26 de junio 2013 - 00:00

“Las redes sociales han dejado atrás al viejo mundo”

Punset: “Es un error garrafal separar ficción y ensayo. En tiempos de Aristóteles no era así. En tiempos de Darwin tampoco. Mi objetivo ha sido unir esos dos mercados en mis obras, que sean las dos cosas al mismo tiempo”.
Punset: “Es un error garrafal separar ficción y ensayo. En tiempos de Aristóteles no era así. En tiempos de Darwin tampoco. Mi objetivo ha sido unir esos dos mercados en mis obras, que sean las dos cosas al mismo tiempo”.
"A pesar de los agoreros, la batalla está ganada. Todo el tiempo pasado fue peor", sostiene el ensayista catalán Eduard Punset, que visitó Buenos Aires para presentar sus libros de divulgación científica "El viaje a la felicidad. Las nuevas claves científicas" y "Viaje al optimismo. Las claves del futuro", que publicó Destino. Punset es abogado y economista. Fue Ministro de Relaciones para las Comunidades Europeas, tuteló el proceso de transformación económica de los países del Este tras la caída del Muro, fue representante del FMI en EE.UU. y en el área del Caribe. Ha sido periodista de la BBC y The Economist, y profesor de "Ciencia, tecnología y sociedad" en diversas universidades. Desde hace dos décadas se ha convertido en el autor en español de divulgación científica más leído. Entre sus libros están "Adaptarse a la marea" y "Cara a cara con la vida, la mente y el universo". Desde hace 15 años tiene en Televisión Española el programa "Redes", que es referente de la comprensión pública de la ciencia. En su breve visita a nuestro país hablamos con Punset.

Periodista: ¿Cómo un abogado y economista que fue representante del Fondo Monetario Internacional en el Caribe pasa a ser un difusor de los avances científicos?

Eduard Punset:
Siempre he pensado que era un error garrafal la separación entre el sector de ficción y el de ensayo. En tiempos de Aristóteles no era así. En tiempos de Darwin tampoco. Hay una foto a la que siempre me gusta volver, la del entierro de Darwin donde había religiosos católicos, médicos y no médicos, científicos y no científicos. Difundir la ciencia no ha sido para mí ningún empeño profesional sino mi forma natural de actuar. Observé que quienes sabían de historia o de arte podían escribir novelas históricas o biografías de artistas. Eso no ocurría con la ciencia. A los novelistas le era difícil pensar en términos científicos. Mi objetivo ha sido unir esos dos mercados en mis obras, que sean ficción y ensayo al mismo tiempo.

P.: En las últimas décadas ha aparecido un creciente número de escritores que han dedicado novelas a la ciencia y a los científicos, y muchos de esos libros llegaron a ser best sellers y hasta a convertirse en exitosas películas.

E.P.:
Es un indicio de lo que va a ocurrir en diversos campos, forma parte de la multidisciplinariedad. Hace poco en Nueva York un gran científico me explicó que él era un biólogo computacional, y actuaba como tal. Le pregunté qué tiene que ver la computación con la biología. Todo, de otro modo no podría expresarme, me dijo. Lo mismo sucede con los encargados de explicar las fórmulas de los genetistas, que nadie entendería si no fuera por ellos. Este movimiento para acercar los avances científicos es irresistible, forma parte de ese sentimiento de multidisciplinariedad. Y es la huida de lo que Marx reprochaba a los monetaristas cuando nos decía "saben cada vez más de menos, hasta que lo saben todo de nada". En eso estamos, afortunadamente.

P.: Se podría pensar que sus libros "El viaje a la felicidad" y "Viaje al optimismo", remiten a los de autoayuda aunque traten de evolucionismo y las novedades científicas.

