30 de septiembre 2019 - 00:00

El actor más hábil en el país sin proyecto

Ministerio de Economía y Hacienda.
Ministerio de Economía y Hacienda.
Agencia Noticias Argentinas.

La tentación de encontrar en el continuo saqueo del Estado argentino la explicación de nuestra falta de proyecto desde 1975 es grande. Ese relato puede generar la indignación necesaria para encontrar lo que tanto queremos: una explicación no complejizante pero verosímil de por qué se repiten una y otra vez nuestras crisis.

Nos estamos refiriendo a eventos como los seguros de cambio entre 1981 y 1982 que llevaron a la estatización de la deuda corporativa, las privatizaciones con el PJ en los noventa, la pesificación asimétrica de 2002, la extensión por cuarenta años de la concesión de yacimientos de petróleo en 2007 o, con este gobierno, los beneficios que siguen obteniendo los dueños de las empresas de energía que son parte del círculo presidencial.

Es clave entender y estudiar todos estos hechos. Pero, lamentablemente, negocios del poder y corrupción tienen todos los países, aún los desarrollados. No importa cuán apasionante y escandalosa sea su trama (llena de jueces, operadores políticos, empresarios) el saqueo del Estado no explica por sí solo nuestra larga decadencia.

Esto no quiere decir que no podamos sacar algunas conclusiones que sí nos dan los negocios del poder. Aquí vamos.

¿Quiénes son los más hábiles en el país encallado? Principalmente los que entienden eso y se manejan como pez en el agua aprovechando las megalomanías refundacionales del político de turno y la confusión generalizada. Se adapta el discurso, se pasa de industrialista a aperturista -o al revés-, se elogia a La Cámpora o a Marcos Peña -según corresponda- y finalmente, cuando todo estalla, se culpa al FMI y a los acreedores extranjeros que, efectivamente, tienen al menos una parte de la responsabilidad.

Pero, convegamos que, por un tiempo, ni el FMI ni los acreedores externos van a cobrar (estos últimos tendrán además una fuerte quita). Sumemos a esto que, en el otro extremo, asalariados, jubilados y beneficiarios de planes sociales deberán entrar en un acuerdo social de desindexación para evitar una hiperinflación. Y el cuadro lo completa el bombardeo que presiona para que el próximo gobierno queme sus primeros cien días en hacer la reformas previsional y laboral.

En resumen, se viene un ajuste supuestamente para todos los sectores. Pero, por otro lado, agazapadamente, vemos el lobby de parte de un empresario local para que los subsidios dolarizados de Vaca Muerta (esos que el FMI ordenó recortar) que son establecidos por el Poder Ejecutivo pasen a ser fijados por Ley, lo que los volvería prácticamente intocables.

Además, uno de los hombres de negocios más beneficiados por las exenciones impositivas de la Ley de Software -sin que su empresa produzca software- insiste para que estos y otros beneficios continúen a pesar de que representan pérdidas importantes para el fisco. Y, como último ejemplo, tenemos el escándalo que vuelve de la mano de las explosivas declaraciones del dueño de un canal de televisión: el mayor multimedios argentino no cree que tenga que pagar un sólo dólar por una frecuencia 4G que le pertenecía al Estado.

Estos tres casos son parte de los esfuerzos del capital concentrado nacional para no entrar en el ajuste general.

La historia nos prueba que han logrado ese objetivo en anteriores ocasiones. Principalmente por su fuerte capacidad de lobby (para usar una palabra elegante) pero muchas veces también por la ingenuidad de las propias autoridades: el ministro de Economía de la democracia recién restaurada, Bernardo Grinspun, vio a la estatización de la deuda privada de la dictadura como una transferencia más a la industria nacional típica del período de sustitución de importaciones y no como el mayor fraude contemporáneo al Estado argentino, que es lo que fue.

Otro ejemplo de ingenuidad también durante el gobierno de Raúl Alfonsín fue que se percibió como un logro que se haya podido “dividir” al empresariado nacional entre los llamados Capitanes de la Industria y los otros, cuando, en realidad, estas divisiones (al estilo AEA versus UIA) son ficciones incentivadas por esos mismos actores para mostrarle al político de turno un movimiento de piezas -que no es tal- generado por su llegada al poder. Todo acompañado de una sobreactuación de apoyo al “nuevo rumbo”.

Hernán Vanoli, autor del libro sobre el capitalismo argentino “Los dueños del futuro”, asegura que es muy difícil venderle un modelo de país a un empresariado que varias veces ha multiplicado su patrimonio en cada crisis y que se pregunta para qué está esperando los muy inciertos frutos de cualquier plan.

Aquí ya llegamos a una pregunta más estructural: ¿Está el empresariado nacional comprometido con algún proyecto o necesita el no-proyecto, las crisis y los sueños refundacionales de quien manda en Balcarce 50 para seguir acumulando?

La hipótesis hay que probarla y hay ejemplos en contra: desde los derrumbes de los imperios de Santiago Soldati y Enrique Pescarmona, hasta las extranjerizaciones de apuro de Loma Negra y de la petrolera Pecom durante el catastrófico año 2002.

Pero el interrogante es inquietante y -de probarse- de solución extrmadamente difícil, porque los ejemplos de países que se desarrollaron y que le sirven a Argentina se hicieron con un burguesía local comprometida con el largo plazo. ¿Y qué pasa si no la tenemos?

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