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“A Tato Bores lo censuraron por la décima parte de lo que digo yo”
Periodista: «Mi bello dragón» llegó a convertirse en un clásico de la comedia musical infantil. ¿A qué atribuye hoy su eficacia?
Enrique Pinti: Tiene una cosa disneyniana avant la lettre. Después de que a Disney lo congelaron, los nuevos directivos de la compañía se dedicaron a desmitificar sus cuentos. Desde «La bella y la bestia» en adelante hubo una reivindicación de las minorías. Y eso yo ya lo había hecho en el 68. En esta obra desmitifiqué a los reyes y princesas y también a los monstruos.
P.: Es cierto, su dragón Cirilo en lugar de asustar recurre a la picardía porteña...
E.P.: Aunque debo admitir que la idea no es original. La tomé de una historieta del propio Disney, «El dragón chiflado», que salía en la revista del Pato Donald. Sólo que aquel dragón era bueno porque estaba loco. También me inspiré en «El bufón del rey» de Danny Kaye, que es una sátira de 1956 a las películas tipo Robin Hood. Y para la Princesa Terremoto, también tomé algunos rasgos de Turandot. Al igual que aquella loca, ésta les impone a todos los aspirantes a su mano unas pruebas tremendas. Esas fueron mis fuentes de inspiración, por no decir que las copié, porque queda feo. Son «homenajes», como se dice ahora. Siempre tuve mucha suerte con esta obra, cada vez que la llevo a escena consigo elencazos. ¿Sabe quién hacía de Princesa Terremoto cuando la reestrené en el 2002? Elena Roger (la protagonista de «Piaf»).
P.: ¿Sigue con «Antes de que me olvide»?
E.P.: Seguimos hasta fin de agosto y después nos vamos de gira por el interior porque en septiembre se estrena el musical «Sweeney Todd», con Julio Chávez y Karina K.
P.: ¿Qué otros proyectos tiene en vista?
E.P.: Un thriller que va a dirigir Alberto Lecchi, con Julio Bocca interpretando a un divo de la danza que en su vida personal es una persona muy desagradable y dañina. Yo hago a un ex escenógrafo que se va quedando ciego durante el montaje de la ópera «Eugene Onegin» y que luego se convierte en crítico de danza. El está tan fascinado con este bailarín y quiere aislarlo para que sólo se dedique a la danza y no siga haciendo daño.
P.: Parece la historia de «El coleccionista».
E.P.: Tiene algo. El problema es que todo quedó trabado con el problema del Teatro Colón, en donde íbamos a filmar. El año pasado presentamos el proyecto en la gobernación de San Luis y ahí quedó. Todavía seguimos esperando. Pero Lecchi me dijo que está un poco podrido y que a lo mejor este proyecto no sale por culpa de «Oneguin» que como usted bien sabrá, es «yeta». Ahora estoy viendo si aprueban el piloto de «José Piedra», un unitario televisivo sobre un tipo que también es un yeta total (interpretado por Fabián Vena) al que yo termino dándole buena suerte. Están negociando con América y Telefe para poder emitirlo después del Mundial de Sudáfrica.
P.: ¿Disfruta más de la ficción que de los monólogos políticos?
E.P.: El monólogo es mi marca de fábrica, además soy el único que va quedando. Pero a mí me encanta actuar, dirigir, hacer comedia musical y también cine; porque es muy pesada esta mochila, llega un momento en que te preguntan de todo y te convertís en un «opinator». Eso no sirve. Por otro lado, yo me desahogo muchísimo con los monólogos y, además, la gente te da pautas, te recuerda temas a los que uno no le dio importancia...
P.: ¿Se lleva bien con los taxistas que son como el sindicato de los «opinators»?
E.P.: Fantástico, pero me enloquecen. Primero, trato de ver como viene la mano. Si el taxista es medio facho, le digo: «¿Sabe qué? tengo un dolor de cabeza terrible».
P.: ¿Llegó a pelearse con alguno?
E.P.: Me peleé con uno solo, cuando me dijo: «Acá tienen que volver los militares». Esas son cosas que yo no puedo tolerar. Mire -le dije- yo he vivido bien durante todos los gobiernos gracias a lo que hago, pero eso no quiere decir que yo haya sido partidario de cada gobierno». Lamentablemente fue como hablarle a la pared.
P.: ¿Qué fue lo peor que le pasó por opinar de política?
E.P.: Hasta ahora nada. Se lo bancaron bien porque yo trabajo en teatro y sólo ocasionalmente hablo en televisión. No tengo un programa estable como el que tenía Tato Bores. Es curioso, a él lo prohibieron todos los gobiernos y no decía ni la décima parte de lo que digo yo. Es que uno jode más si está en televisión, en el teatro no molesta tanto.
P.: ¿Qué pasó con el ciclo «Pinti y los pingüinos» que se emitió por canal 9 en 1992? Un título profético...
E.P.: Ahí sí tuve algunos problemas, no directos, pero me sacaron varias publicidades y también hubo quejas de la Liga de amas de casa -nunca comprobadas- porque utilizaba un lenguaje subido de tono. Pero era un programa que se emitía a las 23.30.
P.: ¿Sigue pendiente de los noticieros?
E.P.: Ahora no tanto porque me hacen daño. El problema es que ya no le creo a nadie. Sigo viendo noticieros, pero cuando vuelven a hablar del crimen de la mujer que mató a otra con una maza, lo pongo a Lucho Avilés que me divierte más o veo algún otro programa de chimentos, como para aliviarme un poco. Es lamentable lo que le voy a decir pero esos son los programas cómicos de hoy.
Entrevista de Patricia Espinosa
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