La economía popular es un fenómeno en crecimiento. Las necesidades objetivas la impulsan: altas tasas de desempleo y generaciones de familias en el cruel desamparo.
Economía Popular: la tierra prometida de los empresarios o el puente de la CGT al siglo XXI
La puja con las élites es que contemplen más derechos a la economía popular y que no sea la nueva herramienta de flexibilización.
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Cualquier cooperativa, de cualquier rama, desde el vendedor ambulante del tren hasta la costurera de una cooperativa, que incluso trabaje desde su casa, dependen de esa única economía, que fija precios y pone condiciones. Entonces es el vendedor ambulante que compra a precio mercado y vende lo mejor que puede. Y así, podría ponerse ejemplo de todas las ramas de producción y servicios.
Por lo tanto, hay una sola economía. Pero las patronales innovadoras juegan a dos puntas. En estos tiempos se escucha a empresarios que hablan de la economía popular con entusiasmo. Indagando en ese “enamoramiento” de la economía periférica (que numéricamente incluye a por lo menos 2 millones de registrados en ReNaTeP, sumado a los casi 11 millones que se anotaron en el IFE durante la pandemia) nos encontramos que, desde la caída del Estado de bienestar, las élites económicas buscan soltar sus responsabilidades laborales (ellos lo llaman costo laboral). Las presiones son cotidianas, por todos los medios, año tras año. “Mucha paga de impuestos laborales”, que “un trabajador se paga por tres”, “las indemnizaciones”, “las licencias”, “los juicios”, etcétera.
Entonces, muchos están viendo la tierra prometida en la economía popular. Porque viene a “resolverles” estos problemas. Allí está el origen de su entusiasmo por los excluidos, que suma por todos lados, no sólo en los números, los hace quedar bien, los humaniza con vocabulario de moda: inclusivos y sustentables. Más conocidos por las siglas RSE: Responsabilidad Social Empresarial.
En los hechos el empresariado que recurre a la economía popular para tercerizar o para armar falsas cooperativas gracias a contadores: pagan menos, ganan más y se deshacen de un montón de “problemas” de la economía formal clásica, como los sindicatos, delegados de base, convenios colectivos y las leyes laborales.
Se debe reivindicar la economía popular, pero sin dejar de ver el peligro que provoca la mirada idealizada que toda la economía popular es “gente que se inventa su propio trabajo”.
¿El costurero de una cooperativa se inventa el trabajo? ¿el carpintero? ¿el metalúrgico? ¿el grafico? ¿los gastronómicos?
La puja con las élites es que contemplen más derechos a la economía popular y que no sea la nueva herramienta de flexibilización. Este es el momento bisagra. Pero esos derechos no son algo nuevo fueron arrebatados.
Por esto es oportuno recordar los consejos de un líder mundial:
“Los sindicatos y movimientos de trabajadores por vocación deben ser expertos en solidaridad. Pero para aportar al desarrollo solidario, les ruego se cuiden de tres tentaciones. La primera, la del individualismo colectivista, es decir, de proteger sólo los intereses de sus representados, ignorando al resto de los pobres, marginados y excluidos del sistema. Se necesita invertir en una solidaridad que trascienda las murallas de sus asociaciones, que proteja los derechos de los trabajadores, pero sobre todo de aquellos cuyos derechos ni siquiera son reconocidos. Sindicato es una palabra bella que proviene del griego dikein (hacer justicia), y syn (juntos). Por favor, hagan justicia juntos, pero en solidaridad con todos los marginados”.
Estas palabras escritas por el Papa Francisco, a fines de noviembre de 2017, fueron dirigidas a una conferencia internacional de sindicatos y movimientos populares reunidos en el Vaticano.
En el país del Papa sus palabras pasaron del discurso a la realidad. Lo evidencia el inminente cambio de paradigma de la Confederación General del Trabajo (CGT), que al parecer incorporaría en el corto plazo al primer sindicato de la economía popular.
El paso previo para que la CGT sume a los trabajadores de la economía popular se daría la próxima semana cuando el Estado nacional firme la resolución para crear el Registro de Asociaciones de la Economía Popular. Esta decisión del ministerio de Trabajo otorga la “personería social” -no la personería gremial por no contar con patrón visible (como ocurrió en la década del ’90 con las Amas de Casa-, al primer sindicato de los trabajadores de la economía popular que es la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP), nacida a fines de diciembre de 2019.
El camino de los movimientos populares fue organizar lo invisible al mercado y la política del centro. Un largo desierto con muchas desventajas. Que tras un año de pandemia evidenció los millones y millones de excluidos que pudieron comer gracias a la economía del cuidado en la periferia: comedores, merenderos y ollas populares bancadas por las organizaciones sociales, las parroquias y los templos evangélicos.
De la crisis del 2001 Argentina no salió igual. Mirando hacia atrás los movimientos populares lograron la Ley de Emergencia Social, dotando de salario complementario a los trabajadores de la economía popular, también enhebraron con Cáritas la Ley de Integración Socio-Urbana, para más de 4.000 barrios excluidos de todo derecho humano básico.
Sin embargo, este escalón de nuevos derechos no alcanzó y la pos-pandemia lo evidencia. No se mejora la vida sólo de los descartados sólo desde la superestructura del gobierno hacia los márgenes de la periferia. La alternativa es la reconstrucción de la comunidad. Como dice el Pontífice, no todo es el Estado, ni el repetido fracaso del liberalismo con la dictadura del mercado.
Al plano reivindicativo sindical se le incorpora el comunitario. Ese es el eje de cada conversación que Esteban “Gringo” Castro, secretario general de UTEP, viene dedicando en reuniones con la mesa chica de la CGT. Primero confluyeron con la bendición papal, en el año 2017 en la Santa Sede, y con el tiempo se afianzó la confianza al punto que por primera vez un integrante de los movimientos populares -Castro- se sentó frente a comitiva del Fondo Monetario Internacional (FMI) el año pasado.
La CGT incorporando a la UTEP termina con la grieta más importante del pueblo argentino. El desencuentro de los trabajadores formales y los trabajadores informales.
Para este nuevo paradigma organizativo de los trabajadores que está por parir, la conducción del movimiento obrero y los movimientos populares van a tener que inevitablemente confluir las ramas de la economía. Es evidente que un costurero registrado que confecciona una marca de ropa infantil no será la opción de los patrones si tiene por otro lado la posibilidad de tercerizar en una cooperativa textil sin derechos.
En el hacer justicia juntos, el origen de la palabra griega sindicato, que clamó el Santo Padre, seguro llevará en poco tiempo a que algún representante de cooperativa se siente en las mesas paritarias. Clave para equiparar salarios. No obstante, el rol del Estado es activar la erradicación del fraude laboral y las cooperativas truchas que existen hace años y aplican todos los días la más cruel flexibilización laboral. Es evidente que una aérea determinante es el INAES, el organismo controlador del asociativismo y cooperativas que debe confluir en la fiscalización con la cartera laboral.
En definitiva, la hermandad de los trabajadores, de la economía popular y lo de aquella vieja modalidad, lleva el modelo sindical argentino al futuro, al siglo XXI. De no lograrse la tierra arrasada es fértil para una minoría elitista.
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