8 de julio 2009 - 01:19

Un scrum de leales para lanzar la última cruzada

Carlos Cheppi
Carlos Cheppi
-Moreno todavía no.

-¿Pero se va a ir?

-Vemos, por ahora esto.

En Olivos, luego de endulzar los oídos de Aníbal Fernández, Néstor Kirchner confirmó, por segunda vez en una semana, a Guillermo Moreno como secretario de Comercio Interior y coronó, en ese movimiento, la matriz de los enroques de ministros en el staff presidencial.

Era mediodía cuando todavía como ministro de Justicia y Seguridad, Fernández, Florencio Randazzo y el ubicuo Carlos Zannini fueron llamados por Cristina de Kirchner a la residencia para relatarle los movimientos que, la noche anterior, habían discutido con su esposo.

Unas horas después, Amado Boudou fue convocado a la Casa Rosada. Allí también flotó el nombre de Moreno. Pero el sucesor de Carlos Fernández en Economía no quiso repetir el error de su amigo Sergio Massa: apenas citó, al pasar, su buena relación con el secretario.

Esta vez, Moreno les sirvió a los Kirchner como tester de fidelidad y, al final del día, comprobaron que el criterio de selección había sido correcto: los nuevos -o viejos con nuevas funciones- parecen dispuestos a ejecutar y, sobre todo, defender los mandatos dictados por el matrimonio.

Así y todo, como regla general, no hay despacho de la Casa Rosada donde no se asuma -siempre sin certezas- como un hecho irrevocable que el secretario de Comercio que opera sobre el INDEC dejará el Gobierno.

El enroque de ayer, sobre todo en los ministerios, tiene una lógica sencilla: Cristina, bajo el influjo de su marido, castigó a los desleales y premió a los fieles para conformar un elenco que tenga como única misión defender a ultranza al Gobierno frente a la tempestad que se avecina.

Otra vez, en las formas, Kirchner fue brutal. Massa se enteró por TV de que quedaba fuera del Gobierno. Fue, alguna vez, el más cristinista del Gobierno. Acaso más que la propia Cristina.

Desde hoy, según el análisis de Kirchner, el Gobierno de su esposa contará con cuatro voceros, jugados «a fondo» con el modelo K y dispuestos a defender las iniciativas, incluso las más desquiciadas, de la Casa Rosada.

De un jefe de Gabinete autónomo -la referencia más suave sobre el comportamiento de Massa-, decían anoche en Gobierno, «se evolucionará a uno que demostró que está alineado»; de un ministro de Economía mudo a otro que, además de «hablar, es confiable».

Julio Alak, en Justicia y Seguridad, será otro actor de ese scrum que completa Randazzo, que seguirá en el Ministerio del Interior: Kirchner evaluó su habilidad política, que puede oficiar como portavoz K y que, además, tiene cintura para negociar con la hermandad judicial.

De rebote, Kirchner castiga a un «traidor»: el intendente de La Plata, Pablo Bruera. Sobre ese alcalde, al igual que sobre Massa, el ala dura K (la única que quedará desde este atardecer) descarga todas las maldiciones con la acusación de que mandaron a cortar boleta contra Kirchner.

A Boudou y a Fernández, además, les sirven premios adicionales: el marplatense deja a su equipo, donde están Bossio, Pablo Fontdevila, Chodos y Zabaleta, para que manejen la ANSES. En los papeles no será superministro, pero en los hechos seguirá controlando esa megaoficina.

Multifunción, ayer se especulaba con que Fernández -aun informalmente- continúe como jefe de las fuerzas de seguridad que, en la práctica, pasarán a depender de Alak.

Para la última cruzada, la más difícil, los Kirchner se preparan para batallar. Por eso cerraron el cerco sobre sí mismos. La ficción de una etapa aperturista, que se alimentó con la llegada de Juan Manzur a Salud, ayer se sepultó.

Ayer, fuera de la Casa Rosada, la oposición ponía el foco sobre algunos interrogantes. ¿Es Aníbal Fernández el ministro indicado para abrir una instancia de diálogo con la oposición? ¿Lo es para que se siente a discutir y acordar con las entidades del campo?

Quizá ni Kirchner ni Cristina lo quieran para cumplir ese papel.

Quizá a nadie reserven ese papel.

De hecho, anoche, con la salida de Carlos Cheppi de la Secretaría Agricultura, se hablaba de mantener la línea dura con el campo, y en ese sentido, se hablaba de la entronización de Carla Campo Bilbao, una ultracristinista, esposa del intendente de Moreno, Andrés Arregui.

Pablo Ibáñez

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