5 de diciembre 2006 - 00:00

Cupones bursátiles

«Empresas bien administradas, no quiebran.» Una ley de oro a la cual se han sujetado firmemente unas cuantas sociedades nacionales que hoy -manteniendo siempre su perfil bajo y sus pasos bien medidos- prosiguen en manos de sus mismos dueños originales. Y no por estar, muchas de ellas, en sectores a los que se pueda llamar como beneficiados por sus giros económicos, o privilegios oficiales. Debieron pasarlas muy mal, junto con nuestra economía, pero se supieron sostener ante las inclemencias y reflotar en momentos más propicios. No es milagro, es sabiduría. No tiene que ver con suerte, sino atinadas conducciones.

Después, lamentablemente el grupo que más proliferó en estas décadas, se anotan aquellas que quisieron llevarse el mundo por delante y -mediante feroces endeudamientos bancarios, o con «O.N.»- pasar de categoría en forma fulminante y arriesgando a que las condiciones se les mantuvieran siempre favorables. Hoy, el listado de firmas que pasaron a otras manos -y muchas a manos foráneas- se continúa engrosando. Sin olvidar las que han gozado de la «vista gorda» y, con penosos ratios, fueron mantenidas en vigencia por razones políticas, o forzadas normas que se adaptaron a lo que precisaban: cuando, en otras épocas, eran quiebras seguras.

La que salió a la superficie, aunque viene de largo arrastre la situación, en estos momentos es la tradicional SanCor. Viendo la bandada de buitres que sobrevuelan, locales y del exterior, da para decir: ¡pobre SanCor!

Siguiendo la ley de oro mencionada al inicio de la columna: es seguro que está pagando el castigo a malas gestiones. La veíamos periódicamente, con balances que presentaba por ser de las que integraban el extenso listado de las que habían emitido papeles de deuda, a través de la Bolsa. Ahora, indudablemente que es tarde, pero cabe pensar que si cuando estaba a tiempo se hubiera abierto a la cotización lisa y llana de acciones, tal vez hubiera jugado una carta salvadora.  


El problema de forma, al que todos se refieren cuando se habla de ello, es que la sociedad era un conjunto de cooperativas y no «sociedad anónima». Tema salvable, por cuando al transformarla en firma por acciones, las mismas cooperativas podrían haber participado del capital: abriendo al ahorro público un porcentaje. Una posibilidad que suele no sondearse en la mayoría de las empresas, que permanecen «de capital cerrado» y que se limitan a mencionar tontas objeciones (como tener miedo a que les «copen» la firma, terminando por ser copadas completamente cuando llegan a boquear en una acelerada agonía). Muchos en nuestro país siguen creyendo que debe haber una Bolsa de Comercio para que joviales apostadores vayan a intercambiar acciones y nada más. Cuando la verdadera función es la otra: la de asistir al empresariado con socios minoritarios, acercarles capital sin costos, propender a la grandeza. Y así seguimos.

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