23 de julio 2001 - 00:00
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P.: ¿Y qué dice la actriz?
Beatriz Spelzini: Yo estaba haciendo «El jardín de los cerezos» y «Fiscales». Ella me vio, supo que hablaba algo de italiano, charlamos, me envió el guión... Había estado de gira por España. Sabía que podía estar dos meses fuera del país. Igual me costó un poco. Debía imaginar qué era eso de sentirme una extranjera, sin país, sin familia, aunque con el tiempo mi personaje crea su propia familia. El pasado está, pero no la condena al dolor. También está el presente. Y ella trata de hacer contacto con la felicidad, sin saber qué es lo que viene. Trabajamos en verano, con mucho calor, con algo de miedo, pero valió la pena.
R.P.: El actor pone su cuerpo y su cara, es lógico que tenga algo de miedo. No tiene pretensiones: tiene miedo.
B.S.: Hay algo que se vuelve niño en el actor. Los directores deben saber que eso forma parte del trabajo.
R.P.: Algunos directores son crueles. Eso de repetir sesenta veces la misma toma, por ejemplo... No digo que la primera sea la mejor, como aseguraba Marco Ferreri. Me gusta lo de Ingmar Bergman: mucho ensayo previo, como si fuera teatro, y mucha construcción del personaje. ¡Así es como después filmó «Gritos y susurros», nada menos, en apenas 27 días!
Formación
P.: Usted hace mucho cine, pero tiene formación teatral.
R.P.: Todavía alumna del Conservatorio, fui una de las pocas personas -y aún más, una de las pocas mujeres-a quienes Antonio Cunill Cabanellas les dejaba a cargo su clase. Un día me dijo «Porque esto es lo que vas a hacer en la vida». Pero en Roma, adonde fui becada hace ya cuarenta años, me orienté por el cine: docudramas, reportajes, documentales, el largo «Años rebeldes», medio autobiográfico, sobre una adolescente bajo el primer peronismo, y ahora «Reconciliados».
P.: El tema es la amistad.
R.P.: Es la historia de una amistad, de lo que fueron y son hoy algunos personajes que en los '70 quisieron cambiar el mundo, y cuyas ideas han sido derrotadas, superadas. Uno de ellos pasó 18 años en la cárcel, por matar a un juez (entonces se decía mucho «A este corrupto habría que matarlo», muchos decían eso, y algunos llegaban al exceso de concretar lo dicho), y ahora este hombre reaparece, quizás arrepentido, como un fantasma del pasado, entre sus amigos de entonces. Beatriz recuerda entonces esos versos de Gardel, «la vergüenza de haber sido, y el dolor de ya no ser». En italiano puse «dissagio», malestar, desazón, incomodidad, porque «vergogna» es muy fuerte, se usa poco.
P.: ¿Tienen poca vergüenza?
R.P.: Se lo usa cuando uno no sabe dónde esconderse, por ejemplo. El tema principal es la amistad, aunque también hablo de las armas, usadas como verdad o como juego, y de la idea mítica que los argentinos tienen de Italia, y los italianos de la Argentina. Pienso hacer vez una trilogía sobre la inmigración, pero antes debo rodar otras cosas.
P.: ¿Y seguirá poniendo una hamaca en cada película, como hizo hasta ahora?
R.P.: Adoro las hamacas. Las pongo hasta en el teatro. Sugieren un placer infantil, distienden, relajan, no lo sé. Siempre me digo «en ésta escena debe haber una hamaca». Quizá porque cuando chica nunca tuve una.
P.: Ultima pregunta. ¿Podemos relacionar su cine con el de Ettore Scola o Pupi Avati?
R.P.: Los autores que llevo dentro mío son otros. De Avati he visto muy poco. Pero Scola quedó muy entusiasmado con «Años rebeldes», y me propuso para un premio que después gané. Quizás haya visto algo suyo en aquel film. No lo sé. Esas son cosas que sólo los espectadores pueden interpretar.
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