1 de julio 2014 - 00:00

Macchi: una paleta que requiere una mirada prolongada

El arte de Jorge Macchi exige del espectador estar presente frente a las pinturas, contemplarlas con los ojos bien abiertos y desde distintos puntos de vista para acceder al sentido.
El arte de Jorge Macchi exige del espectador estar presente frente a las pinturas, contemplarlas con los ojos bien abiertos y desde distintos puntos de vista para acceder al sentido.
La galería Ruth Benzacar acaba de inaugurar "Memoria externa", una muestra de Jorge Macchi (1963), quien presenta seis pinturas de gran formato. En el sitio web de la galería las imágenes de las pinturas aparecen fragmentadas y hay un texto anunciando la exposición, donde dice: "Cada una de las seis obras que conforman la muestra propone soluciones específicas en la construcción de las imágenes, y rechaza la descripción o la traducción, exigiendo la presencia y la experiencia del espectador".

Es decir, si nos atenemos a este mandato, hay que estar allí, frente a las pinturas, contemplarlas con los ojos bien abiertos y desde distintos puntos de vista para acceder al sentido. Aún así, luego de la experiencia directa con las obras (y no de la visión a través de imágenes o descripciones verbales) el que mira se encuentra amenazado por el categórico rechazo "a la descripción o la traducción".

En la sala hay dos obras que también ostentan un límite: niegan la visión de la imagen plena. La configuración formal de dos pinturas retacea el acceso a la visión del tema o motivo que, sin embargo, aparece a medias, escondido. Unas mujeres tan indolentes como las de Guttero y eróticas como las de Matisse se descubren en los fragmentos pintados con formas de óvalos alargados que cruzan el cuadro. Macchi pintó esta obra con gran dedicación sin enmascarar ni bloquear la superficie de la tela en blanco.

En otro de los cuadros, según sea la distancia que adopte el observador, aparecen los ojos y unos retazos de "Les demoiselles d'Avignon". Pero para descubrir las escenas hay que estar allí, presente frente a unas obras imposibles de interpretar si no se les dedica la mirada prolongada que demanda el arte.

Pero más allá de la contemplación, es a través de la sensibilidad y el razonamiento que se accede al fundamento de estas pinturas. Macchi es la figura descollante del conceptualismo argentino en el circuito internacional. Casi desde los comienzos de su carrera sorprendió con sus observaciones sobre las cuestiones imprevisibles de la vida, con los pentagramas y la poderosa fuerza de sus clavos suplantando las notas a puro martillazo y con la elaboración apasionada de las noticias policiales y sus recortes inesperados de los obituarios de los diarios.

Por otra parte, las instalaciones logran insertar al espectador en un espacio físico y mental cargado de ansiedad, poesía o locura, como el cuarto acuchillado con violencia o el delirio del gimnasta que salta para ascender al cielo. Las obras de Macchi, dramáticas o juguetonas, escenográficas, seductoras o reflexivas, a pesar de los recursos mínimos que suele utilizar, tienen múltiples sentidos e invitan a pensar en la razón de ser de las cosas.

Al ingresar a la sala se divisa una pintura constructivista inspirada en una vidriera de barrio con el vidrio quebrado y pegado con cinta adhesiva. La visión de ese vidrio roto está en el origen de la obra. Pero a partir de allí el cuadro moviliza el "inconciente" estético del artista y también el del espectador.

El horizonte que aflora en la memoria resulta inabarcable, va desde "El gran vidrio" de Duchamp hasta el arte constructivo de Malevich, las veladuras blancas de Alfredo Hlito y las teorías que los acompañan. Esta es la dimensión real de la muestra. El teórico Gabriel Pérez Barreiro destaca el ejercicio de "observar lo cotidiano y tratar de reestablecer el sentido y la complejidad por medio del simple acto de mirar". De este modo subraya el momento en que "lo obvio se vuelve excepcional".

El arte de Macchi proviene en gran medida de su condición de "flaneur" de las ciudades, su libro "Buenos Aires Tour" marcó un hito en su carrera. Así lo afirman casi sin variaciones- los expertos que analizan su producción. Y justamente, Macchi se propone en esta muestra liberar su arte de todos los casilleros. El primero: la palabra que lo traduce.

El propio artista pone como ejemplo un comentario sobre el inmenso container que presentó en el Museo de Arte Moderno porteño. "Compararon la obra con un ready made de Duchamp y cuando pregunté si la vieron, respondieron que si, pero en una foto". Agrega entonces que las erradas o limitadas -y, por lo visto para él irritantes- interpretaciones, provienen de la circulación de imágenes y del afán de traducir y describir el arte.

En efecto, el arte dice cosas cuya naturaleza inasible no siempre se puede traducir en palabras. No todos sus mensajes son nítidos y, en los hechos, el arte es el encargado de la "comunicación de lo incomunicable".

Al escribir sobre arte, Paul Valéry se disculpa: "Siempre debe uno excusarse por hablar de pintura". No obstante, agrega que "hay buenas razones para no callar. Todas las artes viven de palabras. Toda obra exige respuesta, y escrita o no, inmediata o meditada, alguna 'literatura' es

siempre inseparable de lo que empuja al hombre a producir"
. Degas ridiculizaba a la gente de letras, y al propio Valéry no tuvo reparos en decirle: "Usted de esto no entiende nada".

Casi un siglo más tarde, Arthur Danto sostiene que la obra de arte "trata sobre algo" y que esta condición abre el camino a la interpretación.

Se supone que Macchi no enfrenta la crítica en todas sus instancias. Cuando aclara que la "memoria externa" es un "dispositivo de almacenamiento de imágenes, paralelo a la memoria principal del artista", presupone el trabajo del historiador del arte y una memoria histórica.

Pero si se analiza el actual contexto de la democratización del arte es posible advertir el triunfo de un solo cerebro o de un solo discurso. De este modo asistimos al fenómeno de la "monocultura" global del arte que tiende a ser cada vez más conceptual, sencillamente porque la idea, el signo y el símbolo circulan fácilmente por las redes cibernéticas. Mientras la materialidad de la obra de arte -que Macchi exige que el espectador contemple- pierde importancia, las teorías que la "traducen" se vuelven imprescindibles.

Hoy, la pintura, con su materialidad incluída, sigue siendo el soporte clásico de la historia del arte y es un género que a la vez se presta a la experimentación. Macchi regresó a ella y pintó unas nubes volando sobre un tejado y un auto hundiéndose en el agua. Las telas son ahora el territorio donde libra una batalla para cambiar el orden de las cosas y defender el arte como un firme bastión del conocimiento.

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