Vera Cirkovic hizo una impetuosa Juana de Arco en el oratorio de Honegger, cuya conocida versión de Roberto Platé se constriñó al escenario del Coliseo.
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«Juana de Arco en la hoguera». Oratorio dramático (1938). Mús.: A. Honegger. Texto: P. Claudel. Dir. mus.: J. Neschling. Régie: R. Platé. Esc. y vest.: R. Platé. Coreog.: A. Cervera. Ilum.: A. Cardarelli. Dir. coro: S. Caputo. Coro niños: V. Sciammarella. Orq., Coro y Ballet Estables del T.C. (Teatro Coliseo. Próximas funciones 22 y 26/5).
Después de un extenso año sin actividades líricas, el Teatro Colón volvió al Coliseo para la realización de una breve temporada de cuatro títulos. De ellos se interpretó el primero: el oratorio dramático de Arthur Honegger sobre textos de Paul Claudel, «Juana de Arco en la hoguera». La obra ha sido gestada a la manera de la técnica de los misterios y moralidades de la Edad Media pero con una mirada al asunto desde una óptica contemporánea tanto en la música (de rica vocalidad e instrumentación) como del texto que se transforma, a través del pensamiento católico de Claudel, en una sublimación de la figura emblemática de Juana, la niña guerrera que siguió los designios de su Dios.
La estructura de la obra, de unos ochenta minutos de duración, se desarrolla en once breves viñetas que llevan hacia el segmento final con la inmolación de Juana en la hoguera en medio de los cantos celestiales que operan como un llamado para la fe. La belleza sonora y filosófica de la propuesta se vio en una adaptación de la producción escénica del Colón del año 2000, hecha por el mismo artista plástico, Roberto Platé.
Las condiciones acústicas y espaciales del escenario del Coliseo no son las mismas que posee el Colón, por cierto. Por lo tanto todo se vio atemperado. El mensaje poético-musical y el desarrollo teatral, de gran despliegue de elementos escénicos, se observó acotado, sin la repercusión que tuvo en las representaciones de 2000 y 2002 en el Colón.
Nadie ignora los conflictos laborales de la gente del Colón y la angustia que provoca la sala cerrada, sin posibilidades de uso, y las condiciones anormales en que se repone esta obra. Anteayer hubo una asamblea en la puerta del Coliseo que demoró unos minutos la representación, pero lo importante es que se hizo y que el género lírico vuelva a un teatro alternativo que ocupará a los elencos estables y al personal técnico.
Hubo una puesta en escena de Platé que hizo hincapié en los elementos religiosos del acercamiento que hicieron los autores, quienes realizaron su trabajo inspirados en el pedido de la bailarina Ida Rubinstein (la misma que encargó la composición del «Bolero» a Ravel). Agil y bella, la régie se organizó como un misterio medieval. Las luces no poseyeron la ingerencia esperada dentro del espectáculo, quizá por las limitaciones técnicas del lugar. John Neschling dirigió la Orquesta Estable con intencionalidad y transparencia aunque hubo una uniformidad de planos sonoros que atentaron contra la propuesta musical y vocal.
El Coro Estable cantó bien aunque también en un registro muy potente que retaceó los matices y los refinamientos que posee la partitura. Coro de Niños y Ballet Estable completaron bien el elenco. Vera Cirkovic fue una Juana de gran ímpetu dramático y transmitió permanente emoción. También se destacó el Hermano Domingo del francés Didier Sandre. En otros papeles se lucieron Carlos Ullán, Soledad de la Rosa, Osvaldo Peroni y Juan Barrile encabezando un extenso elenco de cantantes del Teatro Colón, una vez más activo.
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