7 de febrero 2012 - 00:00

El autor preferido del cine y la TV

El «Oliver Twist» de Roman Polanski, una de las innumerables adaptaciones de esta obra de Dickens (la primera fue en 1897). También la TV ya desde su etapa experimental recurrió al escritor.
El «Oliver Twist» de Roman Polanski, una de las innumerables adaptaciones de esta obra de Dickens (la primera fue en 1897). También la TV ya desde su etapa experimental recurrió al escritor.
Según inventario, ya se hicieron 251 películas y 73 series y miniseries basadas en sus obras, una biográfica con Anthony Hopkins, y decenas de versiones libres, hasta en Japón y Finlandia. ¿Será Charles Dickens el escritor más solicitado por el cine y la televisión? Parece que sí. Por algo una de las primeras adaptaciones de la TV mundial, cuando todavía estaba en su etapa experimental, fue «A Christmas Carol», en la Navidad londinense de 1943, plena guerra. El cine nació en 1895, y en 1897 ya hicieron «Death of Nancy Skykes», breve escenificación de un capítulo de «Oliver Twist» a cargo de dos artistas de varieté. Luego las versiones fueron más largas y mejores, estuvieron a cargo de artistas de mayor prestigio y renombre, y hasta hubo un director especializado en Dickens, el ingeniero Thomas Bentley, que terminó como asesor del Consejo de Cine Británico.

Después vendrían Frank Lloyd («Oliver Twist», 1922, con Jackie Coogan y Lon Chaney, apodado «el hombre de las mil caras»), Jack Conway («Historia de dos ciudades», 1935), George Cukor («David Copperfield», 1935), David Lean («Grandes esperanzas», 1946, y «Oliver Twist», 1948, con Alec Guinnes como el perverso maestro de niños ladrones), Alberto Cavalcanti («Nicholas Nickleby», 1947), B.D. Hurst («Canción de Navidad», 1951), y así hasta llegar al «Oliver Twist» de Roman Polanski, un tipo que de chico también la pasó muy mal, y a Clint Eastwood.

¿Qué obra llevó Eastwood al cine? Ninguna. Pero «Más allá de la vida», con libreto de Peter Morgan, es todo un homenaje al mundo dickensiano, con la forma de narrar, el chico que pierde a su hermanito gemelo, el médium que oye «La pequeña Dorrit», la visita a la casa-museo, el insulso capellán del cementerio, la estación en cuya vereda trabajó Dickens cuando niño, etc., hasta culminar en un recital del glorioso Derek Jacobi. Otro detalle: en varias escenas alguien se hace cargo de algo, o asume una responsabilidad que le parte el alma, un asunto típico del escritor.

Renglón aparte, David Griffith, que apenas hizo un corto basado en un cuento de Dickens, «El grillo del hogar», 1909, pero de chico se leyó todo, incorporó ese espíritu a su formación artística y sentimental, y lo volcó después en montones de historias, entre ellas el episodio moderno (para entonces) de «Intolerancia», 1916, donde una joven pareja de obreros es acechada por el destino y la obtusa «rectitud» de los organismos de control social, hasta que la salvación llega justo cuando el hombre está literalmente con la soga al cuello (detalle que parece más o menos inspirado en «Barnaby Rudge»).

Hay un famoso ensayo de Sergei Eisenstein, «Dickens, Griffith, y el cine actual», publicado en 1944. Y una anécdota. Frente a las simples escenificaciones del cine primitivo, Griffith decidió imitar la complejidad de la novela, y empezó sus experimentos de montaje, cambios de ángulo, etc., que lo convertirían en padre del lenguaje cinematográfico. Los dueños de la Biograph se asustaron. Respuesta: «¿Acaso Dickens no escribía así? El hizo novelas, yo hago novelas en cuadros móviles». Es que se aprende mucho, leyendo buenos autores.

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