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Día dramático que precipita el desenlace de la crisis política
El presidente egipcio, uno de los más testarudos del mundo árabe, se movió finalmente. Pero sigue siendo una incógnita si las concesiones anunciadas serán suficientes para calmar la ola de protestas en su contra. Los acontecimientos se sucedían ayer sin cesar en El Cairo.
El núcleo duro de los manifestantes contra Mubarak siguió protestando en la plaza Tahrir contra el presidente, exigiendo su dimisión inmediata y la destitución del nuevo gabinete que nombró.
Al mismo tiempo, no lejos de ellos, se reunieron los seguidores del oficialista Partido Nacional Democrático (NDP) para manifestar su lealtad a Mubarak, entre ellos grupos violentos armados, incluso con cuchillos, que atacaron a los manifestantes.
Pero también a nivel político se movía algo ayer en Egipto: los jefes de partido y figuras independientes que acompañaron y apoyaron las manifestaciones en los últimos días, intentaban ponerse de acuerdo en una posición común, algo nada fácil. Sobre todo la Hermandad Musulmana, cuyos miembros fueron reprimidos y encarcelados en los últimos años, no confían en el presidente y quieren la caída de todo el régimen, incluyendo la cúpula policial, considerada en gran parte responsable de los abusos cometidos contra los ciudadanos en las dependencias policiales y en las prisiones del país.
También Eiman Nur, que pasó años en prisión por negarse en 2005 a ser candidato a la presidencia, se muestra implacable. «Lo que se ofreció no basta porque está claro que Mubarak no va a ser candidato otra vez, sino que quiere dejar el puesto a su hijo Gamal».
También entre los egipcios que abogan por aceptar el compromiso propuesto por Mubarak hay muchos que quieren el fin de su dominio que dura ya más de 30 años. Y el hecho de que no les importe que no dimita de inmediato es más una decisión pragmática que un signo de simpatía por el gobernante de 82 años. Y es que creen que de la cúpula militar, que en Egipto mueve los hilos en la sombra, no recibirán nada sin arriesgarse a una nueva escalada de la situación en las calles. «Márchense a casa», pedían ayer los generales a los manifestantes de ambas partes.
Alterados
Entre las figuras independientes que abogan por imponer nuevas exigencias paso a paso para introducir un cambio de poder que sea radical y pacífico al mismo tiempo, se encuentran el conocido empresario cristiano Naguib Sawiris y el exministro Kamal Abul Magd, que se reunieron ayer con un grupo de personas que, al igual que ellos, no pertenecen a ningún partido. Están todos muy alterados.
«Me siento muy azorado por mi encuentro con los manifestantes», decía el millonario Sawiris al llegar al estudio en El Cairo de la emisora de noticias Al Arabiya. «¿Lo han hostigado los manifestantes?», le preguntó el moderador. «No, al contrario, me han vitoreado», comentaba radiante de alegría. Apenas cree que pueda expresar de repente su opinión de forma abierta en el país.
Como antes en Túnez, en Egipto en pocos días un pueblo entero ha sido tocado por un viento de libertad de expresión. Incluso Mubarak, famoso por su testarudez, no ha podido escapar de ese espíritu. En su discurso televisivo de la noche del martes no pudo renunciar del todo a la pompa habitual ni dejar de insultar a la Hermandad Musulmana, aunque sin mencionarla directamente. Sin embargo, habló por primera vez como hombre. «Quiero morir en este país», señaló, sonando como las palabras de alguien que sabe que probablemente no vivirá mucho tiempo más.
Agencia DPA
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