- ámbito
- Edición Impresa
“El dinero sólo te da una troupe de enemigos”
P.: ¿Por qué?
R.P.: Porque ahora todos los ámbitos, desde una oficina hasta el Congreso nacional, pueden ser una experiencia desagradable o maravillosa. Siempre digo, imitando a Héctor Alterio, «la pucha que nos hemos divertido». Y así fue. Pero el caso es que conocí a Karina en un momento de mi vida en que no la esperaba. Como me decía un amigo: «¡Tu primera salida y conocés a la mujer de tu vida!». Un rato antes le había dicho a otro amigo, en su cumpleaños: «Vos sí que tenés suerte: lograste el gran objetivo de tener de novia a una artista plástica». Nos reímos. A la hora apareció Karina y charlamos en la cocina. ¡Ahí estaba! Mi artista plástica presente y salida de un sueño. Vi su obra y enloquecí. No era la «artista loca», sino una finísima pieza.
P.: ¿Cuáles son tus lugares en el mundo?
R.P.: Tenemos distintos lugares favoritos. Karina se inclina por Medio Oriente como sus cuentos de su estadía en Egipto, Israel, o lo que fuere. Yo me concentro en Nueva York, ciudad a la que viajé solo y me quedé un mes cuando tenía 24 años. Me pasaba leyendo guías turísticas.
P.: ¿Qué buscabas?
R.P.: El camino de Bob Dylan y los de Jack Kerouac que tanto me tentaban como periodista y pseudonovelista. Un día, charlando con Karina, nos dimos cuenta de que teníamos algunas deudas pendientes: Las Vegas (por lo conceptualmente absurdo y «fake»)... y «¡Barcelona!», me acota ella.
P.: ¿Vos conocías Barcelona?
R.P.: Al morir Luca (Prodan, el líder de Sumo) me fui a España y viví en Barcelona como «sudaca» durante un año y medio. Tengo, por tanto, info y argumentos de sobra para mostrársela a cualquiera, por eso cuando Karina me propuso ir, le dije: «Esa será tu ciudad porque sólo hay dos que no se olvidan: Nueva York y Barcelona. Cualquiera puede prescindir de París porque al volver a Buenos Aires ya no te acordás de nada, tal vez porque nunca hubo nada en París de los 90 para acá.
P.: ¿Y Medio Oriente?
R.P.: Karina sueña con que viajemos a Medio Oriente, y cuando le digo: quiero un buen hotel y agua potable, se ríe. Sabe que entiendo lo que me propone, pero por ahora no sé qué hacer. Pero lo que en esta pareja hoy es «no» mañana se vuelve «sí» y terminamos arriba de un camello, con Lorenzo, nuestro hijo recién nacido en brazos, posando para la cámara manejada por un beduino.
P.: ¿Cumplieron los sueños inmediatos en cuanto a viajes?
R.P.: Fuimos a Nueva York y a Barcelona. Karina enloqueció y mi teoría de que se ajustaban a su arte y a su pensamiento había dado frutos. Son las únicas dos ciudades, por lo menos para mí, que entran en tu sistema nervioso y en la memoria, para operar desde allí por siempre, como un neumático, al ritmo de tu sótano de experiencias. Barcelona es maravillosa, parece estar hecha para que recuerdes un lugar al que siempre perteneciste y nunca fue tuyo. Supera e incluye a tu Buenos Aires, a tu barrio de la infancia y a tu idea de cultura y paz en el buen vivir, al sueño de una vida cotidiana sin sobresaltos ni terrores paranoicos. En Barcelona no hay necesidad de leer tantas guías, sino simplemente de recorrer esa suerte de Nueva York en castellano y catalán. Caminar, entrar, salir, comer y volver a mirarla desde la más alta de las ventanas.
P.: Hablaste de ventanas, ¿a qué hotel fueron?
R.P.: Al Hotel Arts, una de las tantas construcciones modernas que los catalanes odian porque ven cómo su vieja y auténtica Barza se diluye, pero que los extranjeros, como nosotros, amamos sin tanto prejuicio. El catalán siempre quiso «figurar» más allá de un buen equipo de fútbol. Y siempre lo logran. Nos decíamos: «Qué bárbaro cómo saben vender al turismo desde un parque hasta una basílica, y nosotros todavía no aprendimos a mostrarnos más allá de Caminito y La Boca!».
P.: ¿A qué restoranes fueron?
R.P.: No hay que leer la lista de los restoranes, aunque lo hicimos. La mejor paella nos la recomendó un taxista y el mejor sushi resultó estar en el mismo hotel en que nos alojábamos. La Plaza del Pi es nuestro lugar de amor. Hay otra cerca, oscura y mágica, que no revelaré, porque su placer radica en no promocionarla.
P.: ¿Cómo era un día en Barcelona con Lorenzo?
R.P.: Nos levantábamos temprano a la mañana después de mirar hasta altas horas el programa Late night show de Andreu Buenafuente. Karina me escuchaba relinchar: ¡Este es el programa que siempre quise hacer! No sabía aún que la propuesta que me esperaba en Buenos Aires era justamente el mismo formato. Recorrimos todas las iglesias, museos, hasta terminar comiendo mariscos en el mercado de La Boquería, ese simple mercado de frutas, carne y verduras que los catalanes lograron elevarlo al podio de: «atracción cultural imperdible».
P.: ¿En Buenos Aires la vida de ustedes es igual de intensa?
R.P.: Nuestra vida es trabajar, cuidar del niño, ir a la radio, volver, a veces mirar el programa, descansar el fin de semana, disfrutar del nada pero nada, nada, nada que hacer, y hojear diarios que son como otro pariente a la vera de la cama. Mate los domingos, mate los sábados por la mañana y no mucho más. Vivimos de las ideas, del pensamiento de uno en el otro y los dos odiamos la gente que nos aburre. Así que, gracias a Dios, siempre estamos entretenidos con nuevos pensamientos, ideas y ocurrencias.
P.: Después de tanta fascinación por Nueva York y Barcelona, ¿en qué lugar vivirías?
R.P.: Nadie puede decirlo. No sé cuál es el lugar ideal. «Tu lugar está donde está tu corazón», diría Frank Zappa, y en esos creemos. La gente más feliz puede vivir a la sombra de un sauce y la infelicidad te puede sorprender entre la lluvia suave en el Puerto de la Luna de Burdeos. La vida consiste en ser feliz y si uno lo logra, por lo menos unos pocos minutos al día, es más que suficiente. Me da lástima que mucha gente crea que el dinero hace a la felicidad, cuando en realidad lo único que te da es una flamante y poderosa troupe de ¡enemigos!
Entrevista de Sara María Louzan
Dejá tu comentario