28 de junio 2007 - 00:00

"Sensaciones"

«Sensaciones. La historia del sida en la Argentina» (Arg., 2006, habl. en esp.); Guión y dir.: H. Aguilar; Int.: M. Habub, R. Filipi, R. Fiore, D. Devita, V.Salomón, L.Maiz; docudrama.

Entremezcla dos temas esta película, y aunque ambos sean de interés público, terminan molestándose mutuamente. Uno, es el que se anuncia como subtítulo: la historia del sida en la Argentina. Otro, el de difusión de formas de prevención de la enfermedad, o de convivencia con ella. Esta parte se cumple mayormente escenificando diversos encuentros de autoayuda, cuyos miembros comentan el modo en que se contagiaron (no siempre el más común), el costo de la licuación de semen para evitar una descendencia enferma, etc., mientras el conductor los estimula a tener una actitud optimista, seguir adelante con el tratamiento, y también con su vida cotidiana. Valiosos, los consejos a una embarazada. Irregular, el nivel de las actuaciones. Discutible, asimismo, el extenso número de un mimo para una suerte de publicidad sobre el uso de profilácticos.

Lo más atractivo del film pasa por la anunciada historia, que desgraciadamente adolece de unos cuantos huecos informativos: ¿ quiénes redactaron la Ley Nacional 23.798 de Lucha contra el Sida, que fue pionera en Latinoamérica? ¿qué autoridades organizaron la entrega gratuita de medicamentos en 1993, y quiénes la desorganizaron? ¿en qué año exacto ocurrieron otros acontecimientos que allí se mencionan?, etcétera.

Por suerte, cada tanto aparecen los verdaderos testigos de la historia: los doctores Graciela Reboredo (en 1980 le tocó el primer caso visto en el país), Jorge Benetucci, y Arnaldo Casiró, respectivos jefes de Infectología del Clínicas, el Muñiz, y el Alvarez, y el doctor Roberto Hirch, jefe de Infectología Pediátrica del Muñiz. Ellos solos daban para una película entera, y es muy fuerte cuando cuentan sobre los prejuicios iniciales que obligaron a internaciones clandestinas, la niñita que pidió morir en su casa rodeada de sus juguetes (y cómo lograron ayudarla en su último mes de vida), y la desesperación que hubo ante la noticia de la muerte de Rock Hudson («ese día se acabaron los números de consulta»). Valiosos, también, los aportes de un reincidente que pudo alzarse desde la marginalidad para participar en la fundación de Convivencia, la periodista Fanny Mandelbaum (que denunció medicación vencida en containers por pura displicencia de funcionarios y empleados públicos) y el doctor Vázquez Acuña, que desde su cargo como juez de la Nación señala la ausencia de médicos especialistas y de pabellones aislantes en varias cárceles del país. Penosa, en cambio, la fácil declamación de alguien que, muy suelto de cuerpo, habla de «este desastre que nos causó la civilización occidental y cristiana», un concepto que puede sumir en la mayor de las perplejidades a los médicos de hospitales chinos y africanos.

En suma, un trabajo irregular, pero igualmente válido, para difundir y discutir en diversos medios, y cotejar de paso con «Fotos del alma», de Diego Musiak, la primera película sobre el sida que hubo en Argentina.

P.S.

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