1 de octubre 2001 - 00:00

Terror Talibán

Guerra sin fin: La Alianza del Norte continuaba luchando contra los talibanes la semana pasada
Guerra sin fin: La Alianza del Norte continuaba luchando contra los talibanes la semana pasada
Debe tomar una difícil decisión, a sabiendas de que los aviones de guerra estadounidenses se dirigen a Afganistán. Puede llamar por radio a los guerrilleros talibanes de la guardia personal de Osama bin Laden, y ordenarles que entreguen ese "huésped" a la justicia. O negarse a ello, y convertir a Afganistán el núcleo de la guerra contra el terrorismo que declaró el presidente Bush.
En estos momentos de crisis, este antiguo líder religioso aldeano de 41 años estará seguramente sentado con las piernas cruzadas, tal y como suele hacer durante la lectura del Corán, su guía espiritual, desde la creación del movimiento Talibán en 1994, cuando pasó de ser un devoto musulmán desconocido a líder espiritual del movimiento y finalmente jefe supremo de los Emiratos Islámicos de Afganistán. Un periodista de TIME que lo entrevistó hace algunos meses dice que Omar lleva ya tiempo viendo los peligros que le acechan. "¿Que si lo invitamos?", dijo de bin Laden. "Ya estaba aquí. Pero no sabemos cómo deshacernos de él, o dónde enviarlo". Su dilema adquirió proporciones astronómicas y nadie sabe si Mohammed Omar comprende realmente las consecuencias.

Con su dura versión del Islam "puro" y para mantenerse en el poder, los talibanes han hecho de Afganistán una meca del terrorismo, un país cuya aureola de creciente islamismo ha atraído a todo tipo de musulmanes que quieren tomar parte en la gran victoria afgana. A muchos les cautiva no sólo bin Laden y su banda, sino también el ideal de "talibanizar" a todo el mundo musulmán. Según cálculos de la CIA, de los miles de guerrilleros salidos de los campos de entrenamiento de bin Laden, sólo 3.000 le siguen siendo leales. Pero la afinidad de ideas y comunidad de intereses existentes entre bin Laden y Omar, y entre las células de al-Qaeda y los talibanes, es tan inextricable que para acabar con el terrorismo será necesario eliminar a ambos.
Ningún país en el mundo ilustra mejor que Afganistán la ley de las consecuencias inesperadas. La historia se inicia en 1979, cuando la Unión Soviética invadió este país en continuo conflicto para imponer un régimen comunista títere. Viéndolo desde la perspectiva de la Guerra Fría, EE.UU. vio la oportunidad de enfrentarse a su rival de una manera más convencional, sobre el terreno. De esta forma armó y financió a un pequeño ejército, los mujahedin o guerreros santos, a los que apoyaba EE.UU no sólo a través de las diversas tribus afganas sino también con voluntarios musulmanes, incluido Osama bin Laden, que veían en la resistencia contra los soviéticos una defensa del Islam ordenada por Dios. Y ganaron, forzando el repliegue de las desmoralizadas tropas soviéticas en 1989.

Para EE.UU., Afganistán quedó en el recuerdo como una de las últimas batallas decisivas para la victoria final de la Guerra Fría. Estados Unidos también perdió el interés por este país en ruinas. Las constantes luchas entre los Pashtun y las demás minorías étnicas habían continuado mientras seguía la lucha contra los soviéticos, y acabó con lo que quedaba de Afganistán. El país se sumió en un sangriento caos: líderes políticos que formaban brigadas, caciques guerrilleros que se apropiaban de feudos y asesinato de civiles. Las tierras cultivables se secaron, las ciudades quedaron en ruinas y unas 5 millones de personas huyeron del país. Las únicas fuentes de ingreso eran el contrabando y el tráfico de drogas.
Muchos afganos atribuyeron esta tragedia a "la gran traición americana". Tras pelear en la línea de frente en una guerra estadounidense, ahora se les abandonaba a su suerte en un país desolado. EE.UU., y el resto de Occidente, prácticamente no hicieron nada para reconstruir Afganistán.

