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Se entregó todo lo que había, pero no se pudo
Se defendió muy bien Australia durante todo el partido y lo hizo con una fiereza, una rudeza y una anticipación impresionantes. Y todo lo que se había dicho sobre el breakdown y la necesidad de alejar la pelota de las manos y el olfato predador de David Pocock desgraciadamente se cumplió al pie de la letra: el tercera línea de los Wallabies fue una pesadilla sin solución en buena parte del partido para los argentinos, y así, el hombre que estuvo en duda hasta último momento resultó ser el terror del ataque albiceleste. Por otro lado, el scrum de Los Pumas fue un puñal en el pecho australiano, que nunca le encontró la vuelta.
Esa maldita primera etapa y esa intercepción de Simmons al minuto y poco más de juego fue lo que espabiló a los Wallabies y golpeó a Los Pumas. Ese try en el amanecer del partido puso condiciones -al menos numéricas- para que los argentinos comenzaran a tomar riesgos que de todas formas todos sabíamos que iban a tomar. No estamos descubriendo nada, pues eso los había llevado a las semis y eso los llevaría al bronce, o a la final.
Fue ahí, en la etapa inicial, cuando Los Pumas, sin poder prevalecer en el juego ni en anotar puntos gordos aun con posibilidades, lo que a la postre marcó el destino del partido, porque en la segunda etapa lo que defendió Australia estuvo relacionado con lo que defendieron Los Pumas. ¿Cómo?... Sí: Los Pumas defendieron su honor y el destino final del partido jugando a su estilo, sin traicionarse, sin limitaciones y sin tapujos. Unos defendieron su ingoal conforme los otros defendían su idea.
Los Pumas se llevaron por delante a Australia en el complemento -con lo que tenían y les quedaba: pundonor, corazón, poco oxígeno y unas ganas descomunales de torcer el rumbo del partido-. Su rival se agazapó, sacó las uñas y defendió con una gran barrera de tackles todo lo celeste y blanco que pasó cerca. Cometieron muchos penales los Wallabies, y eso, ciertamente, permitió que los argentinos se mantuvieran en el partido gracias a la puntería inigualable de Nicolás Sánchez (que jugó un test para el aplauso en todo sentido).
Conforme llegaba el aliento desde la platea, ese aliento sostenía la ilusión y la compostura de unos Pumas doloridos, golpeados, afectados pero con una actitud incólume, a toda prueba. Se lo iba a ganar Australia, pero no le iba a salir barata la intentona... Quedaban diez minutos, Los Pumas a tiro del empate -que se vislumbraba hasta en el lenguaje corporal de unos y otros- cuando una corrida letal y fulminante de Drew Mitchell -una corrida excepcional, por cierto- permitió el tercer try de Ashley Cooper y de alguna forma, les puso fin a las ilusiones argentinas que, tozudas, siguieron enviando oleada tras oleada rumbo al ingoal aussie sin suerte; esa que sí tuvieron los Wallabies en ciertos momentos, no la tuvieron Los Pumas cuando la necesitaron. Queda un partido más. Un partido que vale un bronce, un podio y un festejo para un equipo que lo merece cierta y largamente ya por lo hecho y, sobre todo, por lo que está por venir.
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