La nueva novela de Don DeLillo se inicia con un tema con el que la ciencia ficción fantasea desde hace medio siglo, para luego internarse en la intimidad de lo humano. En los países posmodernos la ciencia ficción es hoy una de las formas del realismo. Mientras el mundo vive la Tercera Guerra Mundial, los muy ricos, el 0,01 % del planeta, tienen la utopía de superar la enfermedad y la decadencia, y volverse inmortales. Estarán congelados en cápsulas que los separen del mundo como lo hizo antes su dinero. Ese escenario, que parece de la película "Coma", cuando se vuelca a la filosofía estilo "2001, Odisea del espacio", sirve a DeLillo para debatir temas como las complejas relaciones filiales, el uso del tiempo, la pérdida del sentimiento religioso (se abandona la eternidad del alma por la permanencia del cuerpo), el miedo a la muerte, la acentuada discriminación social, los sentimientos dichos, no dichos y los no registrados. El amor hace que el padre, elija, estando sano, criopreservarse para estar junto a la mujer que ama cuando ella sea resucitada. Es Jeff el narrador (sólo interrumpido por un magnifico momento de Artis), quien ve cómo se mantiene la religiosidad entre los humildes, cómo el asombro de un chico ante un sol que reaparece le muestra que la muerte es lo que da sentido humano a la vida en medio de una posmodernidad que impone lo artificial, una realidad mediada, en una sociedad consumista donde se quiere comprar todo, hasta la inmortalidad.
En el póker de ases de la literatura estadounidense, Don DeLillo está junto a Philip Roth, Thomas Pynchon y Cormac McCarthy (mereciéndoselo, ninguno de ellos ha ganado el Nobel), y es uno de los mayores críticos del universo en el que le ha tocado vivir. Esta novela menor se vuelve grande a medida que se avanza arrastrado por la seductora prosa de un maestro de narradores.
Máximo Soto |
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