El lado oscuro de Lula: el derroche del gasto público
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¿Se dejó convencer Lula por Pochmann? ¿O manifestó Pochmann ideas económicas que Lula siempre compartió, pero que mantuvo en secreto por conveniencia?
Probablemente la última opción sea la correcta. Bajo el gobierno de Lula, el número de empleados públicos civiles y militares en la rama ejecutiva federal subió 24%, de 810.000 en 2002 a 1 millón en 2007.
En promedio, Lula sumó 3.000 empleados públicos a la nómina federal por mes. Y a juzgar por sus últimas declaraciones, el reloj de la contratación no se detendrá en el futuro cercano.
Es más, Lula barrió con los esfuerzos de gobiernos previos para achicar y tornar más productiva la fuerza laboral federal. Desde 2003, Lula contrató cinco veces más trabajadores que el ex presidente Fernando Henrique Cardoso durante los dos períodos de éste en el cargo.
Como la mayoría de los empleados públicos brasileños son fijos, el principal instrumento para reducir la nómina es eliminar la posición dejada vacante por un trabajador que se retira. Pero este proceso es tan gradual que se necesitaron 10 años y tres presidentes anteriores a Lula para reducir la plantilla federal en 188.000 puestos de trabajo.
Lula tal vez no tenga concienciade que contratar empleadospúblicos a ese ritmo frenético podría, en realidad, entorpecer la distribución del ingreso en uno de los países con mayores desigualdades del mundo. En promedio, un empleado público federal en Brasil gana cuatro veces más que un trabajador del sector privado. Hace diez años, un empleado público ganaba sólo dos veces más que un trabajador privado.
Para hacer las cosas aun más desparejas, la brecha entre el ingreso de los trabajadores públicos y el de los privados se amplía después del retiro. La pensión promedio en la rama ejecutiva federal es siete veces mayor que la del sector privado. En las ramas legislativa y judicial, es 22 veces mayor.
Mientras el programa social más importante del Brasil, la Bolsa Familia, ayuda a 40 millones de los ciudadanos más pobres y cuesta 9.000 millones de reales (u$s 5.300 millones) al año, el generoso sistema de retiro de los empleados del gobierno federal produce un déficit anual de 35.000 millones de reales y beneficia a sólo 1 millón de retirados.
La preferencia de Lula por un gobierno desmesurado no se limita a contratar una multitud de empleados públicos bien pagados. Además, la participación de compañías controladas por el gobierno federal en la economía brasileña se disparó en los últimos años. La empresa estatal Petróleo Brasileiro, o Petrobras, ya representa más de 20% de la capitalización de mercado del Bovespa, el referente de la Bolsa de San Pablo.
BNDES, el banco nacional de desarrollo, es responsable de más de 17% de todos los préstamos en circulación del país.
En sólo cinco años, el gobierno federal aumentó su participación en la industria petroquímica de 46% en 2002 a 63% en 2007, según la revista «Veja».
En el mismo período, la cuotagubernamental en las plantas termoeléctricas subió de 11% a 44%, y en las compañías de distribución de combustible, de 24% a 32%.
El resultado es que el gobierno brasileño crece más rápido que la economía, lo que no suele ser un buen indicio. El gobierno ya consume 20% del PBI del Brasil.
Durante el llamado milagro económico de 1968 a 1973, la economía brasileña creció a una tasa promedio anual de 11%, similar al ritmo de crecimiento de China hoy. Desde entonces, el tamaño del gobierno brasileño se duplicó y, previsiblemente, el crecimiento económico se desaceleró a un tercio del avance de los años del «milagro».
Lula merece elogios por poner la redistribución del ingreso en la agenda económica del país. Sin embargo, promover el gigantismo gubernamental y dejarles la factura a futuras generaciones podría obstaculizar el crecimiento y terminar siendo una enorme mancha negra en un historial por lo demás sorprendente.
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