19 de noviembre 2019 - 11:44

Cómo reaccionan los tecnócratas a las reformas neoliberales y los Golpes en América Latina

La relación entre los roles tecnocráticos y la deriva autoritaria luce inevitable. Ellos creen en la racionalidad que los números cierren, más allá de los muertos que cueste.

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Ile.pe

Muchos funcionarios y ex subordinados de gobiernos democráticos de América Latina podrían ser ministros de regímenes como los que estamos viendo emerger. Tal vez esto explique por qué un sinnúmero de technopols no se pronuncian con respecto a los sucesos actuales.

En los estudios de los regímenes políticos latinoamericanos hay una problematización del rol de las élites tecnocráticas en los gobiernos. Una de las reflexiones pioneras fue la de Guillermo O’Donnell en su investigación sobre el “estado burocrático autoritario”. El autor utilizó esta categoría para referirse a regímenes socialmente excluyentes, producto de Golpes de Estado, sin competencia electoral y con control y represión de la participación política de los sectores populares, en los cuales los actores principales de la coalición emergente son los tecnócratas, tanto militares como civiles, dentro y de fuera del estado.

Los casos que inspiraron al autor en su conceptualización del estado burocrático autoritario fueron la dictadura iniciada en Brasil a partir de 1964, la Argentina de las dictaduras de Onganía y Lanusse entre 1966 y 1972, la dictadura de Pinochet, iniciada en 1973 hasta 1990 (aunque la investigación de O’Donnell abarcó sus primeros años y no la totalidad del período), y el proceso similar sufrido en Uruguay por aquellos años. Naturalmente, la dictadura cívico-militar argentina entre 1976 y 1983 también entró en esta caracterización del autoritarismo burocrático.

En su ya clásica formulación, el autor identifica tres momentos o dimensiones cruciales de la modernización socioeconómica, que se interrelacionan políticamente:

  1. la industrialización;
  2. la activación política de los sectores populares;
  3. el crecimiento de los "roles tecnocráticos" en las burocracias privadas y públicas.

Estos tecnócratas tienen un bajo nivel de tolerancia hacia las continuas crisis políticas y económicas, y los altos niveles de politización del sector popular los perciben como un obstáculo al crecimiento económico.

En el régimen explicado por O’Donnell, el aumento de la comunicación entre los tecnócratas militares y civiles, y la creciente frustración de ambos ante las condiciones políticas y económicas existentes estimula el surgimiento de una coalición golpista. En este momento, esa admonición precursora de O’Donnell podría ser sazonada con nuevos componentes.

La relación entre los roles tecnocráticos y la deriva autoritaria luce inevitable. Ellos creen en la racionalidad que los números cierren, más allá de los muertos que cueste. La tecnocracia puede ser muy autoritaria cuando percibe una amenaza al orden sistema aprendido. En esos momentos puede formar coalición cohesionada y es capaz de mantener el control político con nuevas formas políticas emergentes.

Imparciales y desideologizados

Volviendo a la teoría, una conceptualización alternativa a la de O’Donnell es la que encontramos en el trabajo de Jorge Domínguez (1997), académico de la Universidad de Harvard.

Domínguez define un tipo de economistas, a los que llama technopols, que han cumplido un rol importante en la vida política y en la liberalización política y económica de varios países. Los technopols asumen un papel de especialistas, técnicos o científicos capaces de generar y persuadir, a partir de sus ideas, sobre políticas deseables, disminuir consecuencias negativas de aquellas políticas necesarias y, en circunstancias favorables, hacerlo de manera eficaz. En la Argentina, no sucedió. Son políticos-economistas agentes de cambio, invariablemente no son capaces de entender la política pero se les permite actuar, sin llegar a ser marionetas.

Son tecnócratas, que se presentan como imparciales y desideologizados, pero también son políticos, que postulan políticas racionales. Y que pueden operar a través de diferentes enfoques y aportar sus ideas a la vida nacional, sin distinción del régimen político que acontezca. En sus extremos, por dar dos ejemplos muy trasparentes, tuvimos un ex ministro de economía de Cristina Fernández que fue Embajador en los EE.UU. del gobierno de Mauricio Macri. Otro presidente del BCRA de Néstor Kirchner luego Ministro de Hacienda y Finanzas de Macri.

Estos “seres atemporales” con alto entrenamiento técnico, dice Domínguez, han estado allí siempre, y han participado en una diversidad de culturas y sistemas políticos, combinando y logrando sortear la tensión entre sus conocimientos expertos, las habilidades políticas, la administración, e incluso sus pasiones, en una proporción necesaria para el contexto en el que se lo requiera.

