El 2 de diciembre de 1993, cuando Escobar cayó en una operación policial, se marcó una línea de cambio no sólo en la historia de Colombia, sino también en el tráfico de drogas, que comenzó a esparcirse sin freno en todos los rincones del país. Los grandes jefes desaparecieron para darles paso a "narcos de bajo perfil".
Los carteles de Medellín y Cali, liderados por Escobar y los hermanos Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela, respectivamente, controlaban la producción y distribución de la droga que salía del país en cantidades exorbitantes hacia Estados Unidos y Europa. La disputa entre ambas bandas dejó cerca de 20.000 víctimas.
El narcoterrorismo, que según el director del Centro de Estudios Constitucionales Plural, Armando Novoa, buscaba "doblegar la voluntad del Estado con actos de terror, para lograr una negociación", dejó gran parte de las modalidades de violencia que existen en el país.
Atentados con coches bomba, asesinatos de líderes políticos y sociales, intimidaciones, extorsiones, secuestros y un aumento indiscriminado de los homicidios por encargo son todavía el fundamento de quienes heredaron de Escobar su accionar delictivo.
Según Novoa, "Escobar fue el paradigma de ese tipo de estrategias" que también fueron implementadas, inclusive de un modo más "macabro", por las guerrillas de las FARC y del ELN, y por los paramilitares de ultraderecha.
La caída de "El Patrón" y la posterior captura y extradición hacia Estados Unidos de los Rodríguez Orejuela convirtieron al narcotráfico en un modo efectivo de financiación que se esparció hacia las guerrillas y los paramilitares, incluyendo a las bandas surgidas tras la desmovilización de las bandas de ultraderecha.
En la actualidad, la forma de operar es completamente diferente a la de hace veinte años, cuando el narcotráfico estaba empezando a convertirse en un problema de grandes magnitudes.
Las autoridades han podido identificar a más de 126 organizaciones que, aunque con menores capacidades, han mantenido vivo el negocio.
A diferencia de Escobar, los jefes de estos "babycarteles" prefieren evitar ser identificados y viven sin extravagancias ni lujos. En su mayoría, son empresarios e industriales que "lavan" el dinero en compañías o negocios "fachada" difíciles de identificar.
Como lo asegura el exsenador izquierdista Carlos Gaviria, "los grandes carteles se dividieron en muchos pequeños grupos, que se hicieron menos perceptibles".
Aunque la producción de cocaína sigue concentrada en Colombia, en donde ahora también se cultiva gran parte de la hoja de coca, que igualmente es adquirida en Perú y Bolivia, su distribución está en manos de capos mexicanos que asumieron el control de las rutas y con quienes se crearon alianzas multicriminales.
El representante en Colombia de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, Bo Mathiasen, cree que esa "pulverización" de los carteles generó redes dedicadas al "narcomenudeo" no sólo en los mercados tradicionales, sino también en regiones como Sudamérica, en donde el consumo de drogas ha aumentado considerablemente.
Las rutas aéreas y marítimas del narcotráfico en Colombia siguen activas y organizaciones como las FARC, que celebran desde hace un año un proceso de paz con el Gobierno colombiano en Cuba, en el que se incluyó esta problemática, reciben anualmente cientos de millones de dólares producto del ilícito.
La solución al problema de las drogas está en constante debate en un país en el que la producción de cocaína oscila, según la ONU, entre 200 y 300 toneladas por año. En 2012, durante la Sexta Cumbre de las Américas, el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, pidió buscar alternativas frente a la lucha convencional.
Con la idea, Santos abrió una de las cartas que los gobiernos tendrían para terminar con este "seductor" negocio en el que quienes más ganan no son, de acuerdo con Stratfor, quienes la producen, sino quienes la comercializan.
Agencia DPA |
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