4 de marzo 2009 - 01:42

Efectos especiales para frenar un conflicto a pura pérdida

Efectos especiales para frenar un conflicto a pura pérdida
«Quiero que escuchen de mi propia boca lo que se puede hacer en este contexto internacional. Los rumores no ayudan, por eso se lo quiero decir hoy.» Con este dardo desayunó la Presidente a los dos ministros que se sorprendieron más que los dirigentes del campo al verla entrar en la sala. Algo serio debe estar pasando en el Gobierno para que Cristina de Kirchner quiebre en forma y fondo lo que ha sido una estrategia central de las presidencias Kirchner, nunca participar de debate en foros que decidan políticos y mucho menos hacerlo ante espadones de lo que cree es su oposición.
Minutos antes del mediodía, un cónclave conyugal resolvió en Olivos que aparecerse en esa reunión de la que pocos esperaban algo era la única manera de poner el conflicto en otro nivel. Como venía, confesó la Presidente a pocos durante el fin de semana, era a pura pérdida para el Gobierno. La foto de la oposición quejosa que mostró el Congreso la semana pasada podía estallar hoy en la primera sesión del Senado, que se convertiría en una interpelación tácita a un oficialismo desgastado. Ni pensar en cuál podía ser la reacción de los mercados si no hubiera alguna noticia alentadora después de la cita de ayer.
Tamaño apartamiento de la estrategia lo aprovechó también la Presidente para darles una lección a sus funcionarios, en particular a los que juntan leña para un ala negociadora del Gobierno que siempre es desairada; nada supieron tampoco de este impromptus el jefe de Gabinete, ni el ministro de Economía, de gira, bien lejos del teatro de operaciones. Toda una muestra de la confianza que les tiene como mediadores.
El asombro que tiró sobre la mesa en la que estaban Mario Llambías, Hugo Biolcati, Carlos Garetto y Eduardo Buzzi, Débora Giorgi, Florencio Randazzo y Carlos Cheppi impuso gravedad a todo el tramo en que estuvo presente Cristina de Kirchner en la reunión (más de dos horas, sobre cinco que duró el encuentro). Aprovechó el clima para dar un largo monólogo que todos aceptaron callados, con mínimas interrupciones. Bastante con que se hubiera molestado en venir como para admitir repreguntas.
Nerviosa, apenas Giorgi le cedió la silla principal, les habló como si fuera la última vez, eligiendo con la mirada, para cada párrafo, al interlocutor. «Vivimos en un mundo diferente. Quiero que sepan cuál es mi pensamiento y la responsabilidad que tenemos todos los dirigentes frente al resto de la sociedad. Yo como presidenta sé que podemos acordar y ver cómo le generamos menos problemas a la sociedad. Tenemos que acordar, y que ese acuerdo forme parte del acuerdo económico social. Por eso los invito a integrar el Consejo Económico Social».
Esta primera oferta le pareció a la mesa como que no iban a admitir ningún reclamo importante. Si alguien sabe del cuento de los consejos económico-sociales son los empresarios, que los reclaman cuando quieren escalar posiciones en los gobiernos. Creer que un Gobierno que no debate alguna vez va a crear esa especie de administración paralela que sería un Consejo Económico Social es una fantasía compartida, pero que nadie toma en serio cuando se discute de plata.
«Los acuerdos -agregó Cristina- debemos consolidarlos y exhibirlos. Aquellos puntos en los que tenemos alguna diferencia vamos a plantearlos responsablemente en el marco de la democracia y el respeto mutuo. Si llegamos a algún acuerdo en leche, carne, etc., vamos a promoverlo».
Se acercó más a lo que les interesaba a sus visitantes cuando apeló a su comprensión: «Yo tengo que gobernar para todos los argentinos -rogó-. Por eso tenemos que ser sensibles, no sólo para los productores agropecuarios, sino con toda la población».
Como uno amagó con una réplica, dobló la apuesta: «Yo sé que ustedes tienen un modelo diferente -y lo miró fijo a Eduardo Buzzi-. Fuimos al Parlamento y la diferencia fue saldada a favor de ustedes», se resignó. Y completó la acusación de politización criticando a los dirigentes por exhibirse con tanto desenfado con la oposición del Congreso: «Se produce un desánimo general de la sociedad cuando se dan reuniones como la del Parlamento, que representan sólo a un sector», dijo para mortificar un poco a los dirigentes.
Como si leyera, de memoria, la minuta de las demandas que ya estaban sobre la mesa, señaló: «La crema del negocio se la quedan los exportadores, y todos sabemos cómo podemos proteger a los pequeños y medianos productores. Pero si nosotros incentivamos fiscalmente la soja, no vamos a tener ni trigo, ni maíz, ni leche, etc. y ustedes saben que la soja se exporta en su totalidad».
A esa altura era inevitable rechazar de nuevo los gravámenes a la exportación, que eran el motivo real de la reunión: «Las retenciones a la soja representan equidad fiscal y equidad social. Y no lo digo como chicana. Con la 125 estaríamos mejor. La clave hubiera sido la movilidad».
Los dirigentes no la dejaron con la última palabra: «Hay alternativas a eso y las vamos a buscar en el Congreso». La dejaron sin respuesta, salvo un módico: «Está bien, siempre que sea civilizadamente».
Entre gestos de manos, miradas y forcejeos temperamentales, el rap presidencial echó mano a la acusación más fuerte que tiene el Gobierno hacia el sector de campo: la evasión de impuestos. El Gobierno cree que este reproche a la economía en negro es el misil más poderoso -más que la amenaza de la estatización del comercio y las exportaciones- que puede usar contra la protesta del campo. Presume de tener medido, fotografiado, ubicado y cuantificado todo ese universo de la informalidad y que exhibir esas miserias sería -si hubiera oxígeno político- letal para sus adversarios.
Pero Cristina fue cautelosa: «Los productores primarios -amagó- tienen un grado de informalidad importante que no permite tener estímulos fiscales». Quebró el silencio que creó esta mención con una ironía que pareció un indulto: «Hoy se acabaron los parámetros y a seguro se lo llevaron preso».
En el brevísimo turno de preguntas que permitió antes de dejar la reunión, respondió a la inquietud sobre el aumento de los litigios entre productores y bancos. «A nadie se le va a rematar el campo», lanzó. Pero la alegría no podía ser completa y aplacó las sonrisas con una queja a las proezas de Alfredo de Angeli: «Los escraches están muy mal sean de izquierda o derecha». Se levantó y se fue.

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