16 de marzo 2009 - 00:00

Dos visiones del México profundo abren la temporada

«Desfile del 1º de mayo en Moscú, 1956», en la mirada de Diego Rivera.
«Desfile del 1º de mayo en Moscú, 1956», en la mirada de Diego Rivera.
Luego del prolongado silencio que impuso el verano, la semana pasada se sucedieron las inauguraciones en la ciudad; desde el Malba a la Fundación Proa de La Boca, pasando por el Centro Cultural Recoleta. Este año el Malba abrió su calendario con tres muestras simultáneas, dos de ellas dedicadas al arte moderno mexicano: la Colección pictórica del Banco Nacional de México y una serie de fotografías de época de Manuel Álvarez Bravo. En el lobby del museo se puede ver la intervención «Enredamaderas» del artista Pablo Reinoso: un banco ubicado en el primer piso, cuyas maderas al prolongarse se tornan gomosas y enruladas y se desplazan por las paredes con la gracia de un dibujo art nouveau.
La mexicana Cándida Fernández de Calderón, directora del poderoso centro de Fomento Cultural de Banamex, envuelta en un llamativo vestido blanco de diseño maya, puso el acento durante una breve visita guiada en la estrecha relación existente entre política y arte; relación que -en cierta medida- determina la apasionada estética de la exhibición azteca.
La muestra se inicia en la temprana modernidad con los movimientos que llegaron de Europa a casi toda América, y en la pintura mexicana de las primeras décadas del siglo XX se advierte el notable aire de familia que tiene con la argentina. Este parentesco tal vez fue buscado durante la selección que estuvo a cargo del curador del Malba, Marcelo Pacheco. Así, entre otras semejanzas interesantes de rastrear, la primera obra de la muestra, un paisaje atípico de Rufino Tamayo, se puede asociar con la pintura al aire libre y el postimpresionismo de Fader, al igual que el sensual retrato masculino de Roberto Montenegro con los de Alfredo Guttero.
Pero la colección lleva el sello de una identidad distintiva, evidente en el «Códice Borbónico» de Covarrubias, unos manuscritos pintados según la más pura tradición indígena.
Lo cierto es que hay varias maneras de recorrer la exposición: los grandes maestros están presentes y con grandes obras, como Siqueiros, Rivera y Orozco; además está la producción fantástica de Juan O'Gorman, Frida Kahlo y María Izquierdo, Leonora Carrington o Remedios Varo, entre otros. Pero estos caminos se cruzan con la senda del nacionalismo, que se inicia con un significativo autorretrato y un volcán del pintor Gerardo Murillo, conocido por su seudónimo Dr. Atl. Desde la Academia de San Carlos, con sus visiones espirituales y simbólicas, influidas tanto por el arte de vanguardia como por el autóctono y popular, Atl, que vivió en Europa y valoró los frescos renacentistas, fue el auténtico precursor teórico del muralismo, el primero que habló de un arte nacional, monumental y público, y el primero en recomendar el trabajo grupal.
Atl se preparaba para pintar los murales de la Escuela Nacional Preparatoria en las vísperas del derrocamiento de Porfirio Díaz, proyecto que concretarían Rivera, Siqueiros y Orozco en 1922. Es a partir de entonces que el muralismo comienza a irradiar su fuerza por toda América.
Por otra parte, el agregado cultural de la Embajada de México, Alfonso Nieto, aclara otro dato político: «Banamex se fundó a fines del siglo XIX, y cuando se vendió al Citigroup, se firmó una cláusula para que la Colección y la actividad de fomento Cultural quedara en manos del estado». Si se observan los dos tomos del catálogo de la extensa y ecléctica colección reunida por Banamex, donde la abstracción es escasa y por momentos reina el exotismo, vale la pena destacar que -salvo «La vendedora de Alcatraces» de Rivera, suplantada por el emblemático «Desfile del 1º de mayo en Moscú»-, las piezas de mayor calidad están en el Malba.

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