundo. Yo creo que lleva, por lo menos, 10 años dándose este cambio, pero después de la pandemia se aceleró a un ritmo muy vertiginoso, y con el regreso de Trump todavía más. Me parece que es fundamental para la Argentina que se tome nota lo más rápido posible de estos cambios, de cómo se gestaron y de qué es lo que se ha ido modificando para actualizar los diagnósticos y tener otro tipo de abordaje de los problemas económicos y sociales.
P.: Señala dos dogmas que están de los dos lados de la grieta, planteando que uno es insostenible y que el otro tiene inconsistencias. ¿Cuáles son las líneas de política de Estado que precisan encontrarse en el medio?
M.K.: Me parece que hace rato se enfrentan dos visiones muy desencontradas. Una que es la del liberalismo o los libertarios, que es la del Estado prescindente; y del otro lado, una mirada que le pone demasiado énfasis a la función estatal, en un país como Argentina que ha tenido muchas dificultades para construir capacidades estatales. Uno no puede estar dogmáticamente en contra de un Estado muy fuerte, porque el Estado chino es muy fuerte y eficiente, con resultados indiscutibles en materia económica; y creo que Argentina no es un caso de estatismo, porque se discute el papel del Estado.
Me parece que lo que hay que buscar es ese equilibrio entre un Estado que ordene, coordine, genere estabilidad macroeconómica, tenga una actitud activa en el desarrollo y que tenga la capacidad de generar incentivos y direccionar hacia donde quiere que vaya el país. Es decir, que haya una relación armónica entre Estado y mercado, con tensiones y momentos de conflictos, pero no vivir ni en la prescindencia del conflicto ni en la prescindencia estatal.
P.: Existe una observación sobre la gestión de la que formó parte, en donde se confiaba “demasiado en que la expansión de la demanda sería suficiente” para el desarrollo productivo. ¿Dónde estuvo el inconveniente para el desarrollo?
M.K.: Creo que el gran problema que tiene el peronismo no son los dogmas, más allá de algunos sectores que son dogmáticos, sino algunas inconsistencias que hay. Claramente la expansión de la demanda por el lado del consumo es muy importante para un modelo de desarrollo. Ahora, si ese crecimiento de la demanda no viene acompañado de un crecimiento de la oferta productiva del país, el resultado en poco tiempo será una crisis en el sector externo, porque esa demanda va a ser abastecida crecientemente por importaciones y se te empiezan a caer los dólares; entonces necesitás o endeudarte o reducir las reservas.
La manera de resolver esto no es aplacar la demanda, sino trabajar en que su desarrollo sea armonioso con el aumento de la oferta productiva. Esto implica necesariamente política industrial, energética y tecnológica. Creo que estos han sido algunos de los problemas que han tenido los gobiernos peronistas en la historia y particularmente en el periodo que empezó en el año 2003. Lo digo justamente para hacer una revisión crítica de lo que hay que mejorar: el modelo peronista y justicialista es justamente ampliar el horizonte económico de expansión, la demanda interna y la inclusión social, pero eso requiere, indefectiblemente, programas productivos que tienen que ser del siglo XXI.
Por eso mi foco en la economía internacional: muchos países del mundo han revalorizado la política industrial, que es completamente distinta a la de hace 70 años. Hoy todo lo que tiene que ver con la economía del conocimiento es fundamental, porque es un insumo tecnológico clave en lo que tiene que ver con la producción del siglo XXI. Hay que entender lo que está ocurriendo con las nuevas energías y los minerales críticos, para que el país los explote, pero con un criterio no extractivista, sino de desarrollo económico.
P.: Todas estas cuestiones que mencionaba de desarrollo productivo y búsqueda de una integración de las nuevas energías o minerales eran cuestiones presentes en el discurso público y en la agenda de trabajo de la presidencia Alberto Fernández. ¿Qué faltó para concretar ese desarrollo sostenido que no sea solamente por la demanda existente? Es la observación que usted le hace al periodo.
