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Valioso libro sobre la escultora Lydia Galego
Esta escultora nacida en Buenos Aires inicia sus estudios en las escuelas tradicionales, Manuel Belgrano, Prilidiano Pueyrredón y Ernesto de la Cárcova además de concurrir a la Casa-Taller de Leo Vinci. Con premios importantes, exposiciones individuales y colectivas, su obra figura en diversos museos nacionales y provinciales así como en colecciones privadas.
En el primero de los seis capítulos «La Escultura, una vocación», Nelly Perazzo destaca que entre los artistas de su generación Galego es un caso único por los materiales, técnicas, forma y contenido que fue desarrollando. Comienzos figurativos que juegan con lo enigmático a través de máscaras y que, en cierta forma, son el origen de lo que cubre y envuelve, dos características de su posterior lenguaje expresivo. Galego se siente atraída por la arcilla y el modelado pero teme quedar atrapada por la seducción del material. Hacia 1988 nacen los «Bichos Canasto» y, en 1997, los «Embolsados». Es entonces que la artista encuentra un lenguaje y una técnica que la van a identificar.
En el segundo capítulo, «La originalidad de una técnica», la autora describe minuciosamente los pasos del tallado del telgopor, la utilización y manipulación de la tela que lo cubre -mallas de media- y los procesos de superposición de capas diferentes que coserá, dejando costuras exteriores que separan los planos así como el uso de grafismos y pintura.
El tercer capítulo, «La Escultura y lo Textil» se refiere a las modificaciones en el campo de la escultura gracias al uso de materiales blandos, por ejemplo, los fieltros de Joseph Beuys y Robert Morris, los empaquetamientos de Christo y otros materiales también utilizados por artistas argentinos. En «Yo, mujer», tema del capítulo cuarto, se hace un análisis de la creatividad de las mujeres, «son ellas las que han hecho el arte más desafiante», dice Jenny Holzer al referirse a las décadas del 60 y del 70. Galego se vinculó con lo femenino en su adolescencia pero el coser, bordar, hacer ropas, no se quedó en el hecho impuesto por el patriarcado sino que la ayudó a reflexionar sobre los textiles como un elemento que nos acompaña desde el nacimiento hasta la muerte.
Hacia fines de los 80, Galego realiza variantes del «Bicho Canasto» con su carga acerca del encierro, el cuerpo, de pie o reclinado, los ojos, la única parte visible. Vendrán hacia 1998 las bolsas que remiten a fardos funerarios de antiguas civilizaciones, «bolsas y vientres de los que alguien pugna por salir» tratados en el quinto capítulo, «La dimensión arqueológica», en el que se explicita la génesis de estas formas cuando la artista realiza un viaje al Cuzco en los 60.
En la colección del Museo Sívori se encuentra «El Envoltorio I», (2003), perteneciente a una serie que creemos, constituye un punto muy alto en su producción.
A propósito de «Con el fluir del tiempo», capítulo final, Perazzo enfatiza la utilización del verbo «gestar», ese lugar que Galego ha creado de manera absolutamente personal en el que se encuentran su historia, sus vivencias.
La obra de Lydia Galego es conmovedora y el libro, aparte de ser un objeto bello, constituye un importante aporte sobre una artista y su mirada hacia el presente de la escultura.
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