Cortázar que era poco dado a archivar su correspondencia y odiaba “esas cartas literarias, cuidadosamente preparadas”, pero las que había dejado permitieron que Aurora Bernárdez, su primera esposa y albacea, organizar en cinco volúmenes el epistolario del autor de “Rayuela”. Hace tiempo que se espera algo semejante con las cartas de García Márquez, Fuentes y Vargas Llosa. Afortunadamente acaba de aparecer “Las cartas del Boom” con las 207 cartas que se cruzaron, entre 1959 y 2012, los miembros de lo que García Márquez irónicamente denominaba La Mafia, extraordinario diálogo polifónico con sorpresas, asombros, confrontaciones, diversiones y una jugosa chismografía literaria que sobresalta al lector en una buena mayoría de los textos. Si el estilo es el hombre, como señala el conde de Buffon, se palpan las marcadas diferencias entre ese cuarteto de amigos, especialmente entre Fuentes y Cortázar, García Márquez y Vargas Llosa. Las cartas hablan de sus pretensiones y adhesiones. Se ve como los “fab four” de la literatura latinoamericana según Luis Harss, que, a la vez, desde la revista Primera Plana, en 1966 los proclamó El Boom, fueron construyendo su destino.
Salen a la luz las cartas de cuatro figuras del “Boom”
Con acierto los compiladores y editores de la obra afirman que más que una colección de misivas es una narración continua de picos dramáticos, cómicos y aún tragicómico, una colección abierta y estimulante, una relación de prodigios que despliega al máximo las afirmaciones, negaciones y contradicciones, cuatro magnos autores latinoamericanos que escribieron novelas totalizantes, forjaron una sólida amistad entre ellos, compartieron una activa vocación política con adhesiones y confrontaciones por el socialismo y la Revolución Cubana, logrando difusión e impacto internacional. “Dos de ellos ganaron el Nobel, y los otros dos lo hubieran merecido”. La obra se divide en dos partes, la primera, siguiendo una fórmula usada por García Márquez se llama “Pachanga con compadres” y la segunda, como lo fue, “Fin de fiesta”. Apenas se entra en la música de las cartas el lector se ve arrastrado por el ritmo de esa imperdible pachanga.
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