Damián Dreizik y la tríada materna: al buen actor, en este caso, se lo ve inseguro en su confrontación con las tres actrices.
«Las llaves de abajo» de D. Burman y D. Dreizik. Dir.: D. Burman. Int.: D. Dreizik, A. Aizenberg, E. Onetto y C. Cardalda. Esc. y Vest.: M. Tambornino. Dis. de luces: H. Colace y N. Trovato. (Ciudad Cultural Konex).
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En las películas de Daniel Burman los conflictos entre padres e hijos son narrados con humor, frescura y sin ninguna pretensión psicologista. Basta con recordar los insolentes reclamos del protagonista de «El abrazo partido» hacia su sufrida madre judía (o las tribulaciones del joven abogado de «Derecho de familia» en relación a la figura paterna) para hacerse una idea de la clase de comedia familiar que cultiva Burman.
Un cineasta que nunca ha pecado de snob ni de moderno, que siempre ha evitado el costumbrismo sensiblero y que se rehúsa a exhibir chapa de ingenioso, aun cuando los diálogos sean el punto fuerte de sus films. Todos estos antecedentes hacían suponer que su debut teatral con «Las llaves de abajo» no iba a presentar ningún escollo, y, sin embargo, los desniveles narrativos de esta opera prima -y su escasa tensión dramática- ponen en evidencia una verdad de Perogrullo: hacer teatro no es lo mismo que hacer cine, ya que el lenguaje escénico obedece a reglas y procedimientos propios. Desde la actuación en vivo hasta el hecho de trabajar en tres dimensiones cruzando el tiempo real con el de la ficción, son factores que pueden jugar en contra cuando se tiene poca experiencia en las tablas.
La historia de este cuarentón, divorciado e inmaduro, que va a buscar unas radiografías a casa de su madre (eterna jugadora de burako) y va quedando atrapado por sus traumas de infancia, parte de una situación fantástica en donde ella reaparece dividida en tres mujeres (cada una con un rasgo de carácter en particular e interpretadas por Elvira Onetto, Chela Cardalda y Adriana Aizenberg, habitual colaboradora de Burman).
Pese al reconocido talento de estas actrices, la tríada que conforman resulta algo forzada y tiene el efecto de diluir el enfrentamiento entre madre e hijo. Damián Dreizik es un cómico inteligente que suele exhibir en sus unipersonales cierta impronta beckettiana, pero en este caso no se ha lucido con el guión (compartido con el director) en el que apenas se destacan algunos gags. Por otra parte, se lo ve muy inseguro en su interacción con las actrices.
El final de la obra resulta algo intempestivo (a la salida una espectadora preguntó si venía el intervalo); pero lo que seguramente nadie pondrá en duda es la potencia visual de algunas escenas, como la de la pecera o la de los esqueletos de Teatro Negro.
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