1 de octubre 2001 - 00:00

Las raíces del odio

Las raíces del odio
Por LISA BAYER

Las razones son complejas y están muy profundamente arraigadas en la historia. La causa más reciente de tal odio hacia Estados Unidos es su política exterior (léase "injerencia") en el Medio Oriente. Además de tener en la región una historia propia de por sí controvertida, EE.UU. hereda el peso de siglos de resentimiento musulmán hacia las Cruzadas y otras campañas militares. Añádase a esto décadas de indignación producidas por el colonialismo.

Pero se necesita otro elemento para comprender realmente el odio virulento que profesan los terroristas suicidas, sus simpatizantes y promotores. Este elemento es que se considera a EE.UU. no sólo enemigo de los árabes o incluso de los musulmanes en general, sino de Dios mismo. Es una noción que infundió el Ayatollah Khomeini cuando proclamó que el país del norte era el "Gran Satán", noción que propagaron los extremistas islámicos por todo el mundo árabe. Osama bin Laden, el terrorista más importante de hoy, dio potente expresión a este concepto.

Se puede graficar la animosidad hacia EE.UU. mediante círculos concéntricos. En su candente centro están los ideólogos violentos como bin Laden y sus acólitos. Les siguen los radicales árabes, tanto islámicos como nacionalistas seculares, lo suficientemente furiosos y desesperados como para haber bailado en las calles al conocerse las noticias del 11 de septiembre.

Este resentimiento también llega a muchos árabes en general moderados, pero que en el fondo les agrada ver afectada a la arrogancia estadounidense. Son empresarios y padres de familia que sonrieron y se enviaron mensajes de felicitación unos a otros cuando las Torres Gemelas se derrumbaron. Estos dos círculos exteriores forman el caldo de cultivo y de reclutamiento del cual se nutre el insidioso círculo interior. Además, estos dos grupos hacen que hasta los gobiernos árabes aliados de EE.UU. se muestren reticentes a ayudar en la guerra contra el terror. Lo que nos lleva a plantearnos la siguiente pregunta: si EE.UU. libra una guerra contra enemigos en el Medio Oriente, ¿no bastará este hecho para crear aún más enemigos?

Ciertamente la causa principal del resentimiento árabe es el decidido apoyo que EE.UU. da a Israel, en lo político (especialmente en la ONU), el apoyo económico (ayuda que asciende a 840 millones de dólares anuales) y lo militar (3 mil millones de dólares más, y acceso a las armas estadounidenses más avanzadas). Para la mayoría de los árabes, el estado judío de Israel es una entidad ajena y extraña. Aún para quienes aceptan su existencia, Israel es un opresor de los derechos árabes, el cual a pesar de los Tratados de Oslo sigue ocupando los territorios palestinos. Lo que indigna especialmente a los musulmanes es que Israel controle los santuarios islámicos de Jerusalén, la tercera ciudad más sagrada del Islam.

Cada vez que Israel ataca a sus vecinos árabes, añade un nuevo agravio a la lista de insultos. Su invasión de Líbano en 1982 y la ocupación de la región sur de este país durante 18 años engendró un profundo antagonismo. El papel que desempeña EE.UU. en estas incursiones es siempre cercano: Israel usa misiles y cazas F-16 estadounidenses en su lucha contra los palestinos. Cuando se trata de intermediar a favor de la paz en la región, muchos árabes se indignan por el favoritismo que EE.UU. muestra hacia Israel durante las negociaciones. Para fanáticos islámicos como bin Laden, el proceso de paz es anatema, pues para ellos Israel es un estado con el que no se negocia, sino que debe ser destruído.

