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Los nuevos ricos hacen la segunda revolución de Cuba
• Ineficiencia
El control total de la economía por parte del Estado -las empresas mixtas gestionadas por extranjeros se circunscriben al turismo y a otras pocas actividades- condujo no sólo a la ineficiencia, sino a un floreciente mercado negro que se calcula que involucra de alguna manera a 90% de la población.
La «bolsa negra» tal vez pueda compararse con el sector informal en muchas economías tercermundistas; es tan penetrante que el gobierno lo semitolera como válvula de escape que facilita la supervivencia de mucha gente. Sin embargo, crea una especie de disidencia de origen no directamente político, que algunos perciben como una amenaza a la revolución, incluso mayor de lo que plantearía el abierto reconocimiento a la iniciativa privada.
«Todos los días, casi todos los cubanos que conozco hacen algo ilegal para poder seguir adelante», comentó una europea que lleva años viviendo en Cuba. «Tal vez compran café o zapatos para sus hijos en el mercado negro, dicen que están enfermos en su trabajo con el fin de disponer de tiempo para conseguir la comida, se llevan material de la oficina para usarlo en la casa o para venderlo o le piden a un plomero ilegal que les arregle el excusado. Pueden ser miembros del Partido Comunista o firmes defensores de la revolución, pero violan la ley con toda naturalidad, sin darle importancia. Y dado que todo el mundo ve que todo el mundo lo hace, resulta ser parte del juego. Para la revolución es un peligro porque crea una especie de doble moral», señala la residente europea.
Este peligro ya lo percibió el gobierno en 1995, cuando se dio un viraje hacia atrás a la muy limitada apertura económica iniciada pocos años antes. Firmado por Raúl Castro, el Partido Comunista difundió un documento en el que se decía que, por su mentalidad individualista, el trabajador por cuenta propia se puede convertir en caldo de cultivo de la contrarrevolución.
Durante un cierto tiempo pareció que el Estado quería eliminar toda fuente de supervivencia independiente. Pero los que ya vivían al margen de la economía formal eran tantos que sólo pudo limitar su extensión. Desestimuló el trabajo por cuenta propia, eliminó licencias, obligó a los paladares (restoranes privados) a comprar alimentos en tiendas oficiales, subió los impuestos... Del discurso oficial se podía entender que era un delito enriquecerse. Ante tantas limitaciones, la iniciativa privada se redujo; unos pudieron subsistir a trancas y barrancas, pero muchos no pudieron mantener su pequeño negocio. Quienes no podían pagar los altos impuestos, devolvieron las licencias oficiales para regresar a la ilegalidad. A diario se da el caso de que mientras un policía tiene la misión de evitar que se vendan de forma ilegal determinados productos, su mujer compra huevos o cualquier cosa a quien se los ofrece de manera semiclandestina.
Los macetas acentúan la desigualdad social que ya existe en Cuba entre los que tienen acceso al dólar (gracias a su trabajo en compañías extranjeras, a propinas, a la prostitución o a los envíos de familiares que residen en el exterior) y los que se deben conformar con sus magros sueldos en pesos cubanos. El maceta no crea riqueza, no lleva a cabo ningún negocio en sentido específico, se dedica a comprar y vender algo, todo fuera de la ley. Hay algunos que reparan electrodomésticos o compran televisores rotos para arreglarlos y revenderlos, otros sirven de intermediarios con los campesinos y compran y venden alimentos. Otro puede que trabaje en una estación de servicio -uno de los oficios más buscados- y tenga trucadas las medidas, de manera que de cada 10 litros uno quede para él. O quizá trabaja en la «carpeta» (recepción) de un hotel, y tenga manipulado el equipo informático para que el alquiler de una habitación no quede registrado y el importe vaya a su bolsillo; también hay quien trabaja en una agencia de alquiler de coches del Estado y, a espaldas o sobornando a los inspectores, omite de la contabilidad el alquiler de algún vehículo. O puede ocurrir, como le pasó a este cronista, que alguien alquile el coche con el depósito supuestamente lleno y a los pocos kilómetros se quede tirado sin combustible.
Una nueva modalidad de enriquecimiento ilegal se efectúa mediante el acceso a Internet. Como éste además de caro (el periodista extranjero paga 60 dólares mensuales por 100 horas de conexión y tres dólares por hora extra) está prohibido al ciudadano común, el empleado de alguna dependencia estatal con acceso a la red facilita, por 30 dólares al mes (o menos), la identificación y clave de acceso a un usuario particular para utilizarlo fuera del horario de oficina.
• Provecho propio
Las modalidades de enriquecimiento ilegal son prácticamente infinitas dada la capacidad de inventiva del cubano, la aparente permisividad de la administración y la gran necesidad de dólares que tiene todo el mundo para «resolver». Muchas dependientas de pequeñas tiendas estatales en dólares recurren al medio más sencillo: suben los precios por su cuenta y la diferencia con el precio oficial va a parar a su bolsa.
En los restoranes estatales es muy frecuente la «multa»: los mozos entregan al cliente una factura no oficial con los precios más caros en relación con lo que figura en la carta. Si el turista no coteja y revisa bien la factura, paga de más. Y la sobretasa va para el empleado. Cerca del hotel Meliá Cohiba conocimos a un economista que, tras más de 20 años como gerente de una empresa estatal, renunció a su empleo (ganaba poco más de 26 dólares al mes, más que la mayoría, que gana un salario medio de 249 pesos mensuales, menos de 15 dólares) para trabajar ilegalmente como taxista. «Me considero un privilegiado porque soy uno de los pocos cubanos que dispone de coche particular en buen estado», comentó.
Aunque los comités de defensa de la revolución ejercen control sobre los vecinos de cada manzana, también hay quien se las ingenia para mantener clandestinamente la Bolita, una especie de lotería de barrio en la que la gente apuesta pequeñas cantidades en pesos. En fin, cualquier «actividad» es válida para convertirse en maceta.
También hay macetas -los menos- que ganan el dinero legalmente. El núcleo principal lo constituyen los dueños de los paladares, a los que el Estado les impone muchas limitaciones para que no prosperen. Sin embargo, siempre hay medios para superar prohibiciones como la de que el local no tenga más de 12 sillas y tres mesas. Y cada día aumenta el número de macetas ligados a firmas paraestatales o a empresas mixtas con capital extranjero. A su jubilación, altos oficiales del Ministerio del Interior pasan a dirigir firmas comerciales que negocian con dólares. Estos empleados de confianza tienen autorización para viajar al exterior y disfrutan de buenos coches, teléfono móvil y demás ventajas ligadas al mundo del dólar. Otros cubanos ganan su buen dinero haciendo de intermediarios para empresas extranjeras y también existe un soterrado mercado inmobiliario, que da buenos dividendos a quienes, a través de testaferros, cambian, compran y venden casas.
Un sociólogo de la Universidad de La Habana, que pidió que no citáramos su nombre, nos dijo: «El fenómeno del maceta se ha extendido y arraigado en la sociedad cubana. Es la primera clase social palpable que aparece en la isla desde el triunfo de la revolución. Constituye el modelo popular del capitalista que, a pesar del rechazo oficial, se mantiene y gana relieve a escala civil».
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