8 de diciembre 2023 - 00:00

Luis Ziembrowski: recordandosin ira un oscuro pasado familiar

El actor, especializado en papeles de antihéroes, codirigió con Gabriel Reches la película “El villano”, que tiene como eje la historia de su propio padre, un jugador que terminó robando automóviles.

el villano. Luis Ziembrowski (izq.) junto con Gabriel Reches, codirectores del film sobre el padre del primero.
el villano. Luis Ziembrowski (izq.) junto con Gabriel Reches, codirectores del film sobre el padre del primero.

“Lo primero que hice en cine fue llevar por el mal camino a Pinocho. Esa fue también mi primera villanía”, se ríe Luis Ziembrowski, recordando su labor en el “Pinocho” de Julio Midon y Alejandro Malowicki. “Ahí con Pablo Cedrón formábamos el dúo Pólvora y Mecha. Años después nos reencontramos en ‘Lalola’, donde junto a Carla Peterson, Rafael Ferro y Lola Berthet podíamos improvisar a gusto, algo inhabitual en la televisión”.

Por “Lalola” recibió un premio como Mejor Actor de Comedia. Pero más lo festejan cuando hace de malo en títulos como “El patrón, radiografía de un crimen”, “Parapolicial negro. Apuntes para una prehistoria de la Triple A”, la chilena “Cielo ciego”, “Lo siniestro”, “La memoria del muerto”, “Plata quemada”, “Aballay”, “El eslabón podrido”, “Ocho tiros”, o “Cuando acecha la maldad”. Y ahora, como si quisiera afianzar la mala fama, hizo “El villano”. un documental sobre la relación con su padre estafador. Hablamos de eso.

Periodista: Usted ha hecho varios personajes históricos: Sarmiento, Rivadavia, Troilo, Razzano, ¿algún otro?

Luis Ziembrowski: Hice de San Martín en un corto de Jusid donde los padres discuten en medio de un acto escolar. Entonces estaba más flaco. Hacía de padre, y de Padre de la Patria. Ahí tuve el privilegio de conocer a Norma Pons, recálida, graciosa, que fumaba como un escuerzo y se fue en su mejor momento. Sarmiento es un personaje hermoso, de muchas aristas, uno de esos grandes surgidos de la plebe.

P.: También hizo varias veces de hombre bueno, como en “Un amor”, de Paula Hernández.

L.Z.: O “Tatuado”, un padre que no comprende a su hijo pero está preocupado por ese chico, y puede rectificarse y pedir perdón.

P.: Hasta hizo de mujer en “El delantal de Lili”.

L.Z.: Sí, una comedia negra con ribetes de grotesco. La esposa no puede ir a trabajar y el marido la reemplaza. ¡Salía todo depilado!

P.: Pero más lo llaman para hacer de malo.

L.Z.: Tengo el perfil lombrosiano adecuado, y soy eficaz en construir villanos, en mirar sus aristas, para que no sean de una sola cara. Hay quienes dicen que llevo el gen de la familia, yo no lo creo, aunque, por supuesto, a veces uno también puede cometer actos injustos.

P.: ¿Cómo es eso de la familia?

L.Z.: Mi abuelo polaco era jugador, vino primero y se jugó los pasajes del barco donde iban a venir la mujer y los hijos. La hermana tuvo que hacerse cargo. También mi padre era jugador, desde chico. Actor aficionado, integró un elenco de vanguardia con Manuel Iedvani, Cipe Lincovsky, Jaime Kogan, pero lo tentó la mafia. Integró una banda que “trabajaba” autos robados y los cruzaba al Paraguay. Un militar era el contacto en la frontera. Cuando éste se abrió, cayeron todos. A mi viejo le dieron 9 años. Salió antes, por buena conducta. Le ofrecieron trabajar en la sastrería de la cárcel, pero él prefirió hacer trabajos esporádicos, dedicarse a la ruleta, los caballos, y las estafas de poca monta. Algunas, las contaba como si fueran una gracia. Le gustaba vivir en el riesgo. Entonces, su mejor amigo era un comisario de fama dudosa. A la familia la tenía olvidada. Muy pocas veces lo vi cuando era chico. Por ahí se anunciaba, otras caía de improviso, siempre haciendo promesas, relatos incomprobables. Un día, ya grande y solo, tuvo un accidente, lo internaron, lo fue a ver un rabino, y ahí se agarró del soporte espiritual que le ofrecían. Años después lo atropelló un auto cuando cruzaba para el Casino de Mar del Plata. Ya no iba a jugar, sino apenas a tomar algo con sus pocos amigos.

P.: ¿Alcanzó a ver los triunfos de su hijo como actor?

L.Z.: De mi trabajo vio algo en la tele, y un día fue al San Martin a verme en “El círculo de tiza caucasiano” y me esperó a la salida. Otras veces, sé que estuvo pero después no me esperaba. Era como un fantasma, o un pariente lejano. Podía estar orgulloso de sus hijos, de sus nietos, pero a la distancia. Cuando empecé a formar mi propia familia entendí más eso de estar presente o ser un padre ausente. Un día viajé a verlo. Habían pasado ocho años sin vernos. Al principio no lo reconocí. Aquel accidente lo había dejado frágil, avejentado. Me acompañaba Javier Diment, que grabó ese encuentro. Parecíamos felices.

P.: Esa grabación está en “El villano”.

L.Z.: Y fue el germen de la película. Yo había codirigido antes con Iosi Havilio, “Lumpen”, y con Diment “El propietario”. Esta la hice con Gabriel Reches. Es un documental de búsqueda, con los recuerdos de mis hermanas mayores y una parte donde me pongo en su piel y escenifico el momento en que lo apresaron en plena calle, según una de las versiones que circulan en la familia. ¿Con todo eso podría armar una ficción? Quizá, pero el documental me permitió sentirme vulnerable al dolor de una hermana o la incomprensión de una hija, y llegar al encuentro con él. Siento ese viaje como muy reparador.

P.: ¿Y qué dicen sus hermanas, ahora que todo esto se muestra públicamente?

L.Z.: Están muy conmovidas, muy nerviosas. Igual me acompañan con mucha confianza. También mis compañeros del equipo de filmación. Cada uno pensaba en su propio padre, y en uno mismo como padre. Eso me permitió superar el posible regodeo narcisista y abrirme a lo universal. El del padre, es un tema universal, aunque el mío era bastante particular.

Dejá tu comentario