A mediados de 1994, el Mullah Omar tenía 35 años, que predicaba en una mezquita de su aldea natal Singhesar, cerca del centro religioso de Kandahar, dejó su Corán y decidió pasar a la acción. Como tantos otros santos y tiranos que le precedieron, Omar dice que descubrió su destino en un sueño: Dios lo llamaba a salvar a su país de los caciques. perdió el ojo derecho contra los soviéticos cuando era un joven mujahedin. Según cuentan los talibanes, reunió a 30 hombres para vengar el rapto y violación de dos mujeres, y lograron capturar y ejecutar al autor de los hechos. Según el propio Omar, había nacido un movimiento "de un grupo de jóvenes devotos, decididos a imponer en la tierra las leyes divinas, y preparados a sacrificarlo todo en aras de este objetivo".

Los miembros de este pequeño grupo, que se llamaban a sí mismos como talibanes (estudiantes del Islam, y de modo más poético estudiosos del conocimiento), comenzaron a tomar la ley en sus manos y la impusieron en su ciudad. Juraron llevar la paz, la ley y el orden, y un islamismo "puro" a Afghanistán. Inspirados por el extremismo de Omar, el islamismo de los talibanes es único en su género, con una rígida aplicación de las leyes musulmanas y una profunda devoción hacia una Guerra Santa eterna. Se trata de un fundamentalismo que proviene de la secta Deobandi del islamismo sunnita. La secta toma su nombre de una aldea en la India donde se encuentra una importante madrasah, o escuela religiosa, que considera a las mujeres "profética, religiosa y biológicamente" inferiores a los hombres.

Los afganos se adhirieron en masa al movimiento Talibán. Jóvenes que vivieron en los campos de refugiados en Pakistán, pasaron años radicalizados en las muy conservadoras escuelas islámicas de las fronteras, donde los oradores Pashto memorizaban el Corán en árabe y se imbuían en la retórica de la Jihad. Volvieron a su país natal para seguir al Mullah tuerto. Los constantes éxitos del movimiento Talibán atrajeron a otros afganos del sur del país, principalmente Pashtun, que poco conocían del mundo además de su arrasado terruño.

En 1994, el Gobierno paquistaní de Benazir Bhutto necesitó ayuda para abrir rutas comerciales rumbo a Asia Central que debían pasar por el peligroso Afganistán. Un cacique afgano había secuestrado un convoy de vehículos paquistaníes, y Bhutto envió un ministro a Kandahar para pedir ayuda a los talibanes. Los efectivos de Omar recuperaron el convoy, gracias al cual obtuvieron fondos, armas y ayuda militar paquistaní. Los talibanes financiaron el entrenamiento de guerrilleros, recrutaron simpatizantes en las fundamentalistas madrasahs de Pakistán, y consiguieron armas y combustible.

Esto dio a los Talibán la fuerza necesaria para convertir sus aspiraciones de ley y orden en una lucha por el poder del país. Obtuvieron un gran apoyo popular en octubre de 1994, cuando tomaron Kandahar casi sin disparar un tiro. Los caciques simplemente comenzaron a rendirse a esta fuerza, ahora bien pertrechada y que marchaba hacia Kabul.

Antes de que Omar partiera de Kandahar, abrió la bóveda de mármol en el santuario más sagrado de la ciudad y mostró el venerable manto del profeta Mahoma, que sólo pudo ser contemplado en dos ocasiones en más de un milenio. Esto fue un motivo de inspiración para los soldados talibanes en el asalto final contra Kabul en 1996. Hasta EE.UU. daba el visto bueno tácito para que Pakistán y Arabia Saudita apoyaran a este movimiento, con la esperanza de acabar con el tráfico de heroína, abrir paso para un gasoeducto, y poder aislar a los chiítas iraníes.

Pero no todo afgano simpatizaba con los Talibán, que había surgido de la muy conservadora región del sureste y cuyo móvil era el orgullo Pashtun. Otras minorías étnicas y disidentes religiosos los combatieron por el control de las ciudades más importantes y de la capital, además del norte del país que en su mayoría no es Pashtun. Si bien los talibanes controlan hoy en día un 90% del territorio afgano, siguen librando feroces combates para dominar el resto.

