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Bach, por sus genuinos herederos
Guiados por Georg Christoph Biller, el Thomaskantor, y acompañados por la Orquesta Bach del Gewandhaus, los niños y jóvenes de Leipzig mostraron un nivel digno de tales antecedentes. Pocas agrupaciones corales en el mundo pueden exhibir un empaste y una cohesión semejantes, tanto en el «tutti» como en el «coro favorito» elegido por Biller para algunas páginas. Las voces infantiles (sopranos y contraltos) no tienen el sonido «fabricado» frecuente en coros de niños, sino una blancura natural.
Si bien cada uno de los números de esta gran liturgia católica escrita por Bach cuya génesis sigue planteando interrogantes es un universo en sí mismo, el hecho de que varios de ellos hayan sido escritos para otras circunstancias (como el «Osanna», original de la cantata profana BWV 215 «Preise dein Glücke, gesegnetes Sachsen!») y en distintos momentos, plantea un desafío a los intérpretes: el de lograr una continuidad sólida. Y la versión escuchada el lunes en el Colón lo cumplió.
La agrupación orquestal, algo reducida -con un oboe menos de lo que requiere el orgánico y un trompetista que también ofició de cornista, excelente en ambos papeles- brilló en todas las secciones. El hecho de que los instrumentos utilizados fueran modernos (cabe señalar la presencia de flautas con llaves de metal pero hechas de madera) no implicó una ejecución fuera de estilo, gracias a la inteligencia y conocimiento de Biller, quien imprimió a cada sección el tempo adecuado, excepción hecha tal vez del «Confiteor unum baptisma».
El cuarteto solista, mixto y discreto, tuvo a su cargo las arias y dúos; aunque todos fueron estilísticamente correctos, musicales y convincentes, algunas voces se encontraron en desventaja en un ámbito como el Colón, y el caso más evidente fue la soprano Gabriele Hierdeis. La mezzo Britta Schwartz (es aventurado hablar de «contralto» en una voz cuyos graves fueron prácticamente inaudibles) tuvo en el estremecedor «Agnus Dei» su mejor momento. Por su parte, el tenor Hans Jörg Mammel pareció forzado en sus intervenciones, probablemente por el 440 del diapasón, y su hermoso timbre se vio deslucido por una emisión tensa. El barítono Markus Flaig cumplió su parte con corrección.
Una sala no colmada pero sí respetuosa y concentrada ovacionó a los «Thomaner», los disciplinados y asombrosos niños que descienden de aquellos con los que casi tres siglos atrás renegaba el mismo Bach, y que hoy recorren el mundo con el legado inalterable de su música.
«Misa en Si menor», de J. S. Bach. Coro de niños de Santo Tomás y Orquesta Bach del Gewandhaus de Leipzig. Dir.: G. C. Biller. Mozarteum Argentino, décima función, primer ciclo de abono.(Teatro Colón, 1° de noviembre).
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