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Biografía del increíble playboy “Macoco” de Álzaga Unzué
Periodista: Usted, que ha escrito sobre Borges, de quien fue amigo, ahora le dedica un libro a otro porteño legendario que fue su amigo, el playboy «Macoco» de Álzaga Unzué.
Roberto Alifano: Cuando yo junté a Borges y a Macoco, estaban deslumbrados los dos. Macoco era un aristócrata, una persona muy fina. La madre, doña Ángela Unzué de Álzaga Gutiérrez Capdevila, a quien se señala como una precursora del feminismo, había tenido un salón literario en su casa -que estaba donde hoy está el Jockey Club- donde iban Lugones, Alfredo Palacios, la madre de Borges, entre otros personajes de Buenos Aires. Macoco a los 3 años comenzó a ser educado por institutrices inglesas y francesas, por eso hablaba esos idiomas tan bien como el castellano. Aunque decía que para él no era el estudio sino el deporte, estudió en el Eton, y había traducido algunas odas de Horacio. En uno de los encuentros se las leyó a Borges, con mucho temor, y Borges le dijo que eran espléndidas. Yo hice que se tutearan porque tenían la misma edad y no eran parientes por casualidad. Macoco es primo de Adolfo Bioy Casares y de Silvina Ocampo. Una de las tías que le deja su fortuna a Macoco es «Cochonga» Casares. Esa gente estaba toda emparentada. Se casaban entre primos. El hermano de Macoco, «Piruco», cuando se casó con su prima Elenita Peña Unzué, hizo la casa donde hoy está el hotel Four Seasons .
P: Macoco, adalid de los mujeriegos argentinos, escapó a eso.
R.A.: Habían arreglado para que se casara con su prima «Bebita» Anchorena, pero era un tiro al aire. En un momento lo aprietan, y le arman un viaje a Europa custodiados por una tía que era la que llevaba la plata. Pero Macoco se levanta a la cantante del show del barco y se arma un escándalo. Y después comienza la lista de mujeres que fueron novias, amantes y amigas: Rita Hayworth, Claudette Colbert, Dolores del Rio, Greta Garbo, Marlene Dietrich, Ginger Rogers. Si de Marlene fue un gran amigo, con Rita tuvo un intenso romance. La imagen que desplegó Macoco por el mundo hizo decir a Sacha Guitry: «a las francesas se le ha dado por dos berretines, tener un perrito pekinés y un amante argentino». Pensando en Macoco, en una comedia dijo de alguien que tenía mucho dinero es «tan rico como un argentino».
P.: ¿Por eso le puso a su libro «Tirando manteca al techo»?
R.A.: En octubre estuve invitado en París, y en un paseo por el Sena vi dos residencias que fueron de argentinos. El palacio Romanov, que lo compraron los Alzaga Unzué. Y el Coeur Volant que fue de Marcelo Torcuato de Alvear. Vivían y gastaban a lo grande. Con Jorge Edwards, embajador de Chile en París, estuve cenando en Maxims, y está todavía el salón donde iba a comer Macoco. Tiene en el techo frescos con una valkirias opulentas, con unas tetas enormes, que parecen pintadas por Rubens. Una noche Macoco, mientras esperaba la comida, para no aburrirse, empezó a poner manteca en el tenedor a ver si le embocaba a los pechos de la mujeres del fresco, y ahí surge la expresión «tirando manteca al techo», que la inventa ese Álzaga Unzué.
P.: ¿Cómo se produce su encuentro con Macoco y con su libro?
R.A.: Juan Carlos Martín Real había publicado el librito «Macoco», donde contaba algunas anécdotas escandalosas, por ejemplo, que tenía un bulín en el Cementerio de la Recoleta. Cuando Macoco se enteró amenazó con hacerle un juicio. Yo lo había conocido en los sesenta, cuando paraba en el restaurante La Reja, de Laprida y Gutiérrez, donde se juntaba con un grupo de porteños viejos: «Cajetilla» Iriarte, «Enano» Devoto, «Hueso» Garciarena, los hermanos Ayerza , para los que Macoco era el ídolo. Cuando se armó el lío con el libro lo llamé y me invitó a su casa, donde vivía con una empleada para todo servicio y un montón de gatos siameses. Ahí no más me dice indignado con el libro: cómo se le ocurre que voy a tener un bulín en la Recoleta, en la bóveda de mi familia, eso es imposible. Primero hay que tener un baño para que sea un bulín, y en la bóveda no puedo poner un baño. Le voy a contar la verdad: estaba saliendo con una mujer casada, una matahombres high society, casada con un señor mayor terriblemente celoso, el único lugar para verla era en el cementerio, pero llegamos a mucho. Lo convencí para que no hiciera juicio porque con el tiempo la cosa pasa y se olvida. Me llevó el apunte. Me dijo: si se anima, y me promete decir toda la verdad, le cuento mi vida con lujo de detalles. Y cuando me empezó a contar surgieron de su bocas cosas mucho más terribles de las que había escrito Martín Real.
P.: Los «niños bien» de ese tiempo no tenían límites.
