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Excelentes muestras de López Armentía y Médici

Arriba, una de las obras de la serie «Nada está quieto» que Eduardo Médici expone en Rubbers. Y abajo, una de las que Gustavo López Armentía expuso en arteBA y ahora se pueden ver en Insight Arte.
Desde sus inicios, Gustavo López Armentía (Buenos Aires, 1949) ha tenido interés por la expresión y ha de desarrollarla en una operatoria en la cual los personajes, los objetos, los espacios, y las dimensiones se dispersan según leyes subjetivas. Recibe la influencia del expresionismo, no como escuela, sino en un sentido más amplio, como movimiento cuestionador y contestario. Esta constante expresionista de su pintura agudiza su sensibilidad social, y si bien sus pinturas no son promotoras de un discurso sociológico o político éste subyace permanentemente como preocupación cierta.
Su pincelada es vehemente, de ejecución rápida y una de sus características notables es la frecuente independencia de los signos en relación con los motivos. La utilización de ritmos primarios y un verismo fantasioso, unidos a una subversión antiacadémica del espacio clásico y el hecho de que sus múltiples representaciones de ese espacio están expresadas por equivalentes pictóricos, configuran imágenes que parecen abarcar toda la superficie de sus telas. Los personajes, siluetas esquemáticas en el trazo, pero desbordantes de color y materia, se deslizan con una elegancia indiscutible y con cierta perezosa rapidez, que les confiere un toque de manierismo cordial. Además escoge los colores capaces de expresar los estados emocionales, antes que las imágenes. Sus formas no son individuales, sino socializadas, porque son fruto de una mirada sobre el mundo y en el mundo. Las formas se alargan o se proyectan, como si todo debiera ocurrir, inexorablemente, desde una dimensión diferente.
López Armentía viene afirmando que la identidad humana es ambivalente, imprecisa, difusa y, sobre todo, compleja, una extraña combinación de fugacidad y trascendencia, de azar y destino. Sus últimas obras atañen al mundo de la información en el cual vivimos. Algunas aparecen presididas por dos nociones complementarias, pero también indisolubles: la del viaje permanente a través de países, conocimientos, historias, religiones, ideologías; y la del curso del tiempo, que no se rige solamente por los horarios convencionales sino por las sensaciones cotidianas y extraordinarias aportadas a la vida del hombre por la inexorable red de la comunicación.
Audaz y obsesivo, profundo y sostenido, el discurso de Eduardo Médici, también nacido en 1949, es un discurso sobre el hombre. Licenciado en psicología, inicia su discurso acerca del cuerpo humano en la temprana serie «De saco y corbata» (1979-80), donde alude no sólo al ocultamiento que procura la ropa sino también a la regimentación urbana, con su cadena de falsos puritanismos y solemnidades convencionales.
De ahí que los personajes aparezcan como prisioneros de su vestimenta, maniquíes altos y achatados, incapaces de librarse de esa segunda piel del saco, la camisa, la corbata y los pantalones, imágenes que obtiene por medio de una figuración esquemática.
Si Médici realizó estas obras para exorcizar el miedo por la muerte, lo que ha terminado por referir es una sobrecogedora parábola acerca de la muerte de todos los seres humanos, pero de la muerte por el miedo, bajo el terror y la tortura, situación cotidiana en la Argentina de la segunda mitad de los 70. Y esa parábola, impregnada de citas religiosas (Jesús es crucificado después de sufrir la serie de tormentos que la Biblia denomina Pasión), atañe por cierto al mundo entero, donde la muerte de los hombres por mano ajena -la mano del despotismo político, la miseria económica, el odio racial, y aun la oposición de cultos- es un sistema cotidiano.
Sus figuras humanas atadas, crucificadas, mutiladas, quemadas, magulladas, trazan una amarga parábola de la condición del hombre, iluminada, sin embargo, por una especie de hálito redentorista, que parece dominar su etapa más reciente: La lección de anatomía presenta el Cristo yacente de Andrea Mantegna.
Pero si sus telas sugieren una equivalencia entre la creación del universo y la del arte -en la Biblia se enuncia el poder creador de la palabra divina, certeza que Médici traslada al «idioma» de la pintura-, también extienden la significación del tema del cuerpo a sus distintas acepciones: así nos habla Médici del cuerpo social, del cuerpo que forman las escrituras sagradas y las leyes humanas, del cuerpo del delito en el sentido de prueba y evidencia, del cuerpo glorioso de quien pasa largo tiempo sin sentir necesidades materiales, del cuerpo como sinónimo de cadáver.
Su trabajo va variando hasta la actualidad donde presenta la serie «Nada está quieto». Deja de lado un poco lo religioso y la expresión de figuras en sufrimiento para relatar un discurso más abstracto. Podríamos decir que hay una apariencia mas fantasmal en esta serie de hombres y mujeres interactuando con escenas de la vida cotidiana teñida de pasteles rojos y azules. El frío de la noche y las distancias entre las galerías sin un circuito armado como en ediciones anteriores opacaron un poco esta última edición de las Gallery Nights no obstante lo cual vale la pena visitar las dos muestras mencionadas.
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