"Final de Partida" figura entre las obras más destacadas de Samuel Beckett, junto a "Esperando a Godot". El escritor y dramaturgo irlandés recibió el Nobel de Literatura en 1969 por "renovar las formas de la novela y el drama y reflejar, a través de su escritura, la indigencia moral del hombre moderno". La versión que se estrenará el 22 de marzo en la Sala Casacuberta del Teatro General San Martín cuenta con la actuación del propio Alcón y un elenco integrado por Joaquín Furriel, Graciela Araujo y Roberto Castro.
Encerrados en un cuarto miserable, que los aísla de un mundo aparentemente vacío, cuatro personajes conviven entre silencios, réplicas y juegos repetitivos al borde del absurdo. Hamm, un anciano postrado en una silla de ruedas, mantiene una relación de mutua dependencia con su criado Clov, quien amenaza con abandonarlo pero no lo hace. En un rincón, tullidos y confinados en dos tachos de basura, los padres de Hamm, Nagg y Nell evocan el pasado entre comentarios irónicos.
Periodista: ¿Por qué cree que esta es una obra sencilla, sin enigmas ni soluciones, como alguna vez la definió?
Alfredo Alcón: Beckett dice: "No tenemos claves que ofrecer para desentrañar misterios que sólo ellos (los que preguntan) han inventado. Para cosas tan serias están las universidades, las iglesias, los cafés, etc.". ¿De qué sirve que cuente el argumento? Si yo contara "Hamlet" seguro que va a parecer una tontería. Un tipo al que los amigos vienen a decirle: "Está el espíritu de tu papá en la azotea y dicen que tu mamá y tu tío le echaron veneno en la oreja para quedarse con el poder". Es una pavada. Por eso Beckett destacó la extrema sencillez del tema y de la situación dramática de esta obra que va metiendo al espectador en su juego sin que se dé cuenta, y hace que sienta la inminencia de una revelación. Y él lo logra mediante vacíos que el espectador debe completar.
P.: El pesimismo de la obra se va atemperado con humor negro.
A.A.: Toda obra que apela a la imaginación y al misterio no es pesimista. Pesimismo es creer que la gente busca entretenerse y salir de la sala como si nada hubiera pasado. Esta es una obra que no deja a nadie indiferente. Cuando la estrenamos en 1990, en el teatro de Alejandra Boero, generó toda clase de interpretaciones. Me llegaron a decir que Hamm era Estados Unidos y Clov era América Latina. Otros veían en ellos las dificultades de todo vínculo afectivo. Beckett no quiso hacerse el difícil. El misterio que él plantea requiere de una disponibilidad de alma y de imaginación. Las grandes obras merecen el silencio.
P.: ¿Quiere decir que no hay que explicarlas por anticipado?
A.A.: Merecen que las escuchemos y nos entreguemos a lo que sintamos. Y si no nos pasa nada, paciencia. A lo mejor no era el día para ir a verla. El lenguaje de la obra es muy llano, no tiene mayores dificultades. Para apreciarla hay que ser sensible, no "culto". Porque entre los cultos hay cada estúpido...
P.: ¿De qué cosas disfruta fuera de la actuación?
A.A.: No tengo una actividad en especial. Me gusta leer, charlar con gente que me estimula y, además, me encanta no hacer nada.
P.: Al público también le gusta verlo en televisión.
A.A.: Nunca paré el tránsito con mi presencia, pero tuve la suerte de que el público no me tratara como a un ídolo, sino como a un amigo: "¿Cómo está Alfredito? ¿No está más delgado?". Es algo que no voy a poder pagar con nada. Es muy lindo ser admirado, pero si uno está triste o medio destemplado eso no consuela ni da calor. En cambio, recibir afecto me hace muy bien.
P.: Pero cuando alguien lo llama "maestro" hace como que no escucha...
A.A.: Porque sería tonto pensar que soy un maestro. Yo, mientras viva, quiero seguir siendo alumno. El día que uno cree que lo sabe todo, es porque buscó poco.
Entrevista de Patricia Espinosa |
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