Aun antes de que los argentinos acudan a las urnas este domingo, el debate sobre cómo definir la victoria en las elecciones legislativas de medio término ya domina las conversaciones en los círculos financieros y políticos. En un país donde las contiendas intermedias suelen funcionar como un referéndum implícito sobre la gestión presidencial, la pregunta no es solo quién gana, sino cómo se mide ese triunfo en un sistema fragmentado y con reglas electorales que priorizan el ámbito provincial.
Qué porcentaje significaría ganar las elecciones 2025 y cómo podría reaccionar el mercado al resultado
Ganar estas elecciones no se reduce a un color en el mapa ni a un puñado de bancas. Se trata de un umbral porcentual. En lo financiero, los números tendrán implicancias inmediatas.
-
Provincias Unidas: el frente de gobernadores debuta con el objetivo de romper la polarización y blindar sus distritos
-
Gobernadores plebiscitan gestión y se juegan su poder de fuego rumbo al 2027
El resultado de las elecciones 2025 será clave para el mercado.
La controversia surgió con tal intensidad que la Cámara Nacional Electoral recibió una presentación formal solicitando claridad sobre la publicación de resultados. La respuesta institucional fue tajante: los datos provisorios deben difundirse por provincia, no en un agregado nacional simplificado. Esta directriz, aunque técnica, pone de manifiesto una realidad estructural del federalismo argentino: el oficialismo, bajo las denominaciones La Libertad Avanza, Alianza La Libertad Avanza o Partido La Libertad Avanza, compite con una identidad unificada en las 24 jurisdicciones electorales. En cambio, la principal fuerza opositora —el peronismo— se presenta fragmentada, utilizando sellos alternativos o frentes locales en varias provincias. Excluir estos votos dispersos del cálculo nacional generaría interpretaciones distorsionadas, subestimando el peso real de la oposición y sobreestimando el alcance del oficialismo.
El domingo por la noche, cuando se conozcan los primeros resultados provinciales, la discusión podría resolverse de manera inmediata si se materializara el escenario que el presidente Javier Milei ha proyectado durante meses: un mapa teñido de violeta, con La Libertad Avanza triunfando en la mayoría de los distritos. Ese desenlace cerraría el debate de forma contundente. Sin embargo, las proyecciones más realistas apuntan a un panorama más complejo, donde el oficialismo podría ganar en algunos distritos pero perder en otros territorios claves.
Una segunda métrica, más estructural, será el recuento final de bancas en el Congreso. Del total de 257 escaños en la Cámara de Diputados, el oficialismo y sus aliados controlan actualmente 79, frente a 103 de la oposición dura y 75 de legisladores oscilantes o independientes. De las 127 bancas que se renuevan este domingo, 33 corresponden al bloque oficialista o afín, 50 a la oposición dura y 44 al grupo intermedio. El Gobierno ha fijado como objetivo estratégico alcanzar al menos un tercio del cuerpo —86 diputados—, umbral necesario para bloquear iniciativas opositoras o forzar quórums en comisiones. Lograrlo implicaría sumar 40 escaños netos entre propios y aliados, un número que, aunque ambicioso, no resulta inalcanzable con un desempeño electoral aceptable.
Sin embargo, la ecuación no es lineal. Aunque se descuenta un incremento en las bancas propias de La Libertad Avanza, el oficialismo enfrentará pérdidas entre sus aliados actuales. Más aún, la lealtad de estos socios no ha sido incondicional: el nivel de acompañamiento legislativo a las iniciativas del Ejecutivo fue significativamente menor en 2025 que en 2024, con varios aliados votando en contra o absteniéndose en proyectos clave. Esta volatilidad pone en duda la estabilidad de cualquier mayoría construida sobre coaliciones frágiles.
Pero determinar si el Gobierno ha obtenido un mandato renovado —y, por ende, consenso para sus políticas— requiere ir más allá del conteo de escaños. Dado el carácter disperso de la oposición, una métrica más robusta es comparar el desempeño nacional del oficialismo con los precedentes históricos en elecciones legislativas de medio término desde el retorno a la democracia en 1983.
En las últimas cuatro décadas se han celebrado 11 elecciones legislativas netas —excluyendo las concurrentes con presidenciales—. En siete de ellas, el oficialismo emergió como la fuerza más votada a nivel nacional: Raúl Alfonsín en 1985, Carlos Menem en 1991 y 1993, Néstor Kirchner en 2005, Cristina Fernández de Kirchner en 2009 y 2013, y Mauricio Macri en 2017. En las cuatro restantes —Alfonsín en 1987, Menem en 1997, Fernando de la Rúa en 2001 y Alberto Fernández en 2021—, el oficialismo fue derrotado.
El promedio histórico de votos para los oficialismos en estas contiendas es del 36,1% a nivel nacional. Cuando ganaron, promediaron un 38,8%, con el pico de Alfonsín en 1985 alcanzando el 43,6%. En las derrotas, el promedio cayó a 32,4%, aunque esta cifra incluye el extremo de De la Rúa en 2001, que obtuvo apenas el 23,1% en medio de la crisis terminal de su gobierno.
De este modo, un resultado superior al 38,8% permitiría calificar el desempeño del oficialismo como sólido, validando su narrativa de transformación estructural. Por el contrario, un porcentaje igual o inferior al 32,4% señalaría un rechazo significativo a la gestión, limitando severamente la capacidad del Ejecutivo para avanzar en su agenda reformista.
Elección 2025: el carácter plebiscitario y lo que está en juego
El Gobierno ha elevado el carácter plebiscitario de esta elección hasta un punto sin precedentes. El propio presidente Milei asumió el liderazgo de la campaña en su tramo final, recorriendo distritos clave y presentando los comicios como una ratificación o repudio a su plan económico. Incluso el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, ha condicionado públicamente la asistencia financiera de Washington al resultado electoral argentino. Este nivel de exposición internacional subraya la magnitud de lo que está en juego: no solo la composición del Congreso, sino la estabilidad macroeconómica, la confianza de los mercados y la viabilidad del ajuste fiscal en curso.
Para el mercado, el veredicto del domingo tendrá implicancias inmediatas. Un triunfo claro —por encima del umbral histórico del 38,6% y con un bloque legislativo funcional— podría consolidar el rumbo desinflacionario, atraer flujos de capital y reducir la prima de riesgo país. Un resultado por debajo del 32,4%, en cambio, activaría señales de alerta: presión sobre el tipo de cambio, volatilidad en bonos soberanos y posible retracción en la inversión privada. En un contexto donde la inflación acumulada aún ronda niveles elevados y el crecimiento permanece estancado, el margen de error es mínimo.
En síntesis, ganar estas elecciones no se reduce a un color en el mapa ni a un puñado de bancas. Se trata de un umbral porcentual —el 38,6% histórico— que determine si el oficialismo conserva la iniciativa política y la credibilidad económica, o si, por el contrario, ingresa en una fase de gobernabilidad limitada, con aliados volátiles y mercados inquietos. El domingo, los números dirán más que los discursos.




Dejá tu comentario