Aunque Bin Laden habla con frecuencia en contra de Israel, su verdadero casus belli es la presencia de tropas estadounidenses en Arabia Saudita, estacionadas ahí desde la Guerra del Golfo de 1991 cuya presencia precipitó Saddam Hussein al invadir Kuwait. Para bin Laden, pero también para muchos musulmanes no radicales, la presencia de soldados infieles en la patria del Profeta Mahoma es un sacrilegio. Actualmente hay 7.000 soldados de EE.UU. estacionados en Arabia Saudita, y que estén ahí por invitación del gobierno saudita es irrelevante para bin Laden, pues para él los reyes sauditas son sólo títeres de EE.UU.
Los detractores de Estados Unidos lo acusan de ser indiferente no sólo a los derechos árabes sino también a su sufrimiento. Si los palestinos son la primera prueba de esto, los iraquíes son la segunda. Si bien la mayoría de los árabes detestan a Saddam por su brutalidad y arrogancia, no comprenden por qué EE.UU. insiste en sanciones mundiales que están devastando al pueblo iraquí, aún cuando las tropas de Saddam salieron de Kuwait hace 10 años. Según la ONU, por estas sanciones cada mes mueren de desnutrición y enfermedades unos 5.000 niños iraquíes.

"¿Toleraría EE.UU. que se aplicara un boicot así a los checos, para que murieran de hambre?", pregunta A. Kevin Reinhart, profesor de Estudios Islámicos de la Universidad de Dartmouth. "De ninguna manera". Los radicales islámicos tienen toda una lista de lo que consideran la crueldad de los EE.UU. Esta incluye sanciones contra Siria, Libia, Irán, Sudán y Afganistán, donde ahora vive bin Laden. Todos estos son países islámicos y, no por coincidencia, el Departamento de Estado de EE.UU. los considera patrocinadores del terrorismo. También incluye ataques de misiles en 1998 contra un campamento de bin Laden en Afganistán y una fábrica farmacéutica en Sudán. (En un principio Washington afirmó que la fábrica estaba produciendo armas químicas, para luego retractarse discretamente).

Los radicales islámicos creen que Occidente toleró durante demasiado tiempo (desde 1992 y hasta los bombardeos de la OTAN en 1995) que los serbios cristianos exterminaran a musulmanes bosnios y luego a los musulmanes albaneses de Kosovo. Otro agravio es que EE.UU. haya hecho muy poco para impedir la salvaje guerra que libra Rusia contra separatistas musulmanes en Chechenia, por considerar al conflicto una cuestión interna de Moscú. Para los estadounidenses, esto demuestra que el mundo es muy complicado. Para los musulmanes, es prueba de que hay una conspiración contra ellos.

Lo que subyace a estos lamentos es un profundo resentimiento de que el mundo árabe no sea la potencia que siente debiera ser. Es una herida agravada por una historia de grandeza, la del imperio islámico que se inició en Arabia en el siglo VII y desde ahí conquistó el Levante, Africa del Norte y gran parte de Europa para llegar a las puertas de Viena 10 siglos después. Según el profesor Jean Leca, del Instituto de Ciencias Políticas de París, la pregunta que hacen los árabes a EE.UU. en particular y a Occidente en general es: "¿Por qué nos atacan tanto, si nosotros ya éramos una civilización cuando ustedes aún vivían en las cavernas?".

En el Medio Oriente no se ha olvidado la brutalidad con la que los cristianos arrancaron Tierra Santa a los musulmanes en los siglos XI, XII y XIII. Una herida aún mayor es que, en los siglos transcurridos desde entonces, se perdió demasiada dignidad ante pueblos considerados como inferiores. En la fe islámica, Mahoma es el último profeta divino, que se basó en las revelaciones de Moisés y Jesús para formar una religión superior y perfecta. Pero el mundo que esta fe creó se ha derrumbado: cuando el Imperio Otomano fue derrotado en la Primera Guerra Mundial, los colonialistas franceses e ingleses dividieron el Medio Oriente en mandatos más bien arbitrarios y estados gobernados por autócratas designados "a dedo". "Muchos árabes y musulmanes sienten que tuvieron 10 siglos de grandes logros culturales que terminaron con el colonialismo europeo", explica John Esposito, director del Centro para el Entendimiento Cristiano-Musulmán de la Universidad de Georgetown. "Ahora se sienten impotentes. También sienten que Occidente los considera un pueblo atrasado y que sólo se interesa por su petróleo. Están heridos en su sentido de identidad y autoestima".

