3 de noviembre 2022 - 00:00

“Mármol”, de Marina Carr: escenas de la muerte conyugal

Una puesta dinámica y con nervio de Oscar Barney Finn, también adaptador del drama de la autora irlandesa.

Mármol. Pablo Mariuzzi y Alexia Moyano, un matrimonio en crisis.

Mármol. Pablo Mariuzzi y Alexia Moyano, un matrimonio en crisis.

“En esta época no sólo ya nadie cree en Dios, sino tampoco en el matrimonio”. Quien dice esto es Ana, uno de los personajes del cuarteto protagónico de “Mármol”, de la irlandesa Marina Carr, un drama de admirable texto y estructura que profundiza en ese mismo vacío, en esa orfandad ontológica del ser humano que cultivó la escena europea de la segunda mitad del siglo XX, como si se tratara de un neoexistencialismo en tiempos de paz. En “Mármol” ya nadie sospecha que Godot no vendrá: ahora ni siquiera lo esperan.

El cuarteto está compuesto por dos matrimonios: el de Ana y Benjamín, y el de Cata y Javier. Sin preámbulos más allá de la presentación de cada uno de los personajes, que sentados en respectivas sillas mencionan sus nombres, la acción se inicia en un registro bien alto, que desde entonces no desciende nunca. Benjamín, que ha sido amigo de Javier desde la infancia, le hace una confidencia: “anoche soñé con Cata, tu mujer”. El sueño, como se verá después, no carece de detalles: ambos compartían un lecho en una habitación suntuosa, con paredes revestidas de mármol. Y el lenguaje que se emplea no cae en eufemismos: nada de “hacer el amor” o de “tener sexo”. El verbo utilizado es ese verbo esencial, directo, irremplazable, pero que según cómo y dónde se diga, y entre quiénes, puede ser un afrodisíaco o una injuria. Y aquí, en “Mármol”, recorrre toda esa paleta de sentidos.

Ese noche, al regresar a su casa, Javier se lleva la gran sorpresa: Cata, según le cuenta ella, ha soñado con Benjamín. Ha soñado lo mismo, en una habitación idéntica, con paredes de mármol. ¿Coincidencia o primer indicio de un vínculo secreto que aún ni su mujer ni su mejor amigo se han atrevido a confesar? Eso carece de importancia. Lo que tiene peso es que, según ya advierte el espectador, para ninguno de ellos la vida puede continuar igual.

La aparición de Ana, quien en un diálogo con su esposo pronuncia la frase que se citó al comienzo, pone en acción el vértigo de un drama que, como se dijo, trasciende el mero conflicto del matrimonio como institución para elevarse a una instancia superior, existencial. Sus personajes no representan dos parejas en crisis, ni mucho menos dos “familias disfuncionales”, esa expresión a la que tan adictos se han vuelto los dramaturgos de hoy; al revés que en Ingmar Bergman, “Mármol” no son “escenas de la vida conyugal” sino “escenas de la muerte conyugal”. Del mismo modo, al revés que en Ibsen, los portazos que puedan dar Cata y Benjamín no son el que dio Nora hace casi un siglo y medio en “Casa de muñecas”, sino el pasaje a otro estado tan displacentero como el anterior, aunque ahora sin el sostén de la “zona de confort”. Del otro lado de la puerta no está la libertad: en la cosmovisión de la autora, el mundo imaginario, el de los sueños eróticos, no es más que una fantasía que no se opone a la realidad “gris” de la vida cotidiana sino que, cuando se intenta llevar a la práctica, la continúa por otros medios y con otros rostros. No sólo no existen Dios ni el matrimonio; tampoco la felicidad plena.

La estupenda puesta de Oscar Barney Finn es tan despojada como dinámica; su enorme oficio transmite el drama con nervio sostenido, punzante. Su propia versión, y la traducción de Cecilia Chiarandini, son otros dos puntales. Las interpretaciones de la propia Chiarandini (Ana), Diego Mariani (Benjamín), Pablo Mariuzzi (Javier) y Alexia Moyano (Cata) tienen un parejo nivel de excelencia.

“Mármol”, de M. Carr. Dir. y versión: O. B. Finn. Trad.: C. Chiarandini. Int.: C. Chiarandini, D. Mariani, P. Mariuzzi, A. Moyano. (El Tinglado, Mario Bravo 948. Jueves a las 20).

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