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Fervor y devoción popular en una tradicional cabalgata
San Juan -y buena parte del país- alimenta su fe con el milagro de Deolinda Correa y su hijo, que, según la creencia, sobrevivió en el inhóspito valle amamantado por su madre ya muerta por la sed y el cansancio. Todos los años, en Semana Santa, se renuevan los movimientos multitudinarios de promesantes que concurren desde distintos puntos del país a depositar sus ofrendas de fe a aquella mujer que los guía. Ninguno de los cultos a santos populares documentados en la Argentina se desarrolla en un santuario comparable al de Vallecito.
El culto a la Difunta Correa reconoce como centro la cima de una colina, donde, según la tradición, Deolinda murió. En lo alto de ella aflora una gran roca tenazmente blanqueada a la cal y de inmediato ennegrecida por el humo de centenares de velas a su alrededor. Miles de fieles han dejado testimonio de su fe, traducida en flores de papel, botellas con agua, placas metálicas con inscripciones de agradecimiento. Algunos se desprenden de objetos valiosos como televisores, bicicletas, dinero en efectivo, ropa, alhajas, vestidos de novia, motos, autos, etcétera.
Santuario
Conocer el santuario se vuelve un paseo inevitable cuando se visita San Juan. El lugar es como una pequeña ciudad donde hay desde un hotel, restoranes, bares y puestos varios, hasta locales que venden todo tipo de artículos relacionados con esta santa milagrosa, quien, según dicen por esa provincia, «siempre te cumple, pero es muy cobradora». Todo el que le pide debe prometerle algo a cambio. Y no son pocos los que vuelven hasta este lugar para subir los escalones de rodillas, arrastrándose y hasta de espaldas. O simplemente para traerle agua de Buenos Aires.
Deolinda Correa ha trascendido el ámbito regional, atrayendo a peregrinos de todo el país. La historia cuenta que desde la segunda invasión de Lamadrid a San Juan, Baudilio Bustos, el esposo de Deolinda Correa, fue reclutado contra su voluntad y trasladado a La Rioja. En ese momento, Deolinda emprendió el terrible viaje por el desierto con su hijo de meses, muriendo en la travesía. A pesar de esto, su cuerpo cuidó y amamantó al niño, quien poco tiempo después fue rescatado por los arrieros. Al conocerse la historia, comenzó la peregrinación de lugareños hasta la tumba de la Difunta Correa. Con el tiempo se levantó un oratorio en el que la gente acercaba ofrendas. La difusión de sus milagros se ha extendido por todo San Juan: los poetas y cantores populares le dedican sus coplas y canciones; los hombres de campo le piden protección para sus cosechas; los arrieros, con quienes tiene una deuda, la consideran su protectora y hacen sus peligrosos viajes a través de las serranías y quebradas bajo su amparo; las madres que por su debilidad carecen del necesario alimento para sus pequeñuelos, elevan sus oraciones fervientes a ella para que nutra sus pechos escuálidos.
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