M.K.: Ese fue un gobierno con un montón de dificultades. El problema de la pandemia convirtió la agenda económica en una agenda defensiva, para ver cómo se evitaba un colapso mayor del sistema productivo. Por otro lado, también hubo un montón de problemas macroeconómicos y una macro inestable juega en contra del desarrollo de proyectos productivos. Aún así, hay un montón de proyectos mineros energéticos que comenzaron en ese periodo: todos los proyectos de litio empezaron ahí; teníamos un montón de herramientas que apuntaban justamente a que la producción de litio no fuera simplemente para la exportación, sino para trabajar en una cadena para ese y otros minerales.
Todo eso desapareció de la agenda, porque lo que se plantea es que el privado haga lo que quiera. Veremos qué es lo que está funcionando bien en materia de minerales, porque los proyectos de litio ya venían de antes y todavía no está el RIGI funcionando a pleno. Uno esperaría que sí empiecen a arrancar algunos de estos nuevos proyectos, pero lamentablemente no tienen esta visión de un complejo de desarrollo productivo más integrado, sino de una cuestión meramente extractivista para exportación.
P.: En un fragmento relativiza la importancia de la democracia para el desarrollo productivo. ¿Cómo convive esa tensión?
M.K.: Lo que digo en el libro es que la democracia no es una garantía del desarrollo, es un fin en sí mismo. Dicho esto, la historia te demuestra que muchos países, sobre todo en el este asiático, han hecho un proceso de desarrollo productivo espectacular con gobiernos autoritarios. Insisto: no quiero relativizar el peso de la democracia, sino al contrario, pensar que nuestro gran desafío es lograr el desarrollo económico y la felicidad del pueblo argentino en democracia. Eso es lo que tenemos que trabajar y defender a toda costa, porque incluso las experiencias autoritarias en Argentina han sido sumamente regresivas para el desarrollo del país.
P.: Más allá de que los modelos económicos son difíciles de importar, ¿es la institucionalidad la principal barrera para adoptar las políticas de desarrollo económico asiáticas? El caso de Corea del Sur es algo que aborda mucho en su libro.
M.K.: Creo que ningún modelo es importable porque las instituciones son el resultado también del tipo de sociedad y los actores que tenés. Lo que sí creo es que estudiar otras experiencias exitosas en materia de desarrollo te sirve para inspirarte y ver qué aspectos positivos de esas experiencias se pueden utilizar. Algo que hay que tomar en consideración es la vocación industrialista que tuvieron esos estados, la consolidación de una estructura estatal con mayores capacidades para disciplinar también al sector empresario.
Creo que al sector empresario hay que plantearle un proyecto y esto implica muchas veces tensionar. Esto requiere un estado que tenga capacidad de gobernar y de imponerse. Lo que muestra la experiencia asiática es que la política pública tiene premios y castigos; incentivos muy claros, créditos favorables para los sectores productivos, exigencias de cumplimiento de metas y penalidades por incumplimiento. Creo que en América Latina muchas veces hubo incentivos, pero fue mucho más laxo a la hora de controlar el cumplimiento de las metas.
P.: Con respecto al ascenso de las nuevas tecnologías: el peronismo construyó un movimiento con el trabajador asalariado sindicalizado y hoy hay un universo muy grande de trabajadores informales de distintas categorías, porque hay programadores por fuera del mercado formal con distintas condiciones que un cartonero. ¿Cuál es el sujeto político hoy a observar y representar?
M.K.: Hay que entender que el cambio tecnológico se ha producido a nivel mundial, se va a acelerar en los próximos años y está modificando la forma de trabajo en general. El formato tradicional de trabajador asalariado de tiempo completo se consolida en el mundo como una forma más y ni siquiera como una forma predominante. Antes que pensar en una dicotomía entre el trabajador asalariado formal tradicional y el desocupado o el informal, lo que creo es que empiezan a convivir estas formas mixtas dentro del mercado laboral, con gente que destina parte de su tiempo a un trabajo tradicional y lo combina con un emprendimiento propio o con este tipo de esquema de trabajo plataformas. Eso es lo que probablemente se profundice en los próximos años.
Me parece que cualquier fuerza política que obvie este cambio le va a estar hablando a una proporción cada vez menor de la población. Estamos en un momento de cambio tecnológico feroz con el tema de la IA. Vos podés ver con mucha claridad cuando hay un cambio tecnológico qué tipo de trabajo se pierde; lo que no podés ver de antemano son los que se van a crear. Con la IA muchas cosas se van a simplificar y van a ser mucho más sencillas de implementar, con muy bajo capital. Yo no romantizo la época, porque veo un montón de problemas en esta mercantilización extrema del tiempo, pero hay que entender lo que está pasando para poder hablarle a otro tipo de personas.
