12 de mayo 2025 - 00:00

Donald Trump, forzado a negociar la paz en el comercio y a recalcular su agenda

Washington no puede paralizar el comercio por mucho tiempo sin provocar una colosal factura de daños -económicos y financieros. Wall Street confía en que habrá acuerdo y que volverá la paz comercial.

Trump recalculando: del anuncio de la epopeya del Día de la Liberación el 2 de abril, a firmar la paz de los aranceles. 

Trump recalculando: del anuncio de la epopeya del Día de la Liberación el 2 de abril, a firmar la paz de los aranceles. 

El presidente Trump no es Mambrú. Fue a la guerra, y ya está de regreso. Necesita firmar la paz de los aranceles, y hacerlo pronto, para evitar la debacle del comercio y un impacto adverso devastador en la actividad, el empleo y los precios. La epopeya del Día de la Liberación comenzó el 2 de abril con bombos y platillos, y aranceles “recíprocos” siderales para todo el mundo. Terminó de forma tajante una semana después con Wall Street al borde del mercado bear. De la euforia por el instante que marcó el auge del Trumpismo se pasó, sin escalas, al pánico por una respuesta desastrosa y la eventualidad de un súbito momento Lehman. Hubo que retirar los aranceles “recíprocos” y ponerlos en el congelador -donde reposan en modo pausa por 90 días- para evitar una crisis crediticia. La excepción fue la relación de EEUU con China donde no cesó la gresca. Los gravámenes mutuos escalaron todavía más -a 145% y 125%, respectivamente- y entonces lo que se congeló fue el intercambio entre ambos. Pero Washington no puede paralizar el comercio por mucho tiempo sin provocar una colosal factura de daños -económicos y financieros- de la que, además, no hay ninguna necesidad. Llegó, pues, el tiempo de administrar el deshielo. Este domingo EEUU anunció que se alcanzó un acuerdo con China, cuyos detalles se revelarán este lunes.

La cruzada de la Liberación comercial es un fiasco de política económica sin precedentes, pero todavía puede ser peor. Trump lo sabe. Por eso aceptó el consejo de su secretario del Tesoro -Scott Bessent- de archivar la iniciativa original a los pocos días de haberla lanzado. Por eso mismo apuró la fase actual de negociación generalizada. Y apresuró el anuncio del primer acuerdo comercial, la semana pasada, con Gran Bretaña. “Un acuerdo histórico”, se vanaglorió la Casa Blanca. En rigor, el documento no está redactado, se trata de un borrador que se completará en “las próximas semanas” con algunos lineamientos de trazo grueso. Lo imperativo era asentar una declaración que sirviera para mostrar ejecutividad, reducir el estrés y señalizar la intención pacificadora. El anuncio es un mojón, el kilómetro cero del largo camino marcha atrás que hay que recorrer para enmendar los errores. Gran Bretaña es un caso sencillo de resolver. Solo explica el 3% del comercio internacional de los EEUU. No tiene superávit bilateral y cobra un arancel promedio de apenas 1%. En esencia, Washington se da por satisfecho con aplicar el arancel universal de 10% que instituyó el Día de la Liberación, y olvidarse de todo lo demás. A Londres le pareció conveniente. Aunque, ya se dijo, la letra chica sigue pendiente. El mensaje es potente. Docenas de acuerdos bilaterales están en gestación y lo tomarán como referencia. En la campaña, la plataforma electoral prometía eso mismo: un arancel de 10% para las importaciones de todo el mundo, a excepción de China que oblaría 60%. Si parecía excesivo (el arancel promedio de EEUU era de 3%), ahora resulta una concesión. Y hacia allá vamos.

