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Deslumbró al Colón Christian Tetzlaff
El concierto que el lunes tuvo a Christian Tetzlaff como director y solista de la Deutsche Kammerphilharmonie Bremen deslumbró desde la primera hasta la última nota.
«El virtuoso no sirve a la música: se sirve de ella». Si hemos de tomar por cierta la sentencia de Jean Cocteau deberemos deducir que Christian Tetzlaff es cualquier cosa menos un virtuoso. Su actuación el lunes pasado en el marco del ciclo del Mozarteum Argentino con la Deutsche Kammerphilharmonie Bremen deslumbró desde la primera hasta la última nota, y no hubo un solo instante en que su cuerpo, su mente y su sensibilidad no estuvieran puestos al servicio de la música, junto a esta fenomenal orquesta capaz de recrear partituras de estilos contrapuestos con la misma soltura y profundidad.
El programa fue ampliamente generoso, y abarcó dos obras del período clásico (el tercer concierto para violín KV 216 de Mozart y la «Sinfonía en re menor» n° 80 de Haydn, distribuidas en ambas partes del programa), una del Romanticismo (el «Concierto para violín en mi menor» de Mendelssohn) y la «Noche transfigurada» de Arnold Schönberg en su versión para cuerdas de 1943.
Tanto en Mozart como en Haydn el ensamble alemán exhibió una notable transparencia, articulación cuidada y agilidad en los «tempi». Como director y solista en el genial concierto de Mozart, Tetzlaff -impecablemente afinado- sorprendió con su fraseo amplio y su inteligencia musical. La sublime «Noche transfigurada» de Schönberg tuvo aquí no sólo una de las versiones más logradas y electrizantes que se hayan escuchado sino que puedan imaginarse. Gracias a una variedad asombrosa de colores y efectos y un rango dinámico extraordinario, la orquesta recreó la atmósfera fantasmagórica, densa y expresionista del poema de Dehmel que constituye el programa de la obra. En esta instancia del concierto quedó más claro que nunca la capacidad del grupo para funcionar con un gran conjunto de cámara, con una interacción perfecta entre todos los integrantes. La demoledora interpretación dejó a la sala del Colón sumida en una atmósfera difícilmente repetible.
En el final, el célebre concierto para violín de Mendelssohn fue otra plataforma para el lucimiento de Tetzlaff en profunda comunión con el resto, y como bis él y la orquesta regalaron nada menos que el cuarto movimiento de la primera de las sinfonías de Beethoven, para coronar un encuentro de sensibilidades diversas unidas por el sello de la calidad y la sabiduría.


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