10 de enero 2012 - 00:00

Consagra Madrid la mayor exposición a Marc Chagall

«Moi et le village», una de las tantas obras que dedicó Marc Chagall a su ciudad natal de Vítebsk.
«Moi et le village», una de las tantas obras que dedicó Marc Chagall a su ciudad natal de Vítebsk.
El Museo Thyssen Bornemisza inaugurará a mediados del mes próximo una de las grandes exposiciones de la temporada 2012, dedicada al artista ruso Marc Chagall. Organizada en colaboración con la Fundación Caja Madrid, se enfocará en el papel que Chagall, uno de los nombres mayores del arte moderno y creador de un estilo personal e inconfundible, ha tenido en la historia del arte.

Estará compuesta por más de 150 obras, reunidas en ambas sedes, procedentes de colecciones e instituciones públicas y privadas de todo el mundo y, por sobre todo se pondrá énfasis en los asuntos bíblicos que preocupaban al artista y en su relación con los poetas contemporáneos, además de presentar distintas obras de escultura, cerámica y vitrales. Chagall fue uno de los artistas más destacados del siglo XX, al que aportó un lenguaje propio y un estilo único, imposible de encasillar en las varias tendencias contemporáneas.

Nació en Vítebsk, en Bielorrusia, el 7 de julio de 1887, de ascendencia judía y padres devotos de su credo. Vítebsk, ciudad del siglo XI, se integró al Imperio Ruso en 1772, al cabo de una larga dominación polaca y una breve dependencia lituana. Muchos de los temas de la pintura de Chagall serán trasposiciones de Vítebsk, de la vida familiar (eran diez hermanos), de su casa, de la numerosa comunidad israelita del lugar, de su infancia y adolescencia.

Atraído por el arte, entra en el taller del retratista de Vítebsk, y a los veinte años, en 1907, va a San Petersburgo. Rechazado en la Academia de Artes y Oficios, ingresa en la Escuela de la Sociedad Estímulo de Bellas Artes, cuyos cursos abandona, hastiado de una enseñanza rígida y vetusta. Pasa entonces (1908) a la academia de Lev Bakst, cuyos decorados y vestuarios para los ballets de Serguei Diaghilev asombran a París.

Es en las clases de Bakst donde Chagall halla los elementos que necesitaba su vocación estética. Una beca le permite instalarse en París, en 1910, y ponerse en contacto con los pintores y escritores que atizan el fuego del arte moderno, entre ellos, el poeta Guillaume Apollinaire, quien organiza una exposición de obras de Chagall para la vanguardista Galería Der Sturm, de Berlín, en 1914, muestra que ejerce influencia notoria en el desarrollo del Expresionismo. Una síntesis superadora de Fauvismo y Cubismo señala la obra del Chagall posterior a 1910.

Alcanza así una suerte de lenguaje expresionista, que, sin embargo, André Breton, jefe del surrealismo, ubicará entre los antecedentes de esta tendencia. Un violinista, un rabino, una pareja de enamorados, un saltimbanqui, un paisaje y toda una amplia gama de animales fabulosos dan vida al universo de este fascinante artista precursor del surrealismo y sobre el que el mismo Breton dijo: «Con él la metáfora hizo su entrada triunfante en la pintura moderna».

Es indudable que Chagall opera sobre la realidad, pero lo hace desde la memoria, a través de imágenes figurativas trazadas con fuerza particular y absoluta libertad, fuerza y libertad que, guiadas por una asombrosa imaginación, sortean las leyes físicas y pulverizan todas las convenciones artísticas. Vuelve a Rusia, pocos meses antes del estallido de la Primera Guerra, y se afinca en San Petersburgo. En 1915, se casa con Bella Rosenberg, su musa inspiradora. En ese marco, el amor embebió de poesía las creaciones de Chagall, el mundo de los amantes se establece para siempre en su obra.

Todo está dicho, en Los amantes, a través del color, especialmente el azul, que Chagall utiliza mayoritariamente en la década del 80. Sus tonos vibran con distintas intensidad, logrando realzar el contenido del cuadro dando vida a los personajes. El color define el cuerpo de la mujer y el rostro del hombre, que apenas se asoma; el color arma los ramajes que ocupan la parte superior de la obra, rodeando a los amantes; el color esquematiza la Torre Eiffel, que se alza en el extremo izquierdo; y el color, en fin, verifica la vecina presencia de la Luna.

La revolución de 1917 lo tiene entre sus defensores. Nombrado comisario de Artes de Vítebsk (1918), funda en su ciudad natal la Academia de Bellas Artes, que dirige y donde enseña. Disidencias con Casimir Malevich, padre del arte geométrico en Rusia, fuerza su renuncia en 1920. Chagall, entonces, se instala en Moscú. Sólo dos años han de pasar en la nueva capital de Rusia (y la Unión Soviética, desde 1922), donde hace decorados y vestuarios para el Teatro Estatal Judío, además de pintar murales en el foyer y la sala.

Estas obras señalan otro gran momento en la producción de Chagall, pero también una etapa renovadora en el arte dramático. Después de una estadía en Berlín, Chagall se aposenta en París, en 1923: se dedica también al grabado (ilustraciones para «Las almas muertas», de Gogol, y las Fábulas, de La Fontaine). Encargado de la ilustración de la Biblia, visita Palestina y Siria, en 1931.

Las acechanzas del nazismo, el clima de preguerra que vive Europa, sacuden a Chagall: su pintura, que se había alborozado ante los paisajes y las flores, se ensombrece a mediados del 30 con atisbos de tragedia y escenas sociales y religiosos (datan entonces sus estupendas Crucifixiones). Invitado por el Museo de Arte Moderno de Nueva York, se radica en los Estados Unidos, en 1941. La muerte de su mujer, en 1944, lo sume en nuevas evocaciones del pasado que cristaliza, entre otras, en su vasta tela «Alrededor de ella», una especie de síntesis de todos sus grandes temas.

Se despide de los Estados Unidos, en 1946, con una amplia retrospectiva en el MoMA, que lo sigue a París cuando retorna, en 1947. Tiempo más tarde, en 1949, se afinca en Saint-Paul-de-Vence, cerca del Mediterráneo, donde ha de morir el 28 de marzo de 1985, al borde de los noventa y ocho años. Más tarde, su estilo ganará en la sencillez y tersura, pero sin perder la vocación fantástica, ni el impulso de misterio y profecía, ni la ardiente piedad que todo lo movilizaba en Chagall.

Estos temas derivan de uno solo, el destino del hombre, entre el nacimiento y la muerte. Con un recorrido cronológico, tanto las obras reunidas el Museo Thyssen Bornemisza como las que se encuentran en la Fundación Caja de Madrid, se exhibirán para repasar toda la trayectoria de uno de los artistas más destacados del siglo XX; un creador singular que ocupa un papel clave en la historia del arte.

Las salas del Thyssen expondrán trabajos de sus primeros años y de su periodo en París, así como su experiencia en la Rusia revolucionaria y en Francia hasta llegar al exilio forzado en Estados Unidos en 1941. Además, la atención en las salas de la Fundación Caja Madrid se centrará en el período americano y en su evolución artística posterior, insistiendo en los asuntos bíblicos que preocupaban al artista y en su relación con los poetas contemporáneos.

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