Tanto el colonialismo como la modernidad occidental nutrieron a la versión moderna del fundamentalismo islámico: si el Islam es perfecto y su imperio está en decadencia, debe ser porque sus fieles se apartaron de los fundamentos de la fe. Esta noción cobró cada vez más vigor a partir de 1979, cuando una rebelión popular destronó al corrupto y occidentalizante Sha de Irán, quien gozaba del apoyo de EE.UU.. Esto abrió paso a la revolución islámica del Ayatollah Khomeini en Irán y el resto del Medio Oriente. Khomeini instó a los musulmanes a la violencia, para conquistar "nuestras tierras de los infieles". Fue él quien llamó "Gran Satán" a EE.UU., y "Pequeño Satán" a Israel.

El proyecto de Khomeini de exportar la revolución tuvo un éxito limitado, puesto que los iraníes son chiítas, una secta islámica que la mayoría sunnita ve con desdén. Pero de todas formas la revolución islámica ha sido inspiración para musulmanes de todo el mundo árabe. El escritor egipcio Abd al-Salam Faraj redactó el manifiesto de la revolución, un panfleto llamado "El Deber Olvidado", donde argumenta que la Guerra Santa es necesaria para defender no sólo a los musulmanes sino también su dignidad. Como muchos otros radicales islámicos, Faraj cita pasajes del Corán y el Hadith (una antología de hechos y palabras atribuidos a Mahoma) que parecen apoyar su posición.

Bin Laden ha venido a cumplir con el deber olvidado, y habla mucho de dignidad. Una vez declaró acerca de los terroristas que en 1995 y 1996 atacaron Arabia Saudita, y que se cobraron las vidas de 24 soldados estadounidenses y dos ciudadanos de la India: "Han puesto en alto el orgullo de la nación, y nos depuraron de mucha de la vergüenza que nos envolvía". Bin Laden se considera a sí mismo un moderno Saladino, el comandante musulmán que liberó Jerusalén de los Cruzados. "Mi visión es la de Saladino surgiendo de entre las nubes", afirma bin Laden en un video que se distribuyó entre sus simpatizantes. "Nuestra historia está siendo reescrita".

Es un poderoso mensaje para muchos árabes que, de otro modo, el futuro les parecería desesperanzado. La consigna del movimiento islámico radical es "El Islam es la solución", y para muchos es mejor que el nacionalismo árabe que sólo les trajo pobreza y gobiernos corruptos. Aún si EE.UU. consigue erradicar a bin Laden y su red, el mensaje seguirá resonando, especialmente por los nuevos resentimientos que pudiera provocar una nueva acción militar estadounidense.
Pero por otra parte, son las convicciones religiosas triunfalistas lo que hacen tan peligrosos a bin Laden y sus seguidores. "Esta no es violencia al servicio de un programa práctico", explica Steven Simon, ex integrante del Consejo Nacional de Seguridad y que ahora escribe un libro sobre el terrorismo religioso. "Se trata de matar infieles al servicio de Alá. Puede parecer demencial para los seculares: ¿cómo puede esto ser un fin por sí mismo? Pero los hechos hablan por sí mismos: hay un objetivo, el de una matanza monstruosa para humillar al poder satánico. No se reivindica la matanza porque hay un sólo testigo, que es Dios". Sintiendo que Dios los aprecia y los insta a seguir, los seguidores de bin Laden no ven razón para contenerse. Su única limitación son sus capacidades, y ahora EE.UU. no tiene otra alternativa más que destruirlas.

-Informes de Massimo Calabresi/Washington, Aisha Labi/Londres, Nick le Quesne/París, Scott Macleod/El Cairo, Rebecca Winters/Nueva York, Yuri Zarakhovich/Moscú

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