18 de marzo 2013 - 00:00

Destacable versión de “Così fan tutte”

Oriana Favaro, Cecilia Patawski, Norberto Marcos e Iván Maier, parte del desparejo elenco (que lideran un aplomado Omar Carrión como Don Alfonso y una estupenda Marisú Pavón como Despina) de la “Così fan tutte” que montó Buenos Aires Lírica.
Oriana Favaro, Cecilia Patawski, Norberto Marcos e Iván Maier, parte del desparejo elenco (que lideran un aplomado Omar Carrión como Don Alfonso y una estupenda Marisú Pavón como Despina) de la “Così fan tutte” que montó Buenos Aires Lírica.
Così fan tutte, dramma giocoso en dos actos de W. A. Mozart. Libreto de L. da Ponte. Orquesta y Coro Buenos Aires Lírica. Puesta en escena: P. Maritano. Dirección musical: J. Casasbellas. (Buenos Aires Lírica, Teatro Avenida, 15 de marzo).



El amor y sus vericuetos, la fidelidad, el libertinaje, la institución matrimonial, el placer, el sufrimiento, la conducta femenina y la masculina, el poder sexual, los celos: he ahí la materia prima de Così fan tutte, la magistral ópera de Mozart y Da Ponte. Si la posteridad inmediata exaltó en Don Giovanni la idea del castigo al disoluto y advirtió en Bodas de Figaro un precedente de los cambios históricos, no vio con buenos ojos el contenido moral -o inmoral- de esta ópera. Afortunadamente Così ha recuperado desde hace tiempo el lugar que le corresponde, y es reconocida como una obra maestra no sólo por su calidad musical, que nunca estuvo en duda, sino por la pericia dramatúrgica de Da Ponte. La historia de las parejas puestas a prueba por Don Alfonso (el libertino erudito por antonomasia) con la complicidad de Despina tiene como moraleja primaria la frase que da título a la obra, pero también le cabe un título ajeno: Con el amor no se juega.

Buenos Aires Lírica presenta una versión destacable en especial por la depuración del juego escénico. La puesta de Pablo Maritano -secundado impecablemente por el equipo creativo de Andrea Mercado, Sofía Di Nunzio y José Luis Fiorruccio- apela a geometrías permanentes, desde la mesa simbólicamente hexagonal donde se firma el pacto entre los tres hombres, hasta el juego de cajas chinas donde transcurrirá la acción propiamente dicha: dentro del escenario pelado, una caja escénica que delimita o deja al descubierto la farsa (si es que la hay) y que también marca una frontera temporal. Si, tal como sostiene Italo Calvino, un clásico es aquel que nunca deja de decir lo que tiene para decir, la misión de quien lo interpreta es potenciar esta cualidad, algo que Maritano (amén de sus gags siempre efectivos) logra a la perfección, en un torbellino de sentidos y de estimulante meta-teatralidad.

Menos convincente es la realización musical (a cargo de Juan Casasbellas), en la que parece haberse buscado más prolijidad que profundidad. La orquesta suena en sus manos con precisión y vigor, pero ni ésta ni los cantantes parecen sentirse cómodos en los tempi y se incurre (al menos así fue en la función de estreno) en permanentes desfases que deslucen el resultado. El elenco marca perfectamente la diferencia generacional entre Don Alfonso y el resto de los personajes, aunque no siempre las voces cumplan con las exigencias de los roles respectivos. Es el caso de Oriana Favaro, cuyo bellísimo instrumento carece del peso en el centro y graves necesarios para afrontar el temible rol de Fiordiligi, como fue evidente sobre todo en Come scoglio; musical y escénicamente impecable, Cecilia Pastawski es una Dorabella de voz liviana y en consecuencia el dúo fraterno carece de peso. Iván Maier, joven cantante de voz magnífica en constante evolución, convence como Ferrando y Norberto Marcos añade a su Guglielmo un plus de gracia escénica, en tanto que Omar Carrión aporta todo su aplomo y profesionalismo como Don Alfonso. Pero quien se roba una vez más la escena es Marisú Pavón en una Despina al mejor estilo Fran Drescher, holgada en vocalidad y actoralmente desopilante. El Coro Buenos Aires Lírica lleva su breve tarea a buen puerto.

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