Podría ser la pesadilla de cualquier compañía teatral: una obra en la que todo falla y va de mal en peor. Pero, en esta alocada comedia de humor físico no hay de qué preocuparse, los problemas que la acosan obedecen a las reglas del "slapstick", el subgénero que popularizaron los grandes cómicos del cine mudo como Buster Keaton y Charles Chaplin. Podría comparárselo con un espacio de juego en el que reina el error y no hay lugar para la solemnidad, y donde los golpes y las caídas no ocasionan lesiones verdaderas ni detienen la acción. Esa comicidad inocente y ligera es la que prevalece en "The play that goes wrong" (tal el título original de esta pieza que situó a la compañía "Mischief Theatre" en el West End y está siendo replicada en distintos países). En ella un grupo de teatro no profesional sufre toda clase de percances en la noche de estreno de su drama detectivesco "Asesinato en la Mansión Haversham". Pero dichas dificultades sólo tienen por objetivo hacer reír.
Pese a su estructura de "teatro dentro del teatro", la obra aborda superficialmente su doble trama argumental y la pintura de personajes para concentrarse en los traspiés del inexperto elenco, el caótico backstage, las metidas de pata del operador de luces y sonido, y el progresivo derrumbe de la escenografía. Tal vez resulte excesiva la hora y media de función para una trama concebida como una catarata de bloopers cuya espontaneidad no siempre es creíble.
En líneas generales, la puesta en escena de Manuel González Gil sigue de cerca las marcaciones actorales y los dispositivos escénicos del montaje londinense. Los trucos son impecables y el elenco sale airoso del doble desafío de "actuar mal" (como lo requiere el libreto) y de ponerle el cuerpo a derrumbes, portazos y demás sacudidas. Es una tarea imposible unificar los distintos patrones de comicidad que operan en el público, sobre todo en un espectáculo de estas características, del que sólo resta señalar que gran parte de la platea lo recibe con carcajadas.
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