E.P.:
Conozco mal el sector de la autoayuda, pero lo suficiente para estarle agradecido por el público que ha generado. Cualquier tiempo pasado fue peor, y eso la gente lo tiene olvidado. Los dogmáticos han insistido muchísimo en que todo tiempo pasado fue mejor, una mentira absoluta. El pasado es la crueldad, la negación de la verdad, el oscurantismo. Llegaron a convencer a los científicos de que tenían que estar encapsulados dentro de sí mismos sin hablarse con el público, y sin buscar, sobre todo, las soluciones en el público. Hoy estamos asistiendo a la invasión de la divulgación científica en la cultura popular. Mis libros están en 16 países, y he vendido un millón y medio de ejemplares, cuando antes sólo hubiera vendido 10.000 y porque tengo un programa en televisión. La gente está esperando la divulgación científica, en contra del dogmatismo, que ha imperado una eternidad. A Laplace, cuando publicó su "Teoría del equilibrio permanente de los cuerpos celestes", lo llamó Napoleón -que había sido alumno suyo en la Escuela Militar- y le dijo: "me ha interesado mucho su teoría sobre el universo, ¿pero no menciona a Dios su creador?" "No he necesitado esa hipótesis, señor". Revisaba los que 100 años antes, cuando Newton interpretó el funcionamiento del sistema solar al no ser capaz de explicar ciertas irregularidades que deberían aparecer en algunas órbitas planetarias, hacía intervenir a Dios para corregir esas anomalías y que el sistema siguiera siendo estable. Para Laplace se había probado una parte teórica nueva. La parte científica comprobada es minúscula. Y alrededor está todo el conocimiento dogmático. El científico debe tener una humildad extrema: "lo que estoy sugiriendo y comprobando va a durar un tiempo, puede salir otro que amplíe lo que digo o que demuestre lo contrario". Es lo que ocurre con el tiempo. Newton decía que el tiempo es igual para todo el mundo, es absoluto, no hay ninguna duda. Viene Einstein y le dice: perdone, pero el tiempo es relativo, depende dónde se está, Un intervalo de tiempo medido en tierra no es igual al mismo intervalo medido desde algo en movimiento. Yo estoy agradecido a los físicos cuánticos de comienzos del siglo XX que introdujeron el principio de incertidumbre, que dijeron "eso depende" y "lo que digo va en contra de lo que ustedes están acostumbrados".

P.: Usted que tuteló la transformación económica de los países del Este tras la caída del Muro, puede pensar como Eric Hobsbawm que el siglo XX fue un siglo breve, y que hace algunas décadas estamos en otro siglo y en otro mundo.

E.P.:
El del pasado era un mundo en que no había vida antes de la muerte, sólo se cuestionaba la gente si había vida después de la muerte. Cuando la esperanza de vida es de 30 años, como sigue siendo en Sierra Leona y en tantos países, apenas hay posibilidad de parir, cuidar un poquito a los hijos, y pensar si hay vida después de la muerte. Pero ha ocurrido que la esperanza de vida ha aumentado 2 años y medio cada 8 años. Hoy nos encontramos con 30 años de vida redundante en términos biológicos. Eso nos permite afirmar que hay vida antes de la muerte. Por primera vez la gente tiene la posibilidad de, dado que tiene mucha vida antes de la muerte, de darse una vida. Esto ha sido para mí una fuente de optimismo, de la necesidad de analizar las cosas de otra manera.

P.: Cosa que es algo público si se tiene en cuenta lo producido por la aparición de las redes sociales.

E.P.:
Ese es para mí el segundo gran cambio, tras la extensión de la vida. Significa un fortalecimiento inusitado de la experiencia individual, en el que se incluyen las redes sociales. He discutido esto con muchos científicos. Algunos, hace cinco años, me dijeron: "Eduard, casi nada nos separa del resto de los animales, hacemos mejor las zapatillas, los paraguas que los chimpancés, pero en el fondo no hay nada que nos diferencie de los otros animales". Otros, hace poco tiempo, me dijeron lo contrario: "somos absolutamente distintos del resto de los animales". ¿Por qué cambiaste de forma de pensar?, les preguntaba. Por las redes sociales. Es algo sobre lo que hemos meditado poco aún sobre qué significa poder compartir informaciones no entre 40 personas que era lo que formaba un colectivo de simios, o cien personas en un aula, sino entre miles. Y no en 2.000 años como en la Ruta de la Seda, sino en un instante. Una civilización costaba milenios. Se necesitaba tiempo para el intercambio de información, de evidencias, de genes, de enredos, de chismes, y ahora todo eso no lleva nada, se logra en un mínimo instante. Eso nos da una capacidad de innovar, de hacer surgir algo nuevo de la que no disponíamos antes. Las redes sociales han dejado atrás el viejo mundo. Vivimos una situación poco dada al pesimismo. Es difícil que la ideología dogmática pueda interferir éste proceso, aunque aún siga siendo mayoría. La batalla está ganada.

P.: ¿Aunque se plantee el apocalipsis de un mundo superpoblado?

E.P.:
Cuando estudiaba en Inglaterra supe que hubo quienes, hace un siglo, plantearon que la cantidad de bosta de los caballos en las calles de Londres iba a terminar con la civilización. Estaban convencidos de eso. Y era gente muy inteligente la que lo decía. Entre las cosas sorprendentes que tenemos, está la incapacidad de prever el futuro. Así como podemos estudiar muy bien el pasado, interpretarlo, revisarlo, inventarlo, tenemos total incapacidad de configurar el futuro.

P.: ¿Qué está escribiendo ahora?

E.P.:
Siempre me ha obsesionado la separación bestial entre el mercado de ficción y de no ficción, entonces he escrito "El sueño de Alicia". Alicia es una mestiza brasileña que emigra a México a los 13 años, y va conociendo gente en la que hurga sobre la vida. Me permite explicar los celos, el miedo, la pobreza, recurriendo a la ciencia y no a la mera invención.

Entrevista de Máximo Soto

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