29 de mayo 2009 - 00:00

“Aunque sea por un rato, somos todos iguales”

“Aunque sea por un rato, somos todos iguales”
El atleta Martín Giachetta cuenta su experiencia recorriendo el mundo tras los maratones. Pasó de compartir «Haima», con gente del Sahara, a rozarse con el gran lujo. Hoy tiene una empresa conformada por un equipo de profesionales dedicada a brindar asesoramiento en nutrición, entrenamientos y viajes.

Periodista: ¿Cómo comenzó a participar en maratones?

Martín Giachetta: Empecé desde muy chico a hacer deporte, siempre participaba en carreras populares y medios maratones, hasta que en 2006 empecé a dedicarme a correr maratones y triatlones de larga distancia por el mundo.

P.: ¿Cuándo nace www.viajarycorrer.com?

M.G.: El sitio nace como consecuencia de la pasión que tengo por el deporte, siempre quise tratar de ser feliz en mi trabajo y por eso poco a poco fui dando pasos con la creación de esta pequeña empresa que consiste en un equipo de profesionales en nutrición, entrenamientos y viajes.

P.: ¿Cómo es la logística precompetencia?

M.G.: La logística depende del evento al que vaya a participar, si sólo voy a correr un maratón, con una valija normal, las zapatillas, una camiseta y un short alcanza; si lo que voy a correr es un triatlón o una carrera de aventura por etapas, ya es más complicado, a la valija hay que agregarle la bici con su protección especial, traje de neoprén, carpa, todos los utensilios de camping, etcétera. Si se puede llegar por tierra, es preferible llevar el auto para poder los golpes que recibe el material en el avión o en el tren.

P.: ¿Necesita un tiempo de adaptación al lugar donde se realiza la competencia?

M.G.: Totalmente. Varía según el lugar donde vamos; por lo general, intento llegar a los sitios con dos o tres días de anticipación para estar tranquilo, y si es posible regresar un día después. Con respecto a la aclimatación, depende de la altura. Si vamos a correr por encima de 2.000 metros, la idea es entrenar previamente en estas alturas para preparar nuestro organismo y así minimizar el impacto de la aclimatación. Muchas veces me tocó viajar del invierno al verano o viceversa; en ese caso, lo mejor es llegar varios días antes para poder experimentar esas «nuevas» sensaciones.

P.: ¿Cuánto cuesta viajar a un maratón?

M.G.: El más caro es el de Nueva York, porque te obligan a ir con el tour operador de tu país. Cuesta aproximadamente unos 2.600 dólares con hoteles y avión incluidos. Si lo que hay que pagar es sólo la inscripción, oscila entre los 20 y los 100 dólares todas; ahora, si lo que vamos a correr es un Ironman, la media es de 500 dólares sólo la inscripción.

P.: ¿Qué conocen de la Argentina los maratonistas del exterior?

M.G.: Alguna vez en Estados Unidos me preguntaron dónde queda la Argentina, pero por suerte no es ésa la realidad. Nuestro país es muy conocido afuera, tanto por lo bueno como por lo malo.

P.: ¿Cuál es el perfil del corredor que se presenta en estos eventos internacionales?

M.G.: La verdad que a lo largo de los años que estoy corriendo por el mundo tengo que decir que no existe un perfil definido de corredor. Todos tenemos en común la pasión por el deporte, pero más allá de eso, hay gente de todo tipo, de todos los colores, te podés encontrar tanto al dueño de una gran empresa como a su empleado que ahorró todo el año para poder estar ahí. Creo que esto es lo bonito de correr, que aunque sea sólo por un rato, somos todos iguales, todos sufrimos mientras disfrutamos, todos tiramos para el mismo lado, todos queremos superarnos.

P.: ¿Qué recuerdos guardás de cada destino?

M.G.: Anécdotas tengo miles, entre compartir «Haima» (son las carpas donde viven los saharauis) con las familias del Sahara hasta dormir en un 5 estrellas en Nueva York frente al Central Park. Me pasó de todo, compartí momentos duros, momentos espectaculares, vi realidades y costumbres muy diferentes en cada lugar que visité. Pero sobre todo aprendí a ser más tolerante, aprendí que no somos el ombligo del mundo, que no somos los mejores ni los peores en nada, que hay que disfrutar a pesar de cualquier problema que se nos pueda presentar. Aprendí a valorar una charla, una cena, a compartir, pero por encima de todo aprendí que cada objetivo que nos proponemos en la vida, por más difícil que sea, lo podemos conseguir.

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