R.A.: Iban a los grandes cabarets y los cerraban sólo para ellos. Una noche llega con sus amigos y se acerca el mozo: Niño, ¿le sirvo champagne como todas las noches? No, hoy quiero una gaseosa. No tenemos, niño, le traigo champagne. Dale, traete dos cajas y dos baldes de esos para enfriarlo. Cuando le trajo todo, le pidió que llenara los baldes con champagne, y dijo: hoy con champagne me voy a lavar los pies, ahora salí a buscarme una gaseosa donde sea. Nadie se metía con «los niños» porque después pagaban todo sin hacer problema. Después de la farra nocturna iban para sacarse la curda a tomar leche fresca al pie de la vaca en Palermo. Una madrugada al pasar por el zoológico se dedicó a jugar al sapo con el hipopótamo, tiraba a embocarle ladrillos en la boca. Conclusión, se muere el hipopótamo. Al otro día, un comisario va a buscar a Macoco al mediodía, y él indignado: pero cómo viene a molestar por un hipopótamo que se murió, ¿cuánto vale un hipopótamo? ¿cuántos quiere que le traiga? Tenían la prepotencia del dinero.
P.: Junto al «bon vivant», estaba el deportista meritorio.
R.A.: Es el primer argentino que gana un título mundial de automovilismo, el Gran Prix de Marsella en 1924. Y en 1923, cuando conoce los Estados Unidos, lo lleva a Raúl Riganti con él para competir en las 500 Millas de Indianápolis. Ahí fracasan porque Bugatti los estafó con los autos que no aguantaron y tuvieron que abandonar. En Estados Unidos se instala, y se hace socio de Al Capone. Howard Hughes lo va a buscar para hacer películas. Ahí amplia sus amores con grandes estrellas.
P.: Su libro comienza cuando Perón lo llama para hacerle un pedido especial.
R.A.: Quiere que invite a Ginger Rogers a conocer la Argentina. Después de «Volando a Río» ella se había quedado en Brasil, y Perón quiere conocerla y lo manda a Macoco con pasaporte diplomático a buscarla. Mi novela biográfica termina cuando Perón le pide que le traiga a Brigitte Bardot, pero ya él no es conocido por las nuevas estrellas. Y cuando vuelve con la cola entre las patas se encuentra con que el golpe derrocó a Perón, y «menos mal, porque si no hubiera quedado mal con Juancito». Si bien Perón le dijo que habían boxeado juntos en Gimnasia y Esgrima, Macoco conoció primero a Evita a través de su amigo Pedrito Cuartucci, y tuvo un problema con el hermano de Evita, Juan Duarte, por Fanny Navarro. Alguien se lo presentó a Fanny, y ella se deslumbró. Duarte lo hizo seguir. Mirá, me dice, «yo soy un hombre de códigos, de haber sabido que tenía macho, no me habría metido, nunca me interesó soplarle la mujer a nadie, y donde hociqueó un oso, el otro no debe meter la trompa».
Generosidad
P.: Así como era un playboy dilapidador, fue un empresario que tuvo éxitos y un hombre extremadamente generoso.
R.A.: Recibía a todo el star-system de ese tiempo en su mansión de Beverly Hills. Cuando contaba de amigos se cruzaban Olivia de Havilland con Tyrone Power, Alfred Hitchcock con Groucho Marx, Saint-Exupery con Gardel, Onassis con Gina Lollobrigida. Uno de sus grandes amigos fue Errol Flynn. Macoco tenía en Los Angeles el Zaca, velero de 40 metros de eslora y 20 marineros, con el que había recorrido buena parte del mundo. Un día lo invita a navegar a Errol Flynn, que se entusiasmó y le quiso comprar el barco. «No está a la venta, pero te lo regalo». En ese barco Errol Flynn terminó su vida, solo, abatido por el alcohol y las drogas. Macoco era un tipo espléndido, y tenía con qué. Me decía: a veces venía mal la cosa, pero se moría una tía, y llovían billetes. Fundió tres estancias y más de cuarenta mil hectáreas de campo en la provincia de Buenos Aires.
P.: Un rasgo que destaca su obra es construir memorias a partir de anécdotas de Borges, de Macoco de Alzaga Unuzé...
R.A.: Y ahora estoy por intentar un libro con el anecdotario de Perón, interviniendo yo, como en el caso del libro sobre Macoco, es decir recuperándolo como un fantasma con el que dialogo y puedo contarle su propia historia, que él por momentos me corrige. Perón como Borges, como Macoco, tiene ese saber del Viejo Vizcacha, del «criollo viejo» sentencioso.
P.: ¿Cómo anda la novela policial que está reescribiendo y parte de una secta y tiene que ver con el Dante?
R.A.: «Dante, la otra comedia» está en etapa de reescritura. Fíjese que Perón era tan lector de Dante como Borges. Perón la leyó cuando estuvo en Italia, en tiempos de Mussolini, donde era texto obligatorio. Y después le hizo hacer a editorial Tor una edición de miles de ejemplares de la «Divina Comedia», para todo el país, con la traducción de Mitre. Eso apareció en una de las charlas que tuve con Perón en Puerta de Hierro. Mi novela trata de un manuscrito que escribió Dante en sus años de exilio, que trae Sarmiento a la Argentina y se lo lleva a Mitre, es una cosa entre masones, para salvarlo, y es escondido en la Biblioteca Nacional, donde queda oculto durante un siglo, hasta que viene un cura español a robarlo. Cura que existió, que conocí, que fue confesor de Perón y amigo de Borges, que en mi novela se llama Miguel de Santander. Él creía que había realmente aquí un manuscrito de Alighieri donde se hablaba de una secta de heresiarcas católicos, la de los Carpocrasianos, que detesta a las mujeres y las asesina. El detective de esta especie de policial fantástico es, no podía ser de otra manera, Jorge Luis Borges.
Entrevista de Máximo Soto
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