MORALES SOLÁ, JOAQUÍN. La Nación. Como su colega de Clarín, este columnista dedica la entrega de ayer al género del periodismo que podría incluirse en la categoría «¡Ay, las cosas que pasan!». Enumera hechos conocidos de jueces enmarañados en tramas políticas, como Faggionato vs. De Narváez y Servini de Cubría vs. el resto de los magistrados. No aporta más que especulaciones y trascendidos, información de baja intensidad que proporciona temas de charla para la cola del supermercado, pero no explica ni analiza lo que ocurrió durante la semana.
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Lo más sustancioso lo pone al final, cuando recuerda que todo Gobierno busca apuntalar jueces que sean benévolos cuando sus mandatarios pierdan poder. A esa función ha abocado Néstor Kirchner a sus dos escuderos en el Consejo de la Magistratura, Diana Conti y Carlos Kunkel. Es, después de todo, una hipótesis, porque Carlos Menem fue quien inauguró este método de asegurarse jueces benévolos para la fortuna futura -la famosa «servilleta» que denunció Domingo Cavallo que le había exhibido Carlos Corach-, y no hay ex presidente que haya padecido más persecución judicial que el actual senador por La Rioja. Dicho de otra manera, si Kirchner cree que hay cielo judicial para el buen ex presidente, se engaña, porque el juez siempre se ensaña con quien alguna vez enarboló poder político y después lo perdió. Razones para revisar la conducta de un ex funcionario siempre habrá, más allá de las pruebas que haya, y lo ejemplifica también Menem, a quien pusieron preso por una causa para después liberarlo con un saludo y sin explicación alguna.
VAN DER KOOY, EDUARDO. Clarín. También se sorprende este columnista por las cosas que pasan. Inevitable que incurra en el comentario del Gran Cuñado para medir la poca importancia de otras actividades proselitistas. En realidad, siempre la televisión del entretenimiento es más importante que una campaña electoral. Y más en ésta, que parece decidida por el público que ya votó y no modificará su criterio por un aviso más o un aviso menos. Que los candidatos salgan en imitaciones y otras astracanadas televisivas sólo le agrega algo más de diversión a una puja crispada que poco puede atraer a un electorado que asiste a un debate político desde hace un año y medio. Nadie podrá decir que en la Argentina no se ha discutido desde la crisis del campo hacia acá; por eso nadie puede sorprenderse de un resultado electoral pero tampoco impresionarse ante un corto de TV con un candidato tratando de atraer la atención.
Le atribuye Van der Kooy a Daniel Scioli haberlo sedado a Néstor Kirchner para el suave discurso del lanzamiento en La Plata. ¿Será Kirchner el responsable del endurecimiento del gobernador en la defensa de su postulación como candidato antitraición? Improbable una cosa y la otra, pero sirve la hipótesis porque dispara el debate hacia otra dimensión, diversa de la que ocupa hoy a los políticos. ¿No distrae acaso a Scioli de este debate sobre la legitimidad de su candidatura de su discurso más exitoso, el de decir siempre que sí a todo? Scioli ha montado en el método asertivo una de las biografías más interesantes -por lo imbatible en un oficio de perdedores como es la política-, pero ahora le preguntan si será o no diputado. No dice que no, pero el público lee el no en las entrelíneas y eso desestabiliza al hombre del sí. Si dijera que sí, revolucionaría la campaña y hundiría al oficialismo en un caos peor al que le vaticinan sus adversarios para después del 28 de junio. Nadie esperó verlo a Scioli en tamaño problema, y esa es una de las novedades importantes de esta elección en la que todo parecía ya escrito.
Esta percepción adelanta la pelea que se viene en el peronismo después de las elecciones, que es el lazo que une -o no- a los Kirchner con el peronismo. Ésta es la verdadera batalla, la de si convence o no Kirchner al peronismo como jefe que puede mantenerlo en el poder en 2011. Si se convence el peronismo de que es el hombre, lo apoyará; si no se convence, empieza una guerra de sucesión que resolverán los caciques del peronismo entre Carlos Reutemann y Daniel Scioli, los dirigentes con más popularidad del peronismo y unidos por una sola cosa: son lo menos parecido que se puede imaginar a los Kirchner.
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