P.: Aquí se abre otro debate porque los unicornios o las grandes compañías digitales logran democratizar las tecnologías de forma más rápida que a lo que puede llegar la política. ¿Qué tecnología social puede desarrollar en el Estado para alcanzar una igualdad digital?
M.K.: La tecnología va mucho más rápido que la tecnología social, en el sentido de la capacidad estatal y política para incorporar esos cambios tecnológicos y llevarlos a una estrategia de inclusión social, de justicia social. El riesgo de todo esto es que nadie administre la transición. ¿Qué pasa con los que pierden empleos en esta transición? ¿Qué pasa también con posibles abusos dentro de estas grandes corporaciones tecnológicas? Me parece que lo fundamental es pensar en estados que tengan un diálogo regulatorio fuerte en la región mundial también, porque esto no se resuelve en un solo país; tiene que haber una estrategia regional y globalizada.
También es importante discutir cada vez más a fondo la cuestión fiscal: hay modelos fiscales que están agotados, que son los modelos de llenar de un montón de impuestos pequeños que cobran un poquito a un montón de gente, y ser mucho más efectivos para cobrarles más a los sectores de mayor capacidad contributiva. Hay que pelear a nivel mundial por esto.
Yo destaco tecnológicamente lo que tiene que ver con los sistemas de pagos y el crédito. En Argentina el crédito del mundo productivo pymes es muy bajo porque hay poca plata en el sistema financiero formal por los años de desconfianza y porque en general el trámite de un crédito es engorroso. Frente a esto, las nuevas tecnologías te permiten movilizar mucho más fácilmente el crédito de los pequeños emprendedores. Todas estas cosas hay que explorarlas sin prejuicios.
P.: En el libro cita el ejemplo de los países que reciben ayuda para su desarrollo y después tiran la escalera. ¿No hay una contradicción entre un desarrollo global integrado y los intereses nacionales de cada país? China pudo haberse desarrollado, pero su estrategia de crecimiento no implica nuestro crecimiento.
M.K.: Claro que no. Todo esto tiene que ver con qué estrategias tiene uno para integrarse al mundo. El modelo de globalización chino fue muy exitoso, por cómo se integró. Lo primero que hay que tener claro es el proyecto nacional, y China claramente lo tuvo. Si tenés temas básicos resueltos, va a surgir espontáneamente o con más facilidad cuál es la estructura de alianzas y acuerdos mundiales que hay que hacer.
La primera discusión que en la Argentina viene muy rezagada es el proyecto propio. ¿Cómo logra la estabilidad económica? ¿De qué manera se inserta en el mundo? ¿Cuáles son los sectores prioritarios? ¿Cómo genera ámbitos más propicios para la inversión privada? Esta es la discusión de fondo. Una vez que tenés claro eso, te vas insertando en esta nueva globalización que empezó hace unos años.
P.: En este proceso de desarrollo industrial con objetivos claros, ¿cuáles detecta que son los mejores aliados que puede tener la Argentina?
M.K.: Lo primero que hay que mencionar son los acuerdos regionales: ahí hay una fortaleza que ha sido descuidada y más en estos tiempos de cadenas globales más cortas. Creo que hay cosas que te dan un beneficio importante; yo tengo la aspiración de que Argentina, con Brasil y con Chile, armen una estrategia para desarrollar la cadena de litio de manera completa. Así Argentina no se quedaría solamente en la producción primaria de litio, sino que utilizaría al recurso como un imán para negociar inversiones automotrices eléctricas.
Me parece justamente que más que alinearse hay que utilizar la disputa entre Estados Unidos y China para negociar inversiones para el país. Pero si no sé a dónde quiero ir, por más viento de cola que haya me voy a estrellar o no voy a ir muy lejos. Si el objetivo nuestro es tener una cadena de autos eléctricos en el Mercosur, eso me da un primer elemento para negociar el correcto aprovechamiento de los principales actores mundiales, que hoy son Estados Unidos y China.
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