Aerolíneas Argentinas: prometió Cristina lo que le impedirán los gremios
"Una vez que ordene la empresa, llamaré a una licitación para convocar al capital privado", sostuvo la mandataria al anunciar que el Estado se hizo cargo de Aerolíneas Argentinas. Rara promesa en el medio de un discurso que objetó a la libre empresa. Igual, sindicalistas que ayudaron a hundir la compañía aérea anticiparon que se opondrán a que ésta deje de ser estatal. Gritaban, para que nadie tenga dudas: "Apa, Cristina/Aerolíneas Argentinas".
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Cristina de Kirchner, reconociendo elípticamente que buena parte del caos operativo al que llegó la empresa se debió a los numerosos conflictos gremiales que la plagaron este último lustro, agregó: «Con nuestras actitudes muchas veces alentamos los discursos privatizadores del pasado. Para que Aerolíneas Argentinas vuelva a ser lo que fue es indispensable la participación activa y positiva de todo su personal».
Igual que minutos antes había hecho De Vido, la Presidente atribuyó «al Consenso de Washington» las culpas por la ola privatizadora «que arrasó a nuestro país y a América latina» y que arrastró a Aerolíneas. El titular de la cartera de Planificación había dado cifras ya conocidas: el pasivo de la aérea rondaría los u$s 890 millones, de su flota de 33 aviones sólo siete son propios, le quedaron nueve agencias propias en el mundo, sólo vuela a 20 destinos internacionales (15 de ellos en América latina) y prometió que expandirán esas rutas a Oceanía, Asia, Europa y la región
«Tuvimos que tomar esta decisión para asegurar la supervivencia de nuestra línea de bandera. Nunca hubiéramos querido hacer este acto; me habría gustado que la empresa hubiese podido llevar adelante una operación exitosa y encontrarnos hoy aquí por otros motivos», agregó Cristina.
El espíritu del fallecido Bernardo Neustadt sobrevoló el Salón Blanco cuando la primera mandataria recordó a « aquellos que invocaban todos los días a una Doña Rosa imaginaria; esos discursos, que respondían a otros intereses, encontraron argumentos en el comportamiento de los servicios públicos, porque para tener teléfono había que esperar un año o dos». Ya era una privilegiada: la espera promedio para una línea telefónica previo a la privatización era de una década.
Después explicó que la empresa estaba en concurso preventivo y que «para los que no conocen de leyes, eso es el paso previo a la quiebra. Por eso le ordené al ministro que se presentara ante el juez del concurso para garantizar la continuidad de los servicios mínimos».
Insistió en la necesidad de que los empleados apoyen lo que harán el Ejecutivo, el Congreso y el juez del concurso. «De lo contrario no llegaremos a buen puerto: los pasajeros quieren volar el día y la hora para los que compraron el boleto, y llegar el día y la hora prometidos. Esta es una empresa de servicios, y en las empresas de servicios la responsabilidad es de todos los trabajadores y el salvataje también», añadió.
Las invocaciones a una posible reprivatización -aunque sea parcial- no alegraron a los gremialistas. La excepción fue la de Diego Serra (UALA, pilotos de Austral) que dijo: «Estoy en un todo de acuerdo con el discurso de la Presidente: poner la empresa en orden para después convocar al capital privado».
En sentido inverso, Pablo Dolagaratz, secretario adjunto de APA, dijo que «estamos por la estatización total: una vez que entró el Estado, que se quede...». A su lado, el más vocinglero miembro de la barra gritaba: «¡Gracias, Cristina, por haber escuchado a los trabajadores!». Era imposible no oírlo.
Por su parte, Rubén Fernández, de UPSA (personal superior), coincidió con la necesidad de que «Aerolíneas quede para siempre en la órbita del Estado: hace sesenta años que los privados quieren operar en el mercado aéreo y tuvimos estafadores, quebrados, ineficientes...
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