De un manejo improvisado a la negociación con China

La negociación importante, pues, es con China. Sostiene Trump: habrá un acuerdo, aunque no se lo necesita. “Estamos perdiendo cientos de miles de millones de dólares con China. Ahora esencialmente no estamos haciendo negocios con China. O sea, estamos ganando cientos de miles de millones de dólares”. Si fuera cierto, las conversaciones formales no hubieran comenzado el sábado en Ginebra. De cada dólar que el consumidor estadounidense gasta en importaciones de China, apenas una fracción menor retribuye los costos directos de producción del fabricante asiático. La parte del león se canaliza a los bolsillos de las compañías de EEUU en concepto de gastos de diseño, marketing y comercialización, entre otros servicios, y utilidades. Cortar abruptamente ese circuito -sin contar con un trazado alternativo- es arriesgar un colapso de la actividad económica y del empleo. Y arruinaría la rentabilidad de las principales empresas del S&P500. Las importaciones se anticiparon en el primer trimestre -y aumentaron más del 40% en previsión del conflicto- creando un colchón de inventarios, pero el reloj corre y mete presión. De ahí que Trump apure una descompresión. Y ya difundió su primera oferta. Un arancel de 80% -en reemplazo del prohibitivo 145% actual- “parece correcto”. El secretario del Tesoro es quien deberá afinar la negociación. Bessent viajó a Ginebra con el objetivo de comenzar a desescalar las tensiones.

El manejo del presidente luce improvisado y previsible. Es obvio: Bessent tiene vía libre para cerrar trato en el 60% prometido en campaña. China necesita el acuerdo, pero lleva menos prisa que Trump. Sus exportaciones crecieron 8% en abril -gracias a la expansión agresiva de nuevos mercados- a pesar del derrumbe de los negocios con EEUU. Ya se vio como Beijing dilata ad infinitum las negociaciones por la compra de Tik Tok. Y mientras el 70% de los dueños de firmas pequeñas en EEUU teme una recesión, y 51% reprueba la gestión del presidente, el Banco del Pueblo de China lanzó un paquete monetario de estímulo para navegar mejor la transición. Trump, por su parte, presiona a la Fed para que baje las tasas, pero no puede imponerse. Jay Powell fue contundente el miércoles. “Si los grandes aumentos de aranceles anunciados se mantienen veremos más inflación y menos empleo”. Así, Trump se colocó él solo en una encerrona. China y la Fed no le ofrecen otra salida que retroceder. El presidente está dispuesto, pero debe salvar su imagen y todavía quiere conservar un umbral alto de recaudación por aranceles lo que puede demorar la maniobra de la retirada.

Trump deberá reinventar su agenda

Wall Street confía en que habrá acuerdo y que volverá la paz comercial. Y ya recuperó todo lo perdido desde los pisos de pánico de abril. La Fed prefiere ver para creerlo. Pero espera cómoda de brazos cruzados porque la economía todavía resiste, y el presidente ya retrocede. Trump es quién debe reinventar su agenda. Sin dar marcha atrás, la próxima escala es la recesión y una suba de la inflación. Sí o sí, debe cambiar de libreto. Eso lo entendió. Pero la tarea no es fácil. “Los niños no necesitan tener tantos juguetes. Yo no digo que no tengan muñecas, pero no necesitan tener 30, pueden tener 3. No precisan 250 lápices, pueden tener 5”, dijo la semana pasada con una súbita pincelada realista. “Los aranceles nos están enriqueciendo”, fanfarronea por momentos. ¿Y a santo de qué sugiere ahora que es necesario conformarse con menos? ¿Por qué con Biden se podía tirar manteca al techo? Esa nueva agenda provocará irritación. Ningún fracaso es gratis. Ya vimos un botón de muestra: Trump sugirió la posibilidad de aplicar un pequeño tributo a los ricos para financiar el proyecto de rebaja impositiva que se negocia en el Congreso. Nadie lo esperaba, menos de su boca. Y el partido republicano entró en ebullición. Se advierte la influencia del secretario del Tesoro. El acuerdo comercial con Gran Bretaña fue muy bien recibido. Pero, en el mercado de bonos, las tasas largas merodean 4,40% y no bajaron. Mal augurio. Bessent sabe que habrá que rehacer las cuentas. Que Trump lo comprenda, se diría que sorprende positivamente.

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