25 de septiembre 2008 - 00:00

Avatares neoyorquinos

Néstor Kirchner
Néstor Kirchner
Nueva York (enviado especial) - La delegación que acompaña Cristina de Kirchner en Nueva York tomó el lobby del Hotel Four Seasons donde se alojan como una extensión de la residencia de Olivos. El gobierno tiene reservados, las 24 horas, dos juegos de living en una punta del lobby-bar adonde nadie puede ingresar. Allí recibe Néstor Kirchner todas las tardes a ministros, empresarios argentinos que rodean a la comitiva -Jorge Brito y Alejandro Mac Farlane, están entre los que más concurren-y se sienta de espaldas a la avenida 57 con Cristina de Kirchner para que ella le relate las peripecias del día. Desde ese lugar se acordó también la respuesta que el gobierno daría en Buenos Aires a la declaración del venezolano Guido Antonini Wilson en Miami. Pero, todas esas facilidades no son gratis, como nada lo es en Nueva York. Tomar un café exprés allí cuesta 12 dólares, pero si se lo hace en un tiempo razonable. Si el visitante se demora más de 15 minutos el hotel cobra una extra por «large party», en castellano por quedarse a charlar en los sillones, de 5,76 dólares, lo que lleva el costo final a 18 dólares, sin las necesarias propinas de 15%. Una muestra, mínima, del costo que deben afrontar los Kirchner por haber transformado ese lugar en su hogar en esta ciudad.

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La cena de Cristina de Kirchner el martes por la noche en las Naciones Unidas tuvo el ingrediente no esperado de haber compartido la mesa principal con George W. Bush. El presidente de los Estados Unidos no es hoy una figura disputada para la foto por ningún mandatario extranjero, no sólo por su baja imagen positiva, sino también porque ya está en la recta final para abandonar el poder. Por eso el diálogo entre ambos en esa cena organizada por Ban Ki Moon pasó a ser una incógnita. Ayer se conocieron las palabras que cruzaron los dos presidentes: «Mándele mis recuerdos a Néstor», le dijo Bush por todo concepto antes de despedirse.

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La crisis financiera que impactó en Wall Street no tuvo hasta ahora impacto en la vida de los neoyorquinos acomodados. Un simple paseo por la Quinta Avenida, la 57, el Central Park y sus alrededores, muestra que el consumo sigue como en sus mejores tiempos. Pero fuera de ese reducto, la situación es otra. En Nueva Jersey, Brooklyn, Queens o el Bronx comenzaron a aparecer los primeros síntomas: la gente restringió el uso de combustibles, no va a Manhattan en auto, o si lo hace se reúne en grupos de cinco para compartir y los subtes y trenes comenzaron a congestionarse, sin mencionar la desesperación por las cuotas en las hipotecas. De hecho ayer Michael Bloomberg, el alcalde de Nueva York dio la primera señal: anunció un recorte presupuestario de 2.5% para 2009 y 5% para 2010. Son en total u$s 1.500 millones sobre un presupuesto total de u$s 20.000 millones que se sacaran de las partidas destinadas a educación (casi 60 millones menos, la policía 300 millones, bomberos 68 millones y servicios sociales 45 millones menos).

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Las comitivas que se desplazan por la ciudad acompañando a los 80 presidentes que concurrieron a la Asamblea de las Naciones Unidas paralizan la vida diaria de Nueva York. Es claro que ninguna lo hace como la que custodió a George W. Bush que obliga a los peatones a paralizarse en las esquinas por 40 minutos mientras pasan los 50 autos con el cuerpo de seguridad que lo acompaña. Pero, ninguno de esos vehículos es tan molesto como el que utiliza el servicio secreto para bloquear las comunicaciones por celulares durante el paso de las comitivas de los presidentes más importantes. Una camioneta con un domo de satélite encima garantiza que ningún neoyorquino pueda utilizar su teléfono, a veces por períodos de 20 minutos.

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