Cristina de Kirchner, con toda su energía, ayer habló sobre energía. Del «problema del mundo del siglo XXI», no sólo de una crisis que afecta a la Argentina en los últimos años de administración kirchnerista. Se acepta el problema que se negó en el gobierno anterior, bajo la excusa de que es un problema de todos. Lo mismo podría ocurrir, en el futuro, con la inflación (cuando, como se sabe, la inflación en la Argentina es diferente de la del resto del mundo a pesar de los guarismos oficiales). Justo habló de la solidaridad en esa materia sensible con los vecinos, cuando Bolivia, vía su influyente vicepresidente, Alvaro García, dijo que hasta 2012 -con buena voluntad- no le podrá aumentar la venta de gas a la Argentina y, en el mismo día en que se licita un gasoducto para trasladar lo que desde Bolivia no vendrá (hasta 2012, quizás, siempre y cuando alguna vez se certifiquen las reservas). Se podría pensar que estos nuevos datos eran desconocidos por la Casa Rosada.
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Merece leerse el mensaje que pronunció la Presidente, nutrido obviamente por las mismas fuentes que asesoraban a su marido. Es de suponer. Habló, por ejemplo, de la incorporación este año de 2.659 megavatios: cualquier ingeniero especializado dirá que no se incorporó nada, que no se expandió la oferta, que se despacha lo que antes existía y que ese tipo de afirmación es como volver a inaugurar una planta de las que se hicieron en los 90 (aunque esa cita promueva recuerdos escandalosos para ciertos oídos). Habrá, sí, expansión, en el segundo semestre con dos nuevas centrales abastecidas -claro- con elementos escasos y caros: gas o gasoil. Fue todo lo que se alcanzó con la prisa por la imprevisión.
También planteó que Brasil y Bolivia estaban en crisis semejantes -consuelo inútil, por otra parte si fuera cierto- cuando, en verdad, la crisis sólo está en la Argentina (y en Chile, país al que se le restó provisión vulnerando los contratos). Reclamó la necesidad de tener a Venezuela en el Mercosur para completar la ecuación energética, casi un objetivo de vida, como si cualquier país no pudiera comprar petróleo en el mercado. ¿Acaso habrá que pensar en el trueque, en cambiar fideos o leche por petróleo? Brasil casi no compra petróleo en Venezuela, tampoco lo hace Chile: sólo adquieren donde les parece más conveniente o barato. Poco serio entonces ese párrafo al margen de que por otras múltiples razones, quizás, Venezuela como Estado bien podría ampliar las posibilidades del Mercosur.
Insistió con el tema de la fraternidad y la solidaridad en materia energética. Es un cambio, tal vez, a la reunión de Iguazú en 2006, cuando Lula pidió negociar juntos frente a la nacionalización de gas en Bolivia. Entonces, se optó por una vía propia, se le concedió el triple de precio a Bolivia para cuadruplicarle las compras (con lo cual se marginaba a Brasil, que pagaba menos) para concluir el último viernes, en Buenos Aires, reclamándole a Lula el favor de que aporte algo de gas ( cuestión que ya negaron, por supuesto, el propio mandatario «no tenemos ni una gota», le comentó a Mauricio Macriy el titular de Petrobras, José Gabrielli, quien parece no caerle en gracia a la mandataria argentina). Esa solidaridad sobre la que pregonó ayer, sin embargo, en más de una ocasión apareció sospechada (sea por Chile o el Uruguay). Hasta ahora, esa ha sido la política en grandes rasgos, negándose inclusive -lo que sí hace Bolivia-a brindar incentivos de precios para productores cuya actividad no es rentable ni para posibles inversores. Al margen de la sospecha comercial que supone este juicio, seguramente en el pensamiento oficial, lo cierto es que tal vez no haya colapso energético en la Argentina -como afirmó la Presidente, alarmada por ciertas apreciaciones dramáticas de la prensa-, pero es indudable que el sector industrial sufrirá más de lo que padeció hasta ahora por lo que no se quiere ver.
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