A las puertas de Kabul, los talibanes encontraron a benefactor entusiasta. Osama bin Laden había aportado parte de la fortuna de su familia para financiar a los mujahedin anti-soviéticos, y necesitaba un nuevo hogar ya que Sudán había cedido a las presiones estadounidenses para expulsarlo de su territorio. A cambio de un refugio en los intrincados valles y accidentados pasos montañosos afganos, bin Laden ofreció dinero y guerrilleros para la causa de los talibanes. Se sabe que aportó 3 millones de dólares que permitieron al movimiento tomar la capital y con esto el país el 27 de septiembre de 1996.

El Talibán es uno de los regímenes más herméticos del mundo, fanáticamente leal a uno de los líderes más misteriosos del planeta. El devoto Omar se ha autoproclamado Amir-ul-Mominín (Comandante de los Fieles), y vive aislado en una mansión fortificada en Kandahar desde 1999, cuando una bomba mató a 40 personas cerca de su aldea natal. No permite que lo fotografíen, y pocas veces aparece en público.

Prefiere gobernar desde las sombras en Kandahar, y su temido Ministerio de Promoción de la Virtud y Prevención del Vicio es el que aplica la ley de los talibanes mediante policías religiosos que usan turbantes negros. La vida está severamente limitada por una interminable serie de pequeñas leyes, pero que en conjunto conforman una variante del Islam que en opinión de académicos musulmanes es única en su tipo. En un país donde no hay televisión y sólo existe radio musulmana, Omar demuestra poca consideración por el resto del mundo, que parece conocer poco. Funcionarios y clérigos talibanes, sometidos a presión internacional, discutieron a principios de este año si debían destruir unas estatuas de Buda en la localidad de Bamiyan, monumentos de 1.500 años de antigüedad. Se dice que Omar dio la orden: "destrúyanlas, son sólo piedras".

Fuentes de inteligencia afirman que hombres de bin Laden se han infiltrado en los principales ministerios talibanes, especialmente el de la Virtud y el Vicio, donde al parecer argumentaron expusieron fervorosos argumentos para destruir los Budas de Bamiyan. El Ministerio del Exterior ruso reportó el 30 de agosto que bin Laden es el ministro de Defensa extraoficial del país. Bin Laden está aliado con la línea dura de los talibanes, y los moderados (que los hay) del movimiento quisieran verlo desaparecer en el desierto.

Dicen que bin Laden cuenta con una brigada de 1.000 hombres que combaten con los talibanes en contra de la Alianza del Norte. No sólo son militantes árabes de todo el Medio Oriente que quieren transformar los regímenes seculares de sus países en estados como el Talibán, sino también revolucionarios islámicos de Uzbekistán y separatistas Uighur de China. El 9 de septiembre fue asesinado Ahmed Shah Massoud, líder de la Alianza del Norte y principal enemigo de los talibanes.

Muchos eruditos musulmanes afirman que el islamismo de los talibanes se aparta demasiado de la letra y espíritu del Corán. "En realidad van improvisando sobre la marcha", afirma Julie Sirrs, antiguo analista de la Agencia de Inteligencia de la Defensa que estudia el movimiento. Además, su régimen de represión cívica lo ha convertido en un paria incluso ante el resto del mundo islámico. Pakistán y Arabia Saudita son los dos únicos países que mantiene relaciones diplomáticas con los talibanes.
Los eventos del 11 de septiembre han distanciado a Pakistán y los talibanes, y los EE.UU. se han puesto en contra por las actividades de bin Laden. Washington debe decidir cómo erradicar una amenaza terrorista surgida en un país que hasta ahora acabó con todo aquél que intentó invadirlo. En Afganistán, la guerra es una forma de vida. La semana pasada, cuando se supo de una posible acción de EE.UU., Omar declaró: "La nuestra es una jihad contra los que produjeron sufrimiento para el pueblo afgano y violaron las enseñanzas islámicas. Los Talibán combatirán hasta que en Afganistán no quede más sangre que pueda derramarse". Esta sangre sería no sólo afgana, sino también estadounidense.

-Informes de Tim McGirk/Islamabad, Michael Fathers/Nueva Delhi, Massimo Calabresi y Douglas Waller/Washington

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