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“Norma”: vigor vocal y puesta desconcertante
Con «Norma», cumbre del arte vocal italiano plasmada por Vincenzo Bellini y Felice Romani sobre un drama de Alexandre Soumet, sigue adelante la temporada de Buenos Aires Lírica, en una producción con muchos puntos altos en lo musical y una versión escénica de aristas polémicas.
Indudablemente todo abordaje de esta ópera plantea el mismo problema: atenerse a ciertas mínimas -e inevitables- convenciones estructurales del género aportando al mismo tiempo una visión personal; se trata de un límite sutil que implica una indagación en el contenido profundo de un drama humano. El francés Louis Désiré, conocido de los porteños por sus realizaciones para los dos grandes teatros líricos oficiales, dio cuenta aquí de su absoluta despreocupación por las convenciones, en una decidida apuesta por la originalidad a cualquier precio.
Pero, paradójicamente, los resultados fueron menos convincentes y eficaces que los de una puesta tradicional, ya que su planteo atemporal no pareció articularse con sino más bien superponerse al drama mismo, y tampoco dejó el campo libre para que la belleza del libreto y la partitura surtiera efecto; quedó especialmente claro en la escena final, en la que los «romanos» -valga el encomillado- vestidos de rojo empaquetan a los personajes y al coro en una gigantesca tela (¿tal vez el plano de una ciudad que planean fundar en ese mismo lugar?) mientras en el texto y en la música tiene lugar un «clímax» dramático que resulta aquí totalmente minimizado.
La naturalidad de la marcación escénica, en contra de la distante frialdad tradicional, fue en este caso un acierto y por otro lado una de las escasísimas fuentes de emoción, por no decir la única, en la puesta de Désiré, paisaje dominado por las tinieblas y la rigidez (escenografía de Diego Méndez Casariego, vestuario de Mónica Toschi e iluminación de Rubén Conde).
Por suerte el aspecto musical, fundado en el profesionalismo del elenco, del director Javier Logioia Orbe y del Coro y la Orquesta de Buenos Aires Lírica, fue mucho más convincente. Asumiendo uno de los papeles más comprometidos de toda la literatura operística, Florencia Fabris salió airosa exhibiendo una voz pareja en todo el registro y muy buena desenvoltura escénica, línea y agilidad; otro tanto cabe decir de Adriana Mastrángelo, que con aplomo vocal y teatral compuso a una Adalgisa de fortaleza similar a la de Norma.
Dotado de un instrumento de enorme caudal, el tenor italiano Paolo Bartolucci deslució su encarnación de Pollione por una constante y notoria calatura, aunque su esforzada performance tuvo sus méritos; por su parte, Cristian Peregrino impuso autoridad como Oroveso, con su habitual solidez vocal, y en los comprimarios completaron muy bien Patricia Deleo (Clotilde) y Nazareth Aufe (Flavio). A excepción de imprecisiones momentáneas en la afinación de las cuerdas, la orquesta conducida por Logioia Orbe -quien imprimió «tempi» ágiles- exhibió homogeneidad y vigor. El Coro preparado por Juan Casasbellas cumplió con creces su tarea.
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