Aprobó la inflación de agosto. La política monetaria funciona. Nadie pide que evite los shocks petroleros, menos si son el fruto de una conspiración de la OPEP y Rusia en tiempos de guerra. El presidente Biden y no Jay Powell tiene a su cargo la diplomacia del crudo y el manejo de las reservas estratégicas.
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Sí se le exige que, dado un shock de precios relativos, sus efectos no desborden el nivel general de los precios. En otras palabras, que no se enloquezca la inflación.
Y el examen se rindió a satisfacción. Ya se conocía el dictamen de los precios al consumidor. La energía se encareció 10% y elevó 0,6% la inflación minorista y 0,3% su versión núcleo. El deflactor del consumo personal -la vara específica que usa la FED- se comportó aún mejor.
Aumentó 0,4% y la medición sin energía (ni alimentos), un magro 0,1%. Sorpresa: el deflactor núcleo reportó la menor variación desde noviembre 2020. Su valor anualizado -1,8%- cabe dentro de la meta oficial. Si se toma el promedio de los últimos tres meses apenas la excede: 2,2%. La inflación es alta, pero se encoge. Y no es una golondrina, ni dos ni tres (de tres). “Los últimos cinco meses son alentadores”, reconoció Thomas Barkin, titular de la Fed de Filadelfia.
¿Alcanza? No para dar la cruzada de suba de tasas por concluida. La Fed -y sus pares del G10 salvo Japón - insisten con el mismo lema: se precisan “tasas más altas por más tiempo”. La inflación interanual es 3,5% (3,9%, la núcleo). Tiene que desarmarse sin imponer condiciones. Que su rebeldía no sea de ahora sino historia no quita la necesidad de extirparla de raíz. Debe corroborarse que 2% es una meta perfectamente cumplible. Y así será, más temprano que tarde.
Fue un trimestre para olvidar. Pero no hay que olvidarse del preámbulo si uno quiere imaginar el desenlace de 2023. Las Bolsas se tiñeron de rojo con escasas excepciones (como la India e Israel). El índice S&P 500 estrenó un mercado bull en junio con un soberbio retorno de 6,4% (y 3,1% en julio). Pero cayó 1,7% en agosto y casi 5% en septiembre. En el tercer trimestre reculó 3,2% pero aun así acumula un envión de 13% en el año.
El Nasdaq 100 bajó 2,9% en tres meses pero conserva un avance de 35%. Se temía a principios de año la emboscada de una recesión que no se produjo aunque la curva de bonos invertida y la canasta de indicadores líderes afirman que está al caer. Y en su ausencia lo que apareció fue un nuevo mercado accionario alcista.
Contrario sensu, la solidez del crecimiento real (2,1% en la primera mitad del año) y su aceleración en el tercer trimestre (presuntamente a 3%) obligó a la Fed a endurecer su discurso y acentuó la caída bursátil sobre el filo de septiembre.
En esa recesión que no fue se ensartaron los bonos del Tesoro que no tienen paz en su tercer año de mercado bear. El trimestre fue una masacre: los bonos de entre 7 y 10 años al vencimiento se hundieron 4,5% y los de 20 años o más, 13%. Y no por culpa de la inflación.
Son las tasas reales las que se recalientan. Y por eso las tasas largas suben y no encuentran techo todavía. La paciencia, y la liquidez, escasean. La economía bajará un cambio antes de fin de año (el shock petrolero es un impuesto al consumo y se retomará el servicio de la deuda estudiantil) pero hay que probarlo. Ya hay signos de mesura aunque dispersos. La amenaza de un cierre parcial del gobierno -el “shutdown”- sumó un estrés malsano. El de la impotencia. Sin estadísticas oficiales se haría más larga la vigilia.
De ahí la importancia de la solución faltando 45 minutos que piloteó Kevin Mc Carthy. El líder de la bancada republicana desairó a los radicales de su propia tropa con ayuda de los demócratas. Nada era menos oportuno que un apagón informativo. La Fed data-dependiente aprieta y la marcha del empleo debe brindar evidencia confiable de moderación, el viernes. Sortear el escollo será la diferencia entre el día y la noche en mercados temerosos de su propia sombra.
¿Qué más faltaría anudar? Ya se encorsetó la inflación, y se logró lo principal. Apartar a la política del medio no era esencial pero sí conveniente. Y si la creación de empleo se va calmando, la economía aterrizará por las buenas. “Estamos en el nivel pico de las tasas de interés o muy cerca de él”, dice John Williams mientras conduce la mesa de operaciones de la Fed, al que por cierto, se lo advierte mucho menos ansioso que a Wall Street.
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