La presencia de los technopols en las democracias de América Latina durante los años 90 fue una suerte de reconocimiento a sus habilidades y a su capacidad para generar opciones en un escenario de mercado abierto. Este particular “decision maker”, mezcla de técnico y político, siempre está vinculado a la implementación de reformas neoliberales en América Latina. Actualmente están regresando como postulantes con propuestas amigables o críticas y autoritarias con imposiciones de cómo debe ser la reestructuración de la deuda. Estas figuras públicas supieron “hacer de la economía algo político” y también realizar alianzas políticas. Domínguez tiene en mente, entre otros, a Domingo Cavallo.

Los technopols han hecho las políticas económicas aceptables para el público en general, tanto en contextos democráticos como autoritarios. Según Dávila Avendaño, para Domínguez no hay relación entre los technopols y el régimen político, pues ellos ofrecen una metodología para comprender los problemas sociales y ella descansa en la habilidad para llegar a una solución óptima para cualquier problema, puesto que sus criterios claves para la acción son el realismo y la eficiencia; los technopols son una variante de los tecnócratas.

Debate, libertad y transparencias

Simultáneamente a este redescubrimiento del rol de los tecnócratas en el proceso de reformas neoliberales latinoamericanas, Stiglitz también abordó el fenómeno político de los economistas. En su Malestar de la Globalización (2002) el autor explica, a partir de su experiencia, que las transformaciones en el enfoque de los organismos internacionales como la OMC, el Banco Mundial y especialmente el FMI fueron llevadas a cabo por economistas connotados. Stiglitz nos cuenta el modo en que éstos organismos tomaron las decisiones y establecieron (y siguen estableciendo) las políticas que ellos consideraban necesarias y correctas.

Stiglitz defiende la necesidad del debate democrático, de la expresión libre de ideas, de la transparencia como esenciales para profundizar sobre las medidas que deben tomarse sobre algunas partes del mundo por parte de los que tienen en sus manos tales resoluciones, y que por otro lado deben ser conocidas por aquellos que son afectados por ellas. El objeto de su crítica más acérrima termina siendo el FMI, al que describe como falto de valores y abundante en hipocresía, por la carga ideológica con la que trató políticas y recomendaciones de política, obteniendo pésimos resultados y generando más que externalidades negativas. Sus agentes decisores, los economistas que impulsaban o implementaban sus recetas, defendían determinados intereses.

Mariana Heredia (2015) por su parte intenta comprender, a partir de una metodología sociológica y desde una perspectiva argentina, cuándo y cómo los economistas se convierten en agentes determinantes en la política…Y así, los economistas se convirtieron en garantes de “objetividad” y “racionalidad”.

Los expertos emprendieron en ese momento una función política en Argentina, y desde entonces pretenden hacerlo desde la racionalidad técnica. Pero no pudieron escapar, sin embargo, de los valores políticos en juego, de la misma construcción de esos valores y de la estructuración de la dinámica social; en el marco de esta tensión es que comienzan a establecer un “nuevo orden”, que no careció de errores y vertiginosidad. Heredia logra interpretarlos como sujetos heterogéneos, compuestos de cientificidad, pero también insertos en una realidad que no sólo ayudaban a conformar, sino que también los atrapaba, una suerte de retroalimentación.

Especialistas cercanos al poder

Por último, Plotkin y Neuburg (2014), en un trabajo enfocado a la historia del Instituto Di Tella, explican la capacidad de estos profesionales para constituirse como “especialistas formados específicamente para desarrollar su actividad cerca del poder” y a la disposición de éste, cercanía que puede validarse por crédito “en el plano académico o en el mundo de los negocios”.

La cercanía y el prestigio hace que ocupen también un lugar de intermediarios entre “el campo económico nacional y los flujos de dinero internacional”, ya sea cerrando o abriendo ventanas en el ámbito estatal e internacional. Aunque se considera que, debido a su posición, estos economistas no poseen demasiados estímulos “para realizar una inversión mayor en la construcción de instituciones estatales”, quedando por ende signados por una débil lealtad hacia los gobiernos (Plotkin y Neuburg, op. cit, p. 229).

*Máster en Política Económica Internacional, Doctor en Ciencia Política, Profesor de Maestrías, Conferencista y consultor internacional. Presidente de HACER www.hacer.com.ar , autor de 6 libros, con: “2001, FMI, Tecnocracia y